A todos mis maestros y profesores. A compañeros y colegas.
Nada hay más ruinoso en la vida humana que aquella depravación del
juicio por la que no se otorga a cada cosa el valor que tiene.
Juan Luis Vives, Introducción a la sabiduría.
Sea como fuere parece que, una y otra vez, maestros y profesores,
queramos o no, tenemos que estar en la palestra. Esto estaría bien si se
tratara de una real y verdadera preocupación por la educación, por el futuro y
por la formación de la juventud o del profesorado. Pero por desgracia no es ese
el objetivo de sacar a colación, directa o indirectamente, a profesores y
maestros, institutos y universidades. Los objetivos son otros, es innegable. Y
no nada honestos, dicho sea de paso.
Cuando no se plantean absurdas disyuntivas entre si hacer deberes o no
hacer deberes, se habla de las vacaciones, de las de los profesores, claro,
muchas, o de lo presumiblemente bien pagados que están para lo poco que
trabajan. Nada se dice, por ejemplo, del tiempo invertido en la preparación de
clases o en la corrección de exámenes. Es curioso, por ejemplo, que se
reivindique, al respecto, que a los políticos hay que pagarles muy bien, lo
mismo que a otros cargos públicos, para que se dediquen al bien común, y no a
la empresa privada, y que no se pida lo mismo para el resto de los ciudadanos.
También habría que pagarle bien al barrendero para que realice su trabajo lo
mejor posible y no de forma chapucera. Al fin y al cabo también el barrendero
es una persona que, a menudo, carga con la mala educación de quien arroja al
suelo botellas o papeles teniendo una papelera a escasos metros de donde ha
estado sentado.
El barrendero se ha convertido, en esta sociedad tan maleducada, en el
esclavo, o criado, de quienes ignoran el más elemental de los civismos. Y el
profesor en demasiadas ocasiones en el muñeco de feria de adolescentes y
padres. Contra el cual vale todo. Y más en épocas de exámenes. Por desgracia
nuestro sistema educativo en ningún caso premia el esfuerzo, el trabajo o la
dedicación. El que se reclame no hacer deberes en casa es un exponente más de
esta característica. El estudiante, pues, tratará de aprobar cualquier examen
habiendo dedicado escasas horas a estudiar la materia. Y vendrán los gritos y
las protestas cuando la nota dada por el sufrido profesor no sea la imaginada
por el alumno, que siempre está, por supuesto, por encima del aprobado. El
profesor que suspenda, debe saberlo, se arriesga a todo. Hasta a recibir a
airados padres en defensa de sus inocentes vástagos. Y cuando a aquellos se les
muestra el examen en blanco de su criaturita, salen con la cantinela de
siempre: “Pues yo anoche se lo pregunté y se lo sabía”. Con lo cual, en el
Ministerio de educación se debería contemplar que, ante tal afirmación, hecha
por un padre o una madre, o un tutor legal, el profesor debería estar obligado
a aprobar al infante en cuestión, o a la infanta, que tanto monta.
Una excusa que siempre tienen los adolescentes, y que funciona en
algunas ocasiones, es que el profesor que los ha suspendido les tiene manía.
¿Por qué? No está claro. Pero hay que reconocer que en algunos casos los
adolescentes, y no adolescentes, tienen razón: hay niños tan inteligentes, tan
trabajadores, tan educados, tan pulcros, honestos y sabios que, de verdad, se
hacen odiosos para el común de los mortales, y más para los maestros, que los
envidian. Ahora bien quien se lleva la palma en estas justificaciones, tan
absurdas como necias, es una persona adulta, ex universitaria como mínimo, que
acusa a un su profesor de haberla suspendido tres veces, ni más ni menos, por
llevar un collar de perlas. Eso sí que es una perla. O una depravación total,
como quiere Luis Vives en la cita que abre este artículo. Máxime cuando esta
afirmación la hace un cargo público, y, para más inri, del partido que está en
el poder. Otra vuelta de tuerca.
No voy a meterme en trigos ni en berenjenales ajenos; pero creo que en
todo colegio, instituto y universidad, existe lo que se llama tutorías,
consulta, correcciones, revisión o visionado de los exámenes. ¿Vio, pues, sus
exámenes la señora que fue suspendida tres veces, las mismas que cantó el gallo
de la Pasión, por llevar perlas en clase? ¿Estuvo de acuerdo con su calificación?
Caso contrario ¿por qué no recurrió a instancias superiores? No hace falta que
conteste; está claro: tenía miedo, si protestaba, de que la suspendieran para
siempre jamás, de no poder seguir con sus estudios, ni terminar la carrera. Si
esto es así, y dado que su partido está en el poder, ¿por qué no aprovechan la
coyuntura y terminan con tanta injusticia universitaria y adolescente? Al fin y
al cabo su partido, en el poder, ha aprobado leyes para reducir las carreras a
tres años, para que los jóvenes hagan másters y se gasten el dinero que no
tienen, más las subidas de las matrículas, supresión de asignaturas, etc, etc.
