Alberto Boco nació el 5 de noviembre de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que
reside, en la República Argentina. Poemas, reseñas y artículos suyos han sido
difundidos en revistas literarias impresas (por ejemplo, “Río Grande Review – A
bilingual journal of Contemporary Literature & Arts – Nº 36, otoño 2010 y
“Nagari” Nº 1, de 2012, ambas de Estados Unidos de América) y en varias
virtuales de Argentina, Colombia, Brasil, Rumania y USA. Obtuvo el Primer
Premio (“Ciudad de Junín”, 2005) en el Primer Concurso Nacional de Poesía
“César Domingo Sioli” y menciones en otros. Fue miembro del jurado del Certamen
de Poesía “Leopoldo Marechal”, organizado por el Museo Saavedra y la Fundación
Leopoldo Marechal, con motivo del centenario del nacimiento de dicho escritor,
en 2000. Co-coordinó el Café Literario “Mirá Lo Que Quedó”, junto a Alicia
Grinbank, Alfredo Palacio y Rolando Revagliatti, en el Centro Cultural
“Raíces”, de la ciudad de Buenos Aires, en 2007. Entre 1986 y el corriente año
publicó los poemarios “Arcas o pequeñas
señales”, “Galería de ecos”, “Ausentes con aviso”, “Cartas para Beb”, “Riachuelo”, “Malena”, “Estación de nosotros” y “Visitas inoportunas”. Inéditos permanecen
“Perro, de Goya”, “Noticias del tiempo”, “Redes o ciudad en su siglo”, “Palomas en el cable de la luz”, “Para un programa de disolución”, “Árbol de oro”, “Paisaje fronterizo”, “Golpe
de vista de Paraland”, “Opaca no es
la noche”, “Química orgánica”, “Cosas que andan sueltas”, “QO II”, “Los perros cueteros (y otros abandonos)”, “Evanescentes, in propios y pequeño” y “El desierto” (los dos últimos, en preparación).
1 – Tu primer poemario acabo de
leerlo por tercera vez, y el tercero, de 1997, acabo de leerlo por cuarta vez.
Ambos aparecieron a través de una colección (Todos bailan) de un sello (Libros
de Tierra Firme), cuyo responsable ha sido un editor y poeta de extensa
trayectoria: José Luis Mangieri (1924-2008). Y de aquí salto a aquella noche en
la que vos con Alicia Grinbank y Alfredo Palacio, en uno de los seis encuentros
que conformó “Mirá Lo Que Quedó”, le realizaron una entrevista a Mangieri.
¿Quisieras referirnos cuál es tu recuerdo de él y en qué aspectos
principalmente lo valorás?
AB – Rolando, en principio te agradezco, tamaño
esfuerzo de lectura el tuyo. Espero no te hayan resultado muy pesados esos dos
textos. Efectivamente, ambos publicados por el recordado José Luis, que en
diciembre de este año estaría cumpliendo 90. Lo conocí tardíamente, recién en
1984, a poco de emerger de su largo exilio interior tras la sombra dictatorial
que todos padecimos, en un encierro que no le debe haber sido fácil a un tipo
activo y andariego como él. Fue en casa de viejos amigos. A partir de ahí, y
desde que le llevé los originales de “Arcas
o pequeñas señales”, se fue consolidando un vínculo, en su casa de la calle
Mercedes, en largas charles con mate o café, ginebra, empanadas, asados que
rápidamente inventaba con el fácil expediente de “Albertito, ¿te quedás?...,
ponemos un par de churrascos en la parrilla…” …, y yo…: “Dale, José Luis, cruzo
a comprar un vino…”. Valoro su condición abierta, su generosidad, el sentido
del humor, siempre irónico, su sencillez, su percepción para captar donde había
un texto poético de calidad entre todo lo que pasaba por sus manos, su
irrenunciable militancia y su honestidad para sostener sus ideas (no sólo las
políticas), su sentido de la hombría… ; y entre lo más destacado, el apoyo que
brindó a la generación de poetas que emergieron después de la noche ‘76-‘83,
cuya publicación y difusión sostuvo con esfuerzo y convicción, la misma con la
que había lanzado su ya legendaria editorial “La Rosa Blindada”. Tampoco hay
que perder de vista que desde su militancia poética, política y social
irrenunciable, cuando Juan Gelman, ya en democracia, no podía volver a la
Argentina por no sé qué estúpida cuestión de formalidades legales paridas en
tiempos de indigencia (tenía que pagar una ridícula multa de miles de dólares
para no ir preso, o algo así, no recuerdo bien los detalles), él fue uno de los
que movieron cielo y tierra, junto con Horacio Verbitsky, para que una de las
mayores voces de la poesía argentina, pudiera ser dignamente recibido en su país natal. Me
pareció entender que algunos miembros del oficialismo de aquel momento se
hicieron los distraídos.
