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jueves, 20 de septiembre de 2012

LES MISÈRABLES ©, por Carlos Alejandro Nahas, de Buenos Aires, Argentina

- Ustedes saben, muchachos, que una cosa es la miseria y otra es la pobreza ¿no?, les dijo el Turco a los muchachos aquella tarde – noche en el bodegón amigo de Barracas.
- No, la verdad es que a mí nunca me quedó claro – le respondió el Tano Brandán mientras se echaba al buche su copita a medio terminar de caña Legui. ¿En que consiste, Turco?
- A ver. En nuestra época vivíamos en un país rico, pero lleno de pobres ¿no? Hasta que vino Perón allá por los cuarenta y equivocado o no, emparejó la cosa un poco ¿me siguen? A lo que los cuatro asintieron con la cabeza.
- La gente, humilde o rica – por citar tan sólo un ejemplo – iba a la cancha de traje ¿o no? Bueno, para mí eso es dignidad. Había pobreza, pero no había miseria. Por un segundo el Gallego quiso decir algo, pero luego se calló y siguió orejeando las cartas.
- Pero ahora – y cambiando el tono de voz como para encaminarse hacia su ponencia doctoral, el Turco lanzó – lo que hay es miseria. La gente puede tener más o menos guita, pero lo que diferencia a unos de otros es lo que tienen en la sesera, en la mollera. Se puede estar llego de guita, pero hasta las manos de guita, que si se es miserable de corazón, no hay vento que alcance. Sin ir más lejos el otro día pasó por la puerta del negocio un Mercedes Benz blanco nuevito, todo computarizado, de última generación, pero adentro se escuchaba a todo volumen un cuarteto. Ese tipo para mí era un miserable del alma, un idiota, un ignaro ¿me siguen?
El Ruso carraspeó y lo interrumpió – ¿O sea que para vos la sociedad se divide entre cultos e ignorantes? A lo que el Turco respondió – No, es más profundo. Podés ser doctorado en Harvard pero si a la noche prendés a Tinelli, estás en el horno. A ver, ¿alguno de ustedes ven a Tinelli? – a lo que siguió un silencio de pasmo. - ¿Ven, dijo? Escuchamos FM Tango, vemos a veces canal “A”, alguna peli, vamos al teatro, y casi ninguno de nosotros terminó la secundaria. Es más profundo, es como si el país real estuviera arrinconando al país soñado… o algo así -. Se hizo otro silencio durante unos minutos y el Gallego dijo: - Creo que te voy siguiendo –
- Bueno la cosa es que la historia que les voy a contar hoy se podría titular algo así como “Pintura Fatal” o como lo quieran llamar ¿Quieren escucharla? – a lo que todos asintieron y luego del primer cortado el Turco ya estaba en tema.
            - La cosa es que el otro día viene a verme Carlos, el que me hace la limpieza de tanques en el edificio. Turco como yo, buen tipo y sumamente verborrágico. Como todos los que se caen por la tienda terminan haciéndose amigos, me cuenta que vive en una casa tipo chorizo, de dos plantas. Todos buenos vecinos, tipo la “vecindad del Chavo” ¿se acuerdan? Bueno, él venía, me cobraba los abonos y nos quedábamos charlando un buen rato. El tema es que hace cerca de seis meses se me cae con una cara de upite que ni les cuento. La cosa es que se le mudaron enfrente unos peruanos más truchos que billete de seis pesos. Un Citroen C4 cero kilómetro en la puerta, pero adentro de la casa eran como diez. Entre grandes y chicos. Carlos empieza averiguar entre los vecinos y resulta que traficaban droga.
            - Buena gente, o sea – dijo el Ruso.
            - Exacto. La cosa es que al principio todo bien, pero se fueron sucediendo los días y la cosa se tornó espesa. Los pibes hacían un kilombo que ni les cuento. A todo esto a la Gorda peruana se la llevan a la taquería y la procesan por tráfico, con lo cual por ahora está con domiciliaria por la edad. Entonces anda todo el día rompiéndole las bolas al marido que parece le metió los cuernos con la hermana –
            - Todo un folletín, Che – le larga el Gallego.
            - La cuestión es que no había hora del día en que no hicieran kilombo. Nadie podía dormir la siesta, nadie podía dormir de noche. No había ventana cerrada que pudiera contra estos peruanos. Cuando no era cumbia villera, música peruana o alguna de esas cosas, era la jermu puteando al dorima por teléfono a todo volumen, o un pibe tirando la pelota contra las paredes mientras los demás corrían por la casa como si fuera un penthouse. Cartas documentos, puteadas de ventana a ventana, visitas a la comisaría. No había caso. Los peruanos se sentían los dueños de la vecindad y el resto de los derpas sufrían como condenados. Pero te juro, el tipo había días en que venía al negocio con ojeras porque no había pegado un ojo en toda la noche. Un calvario, muchachos. No había manera de hacerle entender a esas bestias que no estaban en Perú, que eso era una casa humilde pero no una villa, que se dejaran de hacer ruidos a toda hora y con lo que fuera. Hasta que a mi amigo se le ocurrió una idea que por descabellada que suene, parece que funcionó.
            - Qué fue – preguntó el Gallego mientras se comía el último amaretti húmedo de la mesa.