Y no han tocado el elemento fundamental: que un profesor desalmado pueda
suspender a una inocente alumna por llevar perlas. Además, si está segura de
que suspendía por eso, ¿por qué no se las quitó? ¿Por qué no pidió una tutoría
y le dijo al profesor en cuestión que llevaba esos adornos de nada porque su
mamá la había obligado a ponérselos dado que los había llevado, es un ejemplo,
al oráculo de Delfos, y estaba convencida, la mamá, de su eficacia, tocada con
las perlitas la piedra del oráculo, a la hora de aprobar un examen su hija del
alma? Apolo, a quien estaba dedicado el templo de Delfos, era un poco rijoso y
algo adivino. ¿Qué lugar más idóneo, pues, para pedir por el feliz resultado de
un examen? Por lo de adivino, no por hacer árboles de mujeres.
Por supuesto que la noticia, la señora de las perlas, y el periódico
que la sustenta, tratan de hacernos creer que eso, el ser suspendida por llevar
perlas en el aula, es una verdad tan grande como, verbigracia, la catedral de
Burgos. Una pena que no podamos ver los exámenes, los tres, como los
mosqueteros, y juzgar por nosotros mismos. Sí, aquí todo son afirmaciones
gratuitas de unos y de otros y nadie presenta papeles ni avales. Y cuando no
quedan excusas, o les tienen manías, o es una persecución en toda regla, o las
filtraciones vienen del último de la fila, que no tiene ni voz ni voto, o
porque soy morena, madre, me ha dejado el mi amigo. Eso cuando no se recurre al
desprestigio, a la despiadada burla. Y ya lo dijo aquel: “quien se burla tal
vez se confiesa”[1]. Lo de
siempre. Sin pizca de originalidad ni de gracia.
Está visto y comprobado que cada uno juzga al mundo según es él, o
ella. Que esto de las manías, o de las perlitas, lo diga un adolescente, hasta
cierto punto tiene un pase. Ahora bien, que se lo crea el padre de la criatura,
o lo diga una persona adulta, y más siendo un cargo público, es hacernos a los
demás tan necios como quien hace semejante afirmación. Y colocar a los
profesores, una vez más, en el barracón de feria. Lo malo es que ahora no
estamos ante un quinceañero; estamos ante un cargo público con una carrera
universitaria terminada, suponemos. ¿Y con qué miras hace estas afirmaciones?
Están más claras que el agua sin contaminar. Son disquisiciones transparentes.
Un poquito más que las cuentas de los partidos políticos. ¿Entre qué gente
estamos, Dios? ¿Y estos, capaces de estas y otras aberraciones, pretenden
dirigir ayuntamientos y gobiernos? Miserere mei, Domine.
Decía Erasmo de Rotterdam que “en la navegación no suele confiarse el
timón a quien lleve ventaja a los demás por su cuna, por sus riquezas, por su
presencia personal, sino a quien se impone por su pericia marinera, por su
vigilancia, por su seriedad. Por esta misma causa, la gobernación del reino
debe entregarse perfectamente a quien brilla sobre los demás por sus dotes de
mando, que son: sabiduría, justicia, moderación, previsión y celo del bien
público”[2].
No hace falta decir que Erasmo se equivocó. Ni hace falta recordar
naufragios que han llenado las costas de chapapote cuando no de cadáveres. Por
no nombrar a reyes, presidentes y demás que han llevado a la humanidad a
desastre tras desastre y a amontonar muertos como se amontona basura. ¿A quién
confiarle el timón? “Determinados vicios de la Naturaleza no son corregibles ni
por la educación ni por más cuidado que en ello se ponga. En efecto, puede
existir un temperamento o tan estúpido o tan violento y desmandado, que
cualquiera que sea el encargado de su formación pierda en la tarea ingrata todo
el interés que se tome. El natural de Nerón era tan depravado, que Séneca, su
integérrimo preceptor, no pudo estorbar que saliese el más abominable y nefasto
de los príncipes que en el mundo han sido”[3].
Y ya estamos en la eterna discusión de si la virtud, la areté, se enseña
o no. En algunos casos parece que es más que imposible. Eso es lo malo.
No obstante, y para terminar, lo peor de todo esto es que muchos
políticos y muchos adolescentes, o viceversa, cada día se parecen más, como una
gota de agua a otra, como muchos padres a sus hijos: ni unos ni otros reconocen
que no han estudiado, que se han equivocado, o que han copiado en el examen, o
que se han lucrado con varios y sucesivos desfalcos. La culpa por haber
suspendido, o por verse involucrados en corruptelas y corrupciones, siempre es
de los otros. Lo de pedir perdón y tratar de cambiar son cosas de otra galaxia
o del vecino del quinto. Así que, si aceptan un consejo, si van a clase no
lleven perlas o adornos exteriores. Tal vez, para ser justos y ecuánimes, se
debería implantar el uniforme en la universidad. De esta forma no habría
posibilidad de cometer esas torpes injusticias. Que el Señor nos coja
confesados.
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