Supimos en 2008 que
José Luis estaba enfermo y que había decidido quedarse en su casa, acompañado
por sus hijos. El primero de noviembre, estábamos unos cuantos amigos comiendo
un asado en casa de Leopoldo Castilla, “el Teuco”, cuando Marcos Silber atendió
el teléfono y se enteró que había fallecido. Quedaban unos pedazos de carne en
la parrilla, tibias por los rescoldos que aguantaban… Preveíamos para la
nochecita meter más fuego y mandar carne para seguirla, pero la parca nos hizo
cambiar los planes, fuimos al velatorio de José Luis en la Biblioteca Nacional.
Me veo parado esa tarde, delante de la parrilla, cuchillo en mano y puteando,
llorando al amigo, al poeta, al editor, todos callados; así es la vida.
2 – No son tantos los autores que
conforman un libro con un único poema. Sos uno de ellos. Tales el édito
“Riachuelo” (de 2008) y los inéditos “Para un programa de disolución”, “Golpe
de vista en Paraland”, “Opaca no es la noche”, “Química orgánica” y “QOII”.
(Añado que de los cinco poemas que constituyen tu tercer libro, el que le da
título, ocupa ocho páginas.) ¿Cómo los planeás, Alberto? ¿Cómo los elaborás?
¿Hay “desfallecimientos”, en ocasiones, durante cada proceso? ¿Hay alguno que
hayas previsto y que desecharas o abandonaras
por no satisfacerte la ejecución?
AB – Es posible que sean pocos, en el ámbito local,
los que escriben poemas extensos, en todo caso yo no conozco, o a lo sumo a un
par. Conmigo creo que tiene que ver con un algo, como una tendencia, que viene
desde el principio. Mi primer poemario puede ser visto casi como un poema
extenso, un solo tema con diferentes momentos, articulado como un solo poema.
En ese caso fue planeado como un libro, con diferentes momentos y casi un mismo
lenguaje, pero no como un solo poema. Con “Ausentes
con aviso” ya aparece la visión de un solo poema extenso, que es el que da
título al libro. Ahí, como en los otros casos que mencionás, ya se trata de un
solo poema como proyecto.
En general, cuando
aparece la visión que dispara un texto uno empieza a escribir y en un momento
sabe que el poema se está cerrando; y entonces hay que abandonarlo, como he
escuchado que dicen: los poemas no se terminan, se abandonan. Pero en el caso
de los extensos veo que empieza algo que pide pista y siento que no se cierra;
es ahí donde se impone una especie de trabajo para organizarlo y que no se vaya
de las manos. Desfallecimientos no hay, porque mientras están en proceso de
escritura me campea una especie de obsesión, una curiosidad por lo que va
apareciendo, por saber a dónde va; lo llevo a cuestas al poema. Ahí aparecen
puntos como de condensación, como remansos de una corriente, que es por donde
algo que parecía abandonado versos atrás, se precipita y reaparece como más
condensado, completándose, o resignificado, y lo que parecía haber perdido su
eje en una digresión, reaparece y restituye el foco del poema, que sigue siendo
el mismo pero está en otro lugar. En la ejecución es como si supiera a donde
voy pero sin saberlo del todo y el poema va encontrando el camino pero dando
vueltas, haciendo como que se va por las ramas. El más extenso que he escrito
es “Riachuelo”, que es una mirada histórica y personal llevada de la mano por
ese curso de agua espesa donde vi flotando las botellas y los bidones en la
capa de aceite, como dice al principio del poema. Esa fue la imagen que lo
disparó. Coincidió con un tiempo en que viajaba a menudo a la ciudad de La
Plata por trabajo, en el 2000; iba en tren, a la mañana temprano, cruzaba por
ese puente de hierro viejo, bastante más arriba de la desembocadura, en
invierno, con niebla, recién amaneciendo, un par de veces vi unos chicos que
andaban cirujeando, ya a esa hora.
Entre el sueño, el frío, la niebla, el sol que apenas está asomando,
la mirada se me hace muy distorsionada, muy subjetivizada sobre los seres y las
cosas, y uno ahí está como con la guardia baja y las cosas te entran como más
fácil, y más profundo, y esa creo que es la condición, en mi caso, con la
mirada medio atravesada, para que se disparen visiones que van a parar a
palabras y a veces a poemas, extensos o no.
Nunca deseché un poema
extenso, en todo caso algunos los he retrabajado más que otros. El libro que
acaba de publicar la editorial El Jardín de las Delicias, “Visitas inoportunas”,
que no presenté todavía y espero poder hacerlo antes de fin de año, también es
de poemas extensos; son sólo cuatro poemas, no tan largos como “Riachuelo” o los otros que están
inéditos, que ocupan un solo libro, pero sí son poemas de varias páginas.
3 – El poeta Rubén Chihade
(1941-2001) afirmó hace más de quince años que vos detenés y perpetuás las
imágenes. Y si lo resalto es porque obviamente algo me sucede con esa
afirmación. A vos, que sos su referente: ¿qué te sucede con ella? ¿Qué
compartís? ¿Lo harías extensivo a todos tus tratamientos, a todos tus
“asuntos”?