            - La música, les dijo el Turco. La música. ¿Vieron que cuando los jesuitas vinieron a América descubrieron que si les tocaban música a los indios estos se aplacaban como gatitos? ¿Escucharon ese refrán de que la música aplaca a las fieras? Bueno, se le ocurrió esa idea a Irene, la mujer de Carlos mientras veía un documental relacionado con el tema que pasaban por un canal de cable medio raro. Un día llegaron los dos del trabajo y no se escuchaban entre sí, de tan fuerte que habían puesto la música los peruanos. Irene, fue al equipo que tiene en la casa, un Pioneer de puta madre y les canta retruco. Les puso “La Cabalgata de las Valquirias”, de Wagner, a todo trapo, pero en serio, a todo trapo. Cierra la puerta del comedor y se va con su marido al escritorio. ¿Y a qué no adivinan el efecto que les causó?
            - Contá, contá, le decían los muchachos –
            - Estos peruanos, que son peruanos por un accidentes del destino, pero podrían ser villeros de acá de la 31, no es el tema del origen sino el de la educación, no sea cosa que se crean que soy chovinista – entre paréntesis háganme acordar que un día les cuente la historia del origen de la palabra “chovinista” – decía que la cosa tuvo el efecto contrario al esperado.
            - ¿Cómo? - levantó las cejas el Gallego
            - Si, estos tipos, vamos a llamarlos “miserables” eran tan pero tan miserables, que se sintieron tocados, afrentados, humillados. Pararon su ruido – si es que esa música que pasaban se les puede llamar siquiera ruido – abrieron las ventanas y comenzaron a putear a Carlos y a Irene. Encima los puteaban de las formas más graciosas, tipo “Che, Señora, la puta que te parió”, o “bajate esa mierda que ponés, che coso” y expresiones gramaticales similares, que no pasarían por una prueba de primero inferior en nuestra época. O sea, muchachos, que los indios de acá, hace 500 años eran más permeables, menos miserables que estos tipos. ¿Entienden la médula de mi teoría? Esos indios eran pobres, pero tenían alma. Esta gente de ahora, que pulula por doquier ¡No tiene alma!
            - ¿Y qué pasó después? - Le preguntó el Ruso levantando el cortado.
            - Nada. Siguió la guerra. Ellos ponían cumbia, él les contestaba con “Luchía de Lammermoor” por Carreras y la sinfónica de Londres. Los peruanos ponían a todo trapo un disco de salsa y él contraatacaba con “I Pagliacci” por Pavarotti con la ópera de Berlín. Era una guerra encarnizada. Pero habían descubierto que la estaban ganando. Porque ellos no cerraban las ventanas, pero cuando escuchaban la música del orto, ponían a todo trapo algo de buen gusto y los perucas cerraban las ventanas y puteaban a los cuatro vientos. De todos modos el vecindario agradecía la ocurrencia de Carlos, pero seguía con los huevos hinchados que ni les cuento. La definición vino el día en que se enfrentaron “a pictórica”.
            - ¿Qué? – preguntaron todos casi a coro. No entendimos un carajo con eso, Turco, bufó el Tano.
            - Si, la cosa es que cuando una tarde se vino otra de las batallas y los peruanos le ponen a todo trapo “Pibes Chorros” o algo así. Y mi amigo, harto hasta las tetas, les pone “La Boheme” con Pavarotti y Julia Migenes Johnson, pero esta vez realmente a todo trapo. Y se va puteando a otro ambiente. El tema es que cuando escucha silencio total, vuelve al living, apaga el equipo y se asoma a la ventana, respirando. Y ahí fue cuando se produjo la madre de todas las batallas. El peruano, en camiseta y con el ombligo al aire, le grita “che, culto de mi pinga, comete esta” y despliega frente a la ventana un póster de Jessica Cirio el pelotas. Y lo mantiene así, abierto, mirando ventana con ventana, como si la suma de todas las ordinarieces definiera la batalla. Mi amigo llama a la mujer y le muestra el espectáculo. Irene primero se empieza a reír, y luego frunce el entrecejo, como tramando algo. Le dice al marido – esperate, ya vuelvo – se va a la pieza y se trae una reproducción gigante del Guernica. La cosa es que entre los dos lo despliegan frente a la ventana y escuchan un silencio de tumba. Como al minuto un estruendo. Sacan el póster para ver, y se encuentran a los peruanos rodeando al gordo miserable mayor, que estaba tirado en el piso, frío como un gusano. Viene la ambulancia, los médicos, un despelote. Una semana de paz y a los siete días lo traen parapléjico. Le había dado una embolia. No pudo procesar determinadas imágenes, le dijeron a la peruana en el hospital – público, gratuito y multicultural, para más datos – y le dio una embolia – o ACV, como le dicen ahora - cerebral. Ahora están bien chitos, porque dicen que los ruidos fuertes le hacen mal.
            - Asombroso – dijo el Ruso. - ¿es verdad esa historia, che?
            - Lo juro por Dios – respondió el Turco y continuó – yo ya la conté, pónganle el título que quieran, para mí sería “Pintura Fatal” – a lo que el Gallego contestó – no, nene, con tu teoría, para mí es “los Miserables”, qué querés que te diga.
            Se quedaron todos callados y en un momento interrumpió el Turco – Ah! Háganme acordar que un día les cuente de donde viene el término “chovinista”. Les tiro una pista, viene como de costumbre de los franceses, de una obra de teatro “La cocarde tricolore” de los hermanos Cogniard, en donde el protagonista se llama Chauvin, pero eso mejor lo dejamos para otro día ¿no?
            - Y…. me parece, le dijo el Ruso – Además, agregó – ¿se te ocurre un país menos chovinista que la Argentina?, a lo que todos respondieron en un tono monocorde: “noooo”.

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