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jueves, 3 de mayo de 2012

UN HOMBRE EN LA VEREDA, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina


Esa mañana Carlitos se levantó con ganas de comer suprema a la Maryland. Cierto que era un plato un tanto vetusto y que había desaparecido de la mayoría de las cartas de los restó que frecuentaba. Pero ese día estaba nostálgico y no se le antojaban carpaccios, ni colchones de verdes, ni cordero patagónico. Tenía que ser aquella suprema que comía en su infancia cuando salía a recorrer librerías con sus padres por la Avenida Corrientes.
            Así que, después del trabajo enfiló para Corrientes con su mujer y su hijo. Dejó el auto en un garaje y caminó una cuadra y media hasta uno de los restoranes que recordaba de chico. No sabía si iba a encontrarlo pero, desde lejos, lo vislumbró tal cual aparecía en su memoria.
            Fue entonces cuando lo vio. Era un hombre joven con la cara sucia y la ropa raída. Estaba tirado con los ojos cerrados sobre un cartón, en la vereda del local. De vez en cuando, a pesar del intenso ruido del tránsito y las conversaciones de la gente que pasaba, se oía que emitía algunos quejidos.
            A su alrededor, los transeúntes caminaban apurados. Unos pocos se tropezaban con el bulto que ocupaba una parte de la vereda y dejaban escapar una exclamación, en la que se mezclaban el enojo y el asco.  A otros les hacía gracia la situación del hombre instalado en aquel lugar tan concurrido y bromeaban sobre su probable estado de borrachera y su necesidad de dormir una buena siesta.
            Pero ninguna de aquellas personas se detuvo a ver si aquel obstáculo en el camino necesitaba ayuda. Cuando pasaron junto a él, Carlitos notó una interrogación en la mirada de su hijo. Pero no supo cómo explicarle la situación y se apuró a entrar al local.
            Adentro, recuperó el sabor de aquel manjar de su infancia y evocó para su mujer y su hijo las épocas en las que caminaba Corrientes de la mano de su abuelo para conseguir algún libro de la colección Robin Hood. Varias veces atisbó desde la ventana hacia donde estaba aquel hombre en la calle y le pareció que seguía en la misma posición y que nadie se había acercado a ver qué le pasaba o llamar a una ambulancia. Aquel bulto se había convertido en parte del paisaje urbano.
            Cuando salieron, eligió pararse delante del hombre para que su mujer y su hijo no pudiesen verlo. Una mirada le había bastado para notar que el bulto yacía inmóvil en la vereda pero un hilo de sangre salía de su boca y fluía quedamente, vereda abajo, hasta perderse en la alcantarilla junto al cordón con la parsimonia de quien no tiene nada que perder.
            Manoteó su celular para pedir ayuda y descubrió que ya no tenía batería. No se animó a pedirle a alguien que lo hiciese para no asustar a su hijo. Todavía había situaciones que no podía explicarle.
            En el estacionamiento le solicitaron un tiquet del restorán que él no había pedido. Maldijo su desmemoria y dejó a su familia instalada en el auto mientras volvía  a buscar la constancia. El hombre seguía tirado en el mismo lugar y el río de sangre no dejaba de manar hacia el desagüe.
            Libre de la presencia de su hijo, le explicó al encargado que había alguien enfermo en la vereda, pero al otro no pareció importarle. Sólo le alcanzó el teléfono para ofrecerle que llamase a un servicio médico. Así lo hizo y le dijeron que llegaría enseguida ya que había una ambulancia en la zona.
            Oyó la sirena y volvió con los suyos. Cuando pasó con el auto por enfrente del local, el cuerpo estaba cubierto con una sábana blanca. Sintió que era el momento de explicarle unas cuantas cosas a su hijo.

2 comentarios:

  1. Tardío momento para explicaciones, eligió Carlitos. Si lo hubiera hecho antes, tal vez no habrían comido, pero así, seguro que la suprema les hizo mal a todos. ¿Cómo explicar el mundo en que vivimos a un niño sin choquearlo? Tal vez empezando por lo teórico, antes de que un ejemplo real rompa los ojos. Sé que te inspira lo que ves, y te felicito por la forma de contarlo. Mostrás el Buenos Aires actual y me parece que veo Montevideo... vamos parejo, en estas desgracias. Un beso enorme,
    Eliza

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  2. Lo escribí como me lo contaron, querida Eli. Lamento que las desgracias hermanen a dos ciudades que supieron ser tan bellas...

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