Los vecinos de Atuacara, en Perú, han contado mil veces a los turistas sobre San Juan Buenhombre. Resulta que hace un año, o dos, con la llegada de la primer lluvia primaveral apareció en una casa muy humilde un señor gordo (no mucho), con bigote y muy buen vestir.
El señor simplemente se hacía llamar Juan y durante sus días en la casa se dedicó a cultivar plantas exóticas, ayudar a los vecinos y generar emprendimientos con plata que prestaba, sin nada a cambio más que un gracias.
En Atuacara los vecinos se mostraron, primero, asombrados. No por su gentileza y calidez, que era común en esas alturas, sino por su aparición repentina y su muestra de dinero. Y todo a cambio de un gracias.
Dejando en claro la procedencia de su apodo, ya que su apellido era desconocido, los vecinos notaron su constancia a la iglesia. Todos los domingos. Sin faltar. Sin dudar. Conocía todos los rezos, todos los pasos y cada costumbre de la misa. Todos los creyentes se asombraron, ya que por esas alturas, es raro ver a un cristiano tan engalanado con la fe pura de Cristo.
Lo creyeron santo. Lo creyeron Buenhombre. Los vecinos cuchicheaban noches enteras, descotillando palabra por palabra las obras del extraño Juan. No se animaban a preguntarle su origen, de hecho, el tiempo les dio la seguridad de que su vecino nuevo tenía buena procedencia (no hacía falta averiguar tanto, creían).
El único que habló largo y tendido con él, como era de suponerse, era el cura local. Sin embargo, era quien más desconfiado lo miraba. Como juzgándolo al Buenhombre, siempre.
Justo cuando terminó de transitar el último frío del invierno, vinieron los policías. Desde la capital, los hombres llegaron y rompieron la casa de San Juan. Lo golpearon. Lo esposaron. Destrozaron su casa y su huerta. Los vecinos, sólo los más corajudos, se enfrentaron a los policías. El cura observó la trifulca, en silencio. Pensativo.
—Mirense ustedes, —dijo el policía jefe— defendiendo a un narcotraficante. ¿Acaso nunca vieron que plantaba en su huerta?
Atuacara se silenció. Vieron a los policías abandonar el pueblo y dieron su última despedida al San Juan Buenhombre. Una despedida silenciosa, de las que más duelen.
Mmmmm... el curita conocía la marihuana y terminó la fiesta. Me gustó la historia. Un saludo desde Uruguay, Eliza
ResponderEliminarJa, Ja!! Gracias Eli. A mí (Carlos) me enseñaron que por sobre la ley positiva existe una ley natural que acomoda las cosas. Tal vez el curita estaba pensando es esta última ¿no?
ResponderEliminarUn gran abrazo
Eva y Carlos
Editores de "Todas las Artes"