Pobre Mima. Ella, en su apasionada locura, quería lo
mejor para mí.
Imagina, fui
su primer parto en aquella finca tan alejada de los médicos. Me parió gracias a
un estornudo, después de mediodía pujando, haciéndose la idea de que era su
estreñimiento habitual y en el próximo segundo, iba a defecarme. Y ya no tenía
fuerzas ni para pensar cuando la mosca se le coló nariz adentro, causándole el
estornudo que me precipitó entre el rollo de sábanas ensangrentadas. En aquel
momento llegaba Natividad, la partera, quien me separó de Mima con un
tijeretazo.
Debe haber
sido la anemia cerebral lo que la dejó “ida del queso”; aunque se esmeró mucho
en amamantarme durante las primeras semanas, y cuando se dio cuenta de que su
leche era un agua azulosa incapaz de hacerme crecer, llamó a la prima Teresa, recién
parida también y con unas gigantescas tetas inagotables. Entonces sí que quemé
las etapas y en seis meses parecía un pichón de ternero.
Así fueron
llegando los tiempos de sus ensayos conmigo, para hacerme un hombre de
provecho, un verdadero campeón en todas las materias.
Su viudez la
protegía de testigos, así que se dedicó a alimentarme con huevos de tortugas,
testículos de toro y carne de caballo. No faltaron los cocimientos de raíces de
palma real con miel de abejas de la tierra y los enemas semanales para
mantenerme libre de empachos.
No había
cumplido los cinco años y me hacía montar a caballo y correr a la caza de las
gallinas más jíbaras. Aunque eso era sólo el desarrollo físico. Donde puso
verdadero énfasis fue en lo intelectual, y se pasaba las horas leyéndome la
novela Paradiso, Rayuela y El Péndulo de Foucault, como una preparación para La
Montaña Mágica y El Recurso del Método. De fondo, siempre la radio en una
estación de óperas.
Algunas
tardes, cuando los muchachos salían de la escuelita primaria, Mima me sacaba
por una oreja hasta el portón. Desde allí asumía porte de vigilante sobre el
palo mayor para señalarme casi siempre a Hilario, un gigantón de brazos de
gorila.
_ Arriba, pártele
derecho y rómpele la cara al hijo de puta.
Allá iba yo
con aires de condenado a estrellarme contra el grandulón; pero como a la quinta
vez Mima me había ido relatando sus puntos débiles, y de pronto le soné una
patada en los testículos que lo tiró sobre el camino real, mientras las chicas
me gritaban.
_Aprovéchalo
al muy abusador.
En esta
materia de las chicas Mima nombró a mi tío Marto como mentor, porque algunas de
ellas comenzaron a mirarme inquisitivamente, a quererme hacer cosquillas ya
sabes dónde, y yo sin saber si dejarme o si tomarlas como a otros Hilarios.
_ No seas
comemierda_ Me dijo Marto, déjate tocar haciéndote el bobo y de a poco las vas
manoseando entre las piernas, donde tienen la cosa, ya sabes, el pozo ciego.
_ ¿Qué pozo
ciego, tío?
_ La coneja, coño,
por donde mismo te parieron a ti. Ya verás cómo se aflojan y se te dan cuando
menos lo esperas. A la primera que se descuide le pones la mandarria.
Pero no fue
tan fácil lo de ponerle la mandarria a Anita la de Nicolás pincha la yuca, porque
me estrelló la maleta con todos los libros en medio de la frente y bolsas de
hielo fueron y vinieron durante una semana.
A todas estas
mis primos me evitaban como a una epidemia, porque no lograban entender mi
idioma mezcla de latinismos y párrafos completos de Paradiso, sin mencionar que
si miraba hacia la arboleda les gritaba.
_Miren, Persea
Americana, Manguifera Indica, Musa Paradisiaca, la puta de la madre que los
parió, ignorantes.
A tales
alturas, nadie se fajaba conmigo, porque tenía una fuerza descomunal y ya había
estrangulado dos cabras y cortado la cabeza a medio gallinero.
A los siete
años Mima me matriculó en la escuelita primaria con la idea de que yo enseñara
a la maestra; aunque me costó buenas tandas de reglazos por la cabeza y
expulsiones diarias, como aquella en que me puse a berrear La Donna é Mobile
cuando ella nos obligaba a la tabla del nueve, y retorciéndome una oreja me fue
arrastrando hasta el patio. Nunca olvido sus gritos.
_ Mosquita
muerta, deja que se lo diga a tu madre.
Finalmente, a
mediados de curso, Mima me dijo.
_ Hijo, no
pierdas más tiempo con esos estúpidos. En agosto vas para la secundaria del
pueblo, pronto serás astronauta.
Sin dudas que
así hubiera sido; pero sucedió algo insólito, un día de agosto. Recuerdo que
Mima preparaba su café a las tres de la tarde cuando un rayo rajó el techo y se
le vino encima.
La cocina se
convirtió en una masa de humo oliendo a pólvora y ella se precipitó hacia la
sala donde yo desarmaba un radio para encontrarle los locutores y asesinarlos. La
vi llegar completamente desnuda, sin un pelo en el cuerpo, muerta de risa.
Al rato se
puso su vestido de salir y regresó junto a mí.
_ Pepito, vete
a jugar un rato con tus primos, y compórtate como un muchacho normal, olvida
toda la porquería que te he enseñado.
Yo quise
hacerle caso, como siempre; pero algo se había roto entre nosotros, entre mí
mismo y la realidad, y cuando salí en busca de los primos, ellos no me creían, sospechaban
de alguna treta, se escabullían con lo de “me están llamando”, “déjalo para
mañana”.
Supuse que la
culpa había sido del trueno, que Mima se estaba volviendo loca, y me empeñé en
seguir sus consejos de antes, de cuando era la gran generala.
Cómo iba a
aprender a ser un hombre normal, de ahora para luego, una normalidad que antes
era estupidez, si ya en agosto iría para la secundaria sin haber terminado el
segundo curso de la primaria, si en apenas un par de semestres andaría rumbo a
la luna en un cohete espacial como los de Julio Verne.
Así que llamé
a mi tío Marto para pedirle consejos.
_ Tú sabrás
mejor que yo_ Me dijo rascándose el cogote_ Yo la veo diferente, y tú no has
cambiado…sigue tu camino, que si no has preñado a nadie hasta ahora, en la
secundaria te sobrarán oportunidades, y a la mierda lo demás.
Pero no tuve
apoyo en lo de la secundaria prematura, Mima no se parecía a la de antes, y
andaba noviando con un vecino recién llegado a la sitiería, para colmo casado. Fue
cuando conocí los celos con su carga de odio. Mi primera reacción fue la de
matar al tipo, darle un leñazo con un buen palo de monte por la cabeza. Suerte
que tuvo, porque ella descubrió mis intenciones y estuvieron citándose en
secreto por varios meses.
Yo no tuve más
remedio que seguir en la primaria, tratando de aprender a ser un chico normal,
mientras una tristeza incurable se fue adueñando de mí.
Me siento agradecido y muy honrado al ver este cuento humilde y vivencial es estas páginas. Pido disculpas por la tardanza en dar fe de mi agradecimiento. Estaba liado con mil cosas, pero Jeni me había dado la grata noticia. Un abrazo grande, amigos.
ResponderEliminarNo tienes que agradecer nada Pastor. Eres un "amigo de la casa" y además un excelente y gran escritor. Mientras nos quede un hálito de inspiración te seguiremos publicando con todo nuestro afecto y admiración.
ResponderEliminarEva y Carlos