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miércoles, 4 de marzo de 2015

EL AÑO NUEVO DE CANDIDA, por Elizabeth Oliver de Abalos, de Montevideo, Uruguay

Pensando que en sólo un día más ¡al fin! terminaría ese año desastroso, Cándida se metió en la cama esbozando una sonrisa de alivio. Cansada del trajín del día y de las penurias propias y ajenas de todo un año, con el último bostezo se durmió profundamente.

   Serían las 8 cuando despertó con un entusiasmo desacostumbrado, con ganas de programar el día de una forma especial, positiva, esperanzada… ¡El año nuevo no podría ser peor ni aunque se lo propusiera! Estaría sola, sí, pero eso no era motivo para negarse una fiesta íntima.
   Salió corriendo hacia el supermercado y cargó en el carrito lo que sería su festín: una botella de whisky, una bolsita de maníes y una de saladitos para copetín, un frasquito de aceitunas, una lata de salchichas de Viena, una de palmitos, una de ananá en almíbar, un turrón grande, un helado de medio litro… y una linda vela roja y torneada.
   Con eso era suficiente para su cena elegante… y para convertir su medio aguinaldo en un pequeño ticket que le deseaba ¡Felices Fiestas! con grandes letras azules. Pasó por la caja rápida con esos diez artículos que no había podido permitirse en todo el año, y volvió a casa.
   Tenía que remozar todos los rincones. Emprendió la tarea como si fuera un juego que terminaría en la magia del ambiente ideal. Puso en el baño toallas vistosas y jabones nuevos, vistió la cama con las sábanas más lindas y colgó un repasador llamativo en la cocina.
   En el living comedor, dispuso sus manjares en copetineros de colores sobre el vidrio de la mesita redonda, engalanada con la botella de whisky, el conservador de hielo y en el centro, la bonita y estilizada vela en un pequeño candelabro transparente.
   La casa relucía, y Cándida tenía que estar a tono. Admiró su obra por un instante y se metió en la ducha. Se vistió, se perfumó y se maquilló como para ir a un baile de gala, y antes de las 10 de la noche ya estaba arrellanada en el sofá iniciando su celebración privada.
   Se sirvió un whisky generoso y empezó a enumerar  ―con ese anhelo positivo que la acompañaba desde la mañana―  todos los cambios que esperaba del tan ansiado año venidero. Tendría que llegar pródigo y benefactor, subsanando las faltas del que fenecía.
   Los jóvenes volverían de trabajar como burros en el extranjero, culminarían sus carreras y ejercerían acá sus profesiones; la industria y el comercio recobrarían su fuerza, restituirían el personal suspendido y darían fin a la desocupación; habiendo trabajo para todos desaparecerían los asentamientos y… hasta la mayoría de los convictos se reinsertarían dignamente a la sociedad.
   El Gobierno eliminaría de un plumazo a cada corrupto sin ningún miramiento para sustituirlo por gente honrada y capaz; cada Poder del Estado cumpliría su cometido sin presiones ni favoritismos denigrantes… ¡todos tiraríamos del mismo carro llevando el país adelante, como debe ser…!
   Cándida repasó su lista de deseos y sonrió complacida, se sirvió otro whisky, entrecerró los ojos y siguió sumando aspiraciones que  ―sin saber por qué―  estaba convencida que se harían realidad.
   La distribución de los ingresos del Estado sería justa y equitativa, posibilitando la efectividad de los servicios esenciales; ya no habría más niños faltos de alimento ni de educación… Cortó un trocito de turrón y mientras lo saboreaba volvió a llenar el vaso.
   Embriagada de esperanzas disfrutaba su maravillosa fiesta cuando dieron las 12… Encendió la vela, levantó el vaso con las dos manos, repitió con todas sus fuerzas su plegaria al año que nacía y sellándolo en un brindis solitario bebió su contenido hasta el final…
   El año comenzó haciendo trizas los pesares anteriores y el cambio podía verse cada día. La mágica fiesta de Cándida había tocado con su hechizo el destino de todo el país… Uno a uno, sus deseos se iban cumpliendo acelerada y vertiginosamente, iluminando de felicidad los rostros de todos.
   Iba de un lado a otro comprobando el milagro y con lágrimas de alegría estrechaba las manos de la gente, que en la calle festejaba como ella el resurgimiento del bienestar común.
   De repente, un estampido la estremeció… Aturdida, vio la mesita redonda con los copetineros sin tocar, la vela consumida y la botella casi vacía… por las ventanas entraba el sol del primer mediodía del año nuevo, arrogante y abrasador… El bullicio de la calle, los cohetes previos al almuerzo y las risas de los vecinos se confundieron en su cabeza como un torbellino inexplicable.
   Dos mujeres irrumpieron en la casa, llamándola:
   ―¡Cándida, Cándida…! ¡Feliz año nuevo! ¿Pero qué hacés acá, mujer?, ¿no te acostaste…?
   ―¡Mirá…! ¡No comió nada y se tomó todo! ¡Y qué pinta, che…! ¿Esperabas empezar el año con un príncipe?

   ―¡Vamos, dale! ¡Ponete un vaquero y vení a casa a almorzar con nosotros! Pero ¡apagá esas luces…!, las dejaste prendidas desde anoche… ¿No te enteraste que hoy subieron todos los servicios? ¡Hay que empezar el año derrochando, Cándida!, ¡en medio de semejante crisis, sólo a vos se te ocurre…!

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