AB – Mirá qué cosa, a pesar de que fuimos muy amigos y
nos veíamos mucho con Rubén en sus últimos años de vida, nunca tuvimos
oportunidad de discutir esa opinión. Me gustaría, ya que traés el tema,
recordarlo y decirte, y decirme, que me gustaría tenerlo a Rubén cerca; se fue
joven, nos dolió mucho su muerte a todos los que lo queríamos, que no éramos
pocos; era un tipazo, muy buen poeta, gran animador y organizador de ciclos de
poesía, encantador y siempre dispuesto a comunicar a los poetas entre sí.
No sé si detengo y
perpetúo las imágenes, puede que en su visión de mis textos él observara esa
cualidad. En el proceso de la escritura, que, valga la digresión, considero el
más importante de todos, incluyendo la corrección o el retrabajo, la lectura
pública (hecha por el propio autor o por otros) y la publicación, con
presentación incluida y panegírico a cargo de los amigos, es donde las imágenes
aparecen y uno debe tratar de sujetarlas para que no pierdan su potencia,
porque las imágenes tienen esa energía en sí misma, esa potencia, que tiende a
dilapidar su fuerza y pueden llegar a desleírse en el texto; no se jode con las
imágenes, hay que respetarlas, casi amarlas y hacerlas fluir escanciadas en el
texto del poema para que su efecto sea preciso y no una dilapidación verbal, o
la temible caída en un lugar común (que es como una imagen desbarrancada por un
precipicio). Tal vez en ese sentido de querer sujetarlas, para que doten de
máximo sentido y expandan el texto, es lo que Rubén captó y quiso expresar
diciendo esto que plasmó en la contratapa del libro. Ya no tendremos modo de
saberlo. Desde fines de aquel trágico diciembre de 2001, Rubén integra las
vastas legiones de la nada.
4 – Están recién presentándose
“Estación de nosotros”, a través de la colección Pippa Passes del sello Buenos
Aires Poetry, y “Visitas inoportunas” por Editorial El Jardín de las Delicias.
Considero oportuno inquirir sobre esas visitas, esa estación, ese nosotros.
AB – Sí, el 23 de septiembre pasado, hace unos pocos
días, acompañado por los poetas y amigos Luis Benítez y Alfredo Palacio, y al
cuidado de Juan Arabia, otro querido y joven amigo y poeta, como editor de
Buenos Poetry, se presentó “Estación de
nosotros”, que fue escrito durante 2010. Aunque este año salieron casi
juntos, “Visitas inoportunas”,
publicado por la editorial dirigida por el poeta y también querido amigo Luis Bacigalupo, fue escrito mucho antes, entre 2000 y 2002.
El azar, que rige cada instante de nuestra existencia, hizo que su publicación
uniera los 8 a 10 años que separan a esos libros.
“Visitas inoportunas” es donde se
condensa la impresión de la mirada puesta sobre obras de arte, cosa que aparece
suelta en varios trabajos míos. Como te decía, se trata de cuatro poemas
basados en una pintura y tres esculturas. De algún modo fue resultado de los
efectos que me produjo la lectura de “Autorretrato
en un espejo convexo”, de John Ashbery, sumado a mi admiración por todo lo
que una observación detenida sobre una obra de arte puede suscitar en la
mirada, en mi caso particular, disparando múltiples reflexiones, imágenes,
sentires y pensamientos. Son visitas y son inoportunas porque un visitante que
mira una obra hasta querer arrancarle sus manifestaciones más escondidas,
aunque sean producto de la imaginación del que mira, mínimamente es un sujeto
poco oportuno, casi como una especie de usurpador.
“Estación de nosotros” es un
poemario cuyo eje es el amor; no es un libro de amor; suelo decir que es mi
libro ‘sobre’ el amor y no ‘de’ amor, un diálogo entre lo tierno, lo hondo y
oscuro que tiene el amor y el entorno en que suele darse, la vida diaria con su
realidad, sus miserias y sus espantos, las imposibilidades, los recuerdos y las
brutalidades de la vida y de la historia, todo junto y mezclado en la puta
realidad, digamos.
5 - ¿Cómo “sobrellevás”, Alberto,
mantener concluidos y sin socializar trece poemarios? Sobrevuelo los títulos y
elijo algunos de los que me provocan curiosidad: “Para un programa de
disolución”, “Opaca no es la noche”, “QO II”, “Evanescentes, in propios y
pequeño”. ¿Podrías tentar una semblanza de esas propuestas?
AB – En principio, no veo la escritura, la mía al
menos, como un proceso que haya que socializar. La escritura de poesía la vivo
como un ahondar en una experiencia vital y estética y a la vez como un proceso
de conocimiento, algo que no se puede dar de otro modo que no sea intentando
hacer poesía, y no estando seguro nunca de lograrlo. Por eso afirmaba antes que
el momento más importante para mí es el de la escritura. Todo lo demás es
suplementario; si se puede publicar, está bien; si el juicio estético de un
determinado jurado lo premia, está bien; si se publica y muchos lo leen está
bien; si se presenta y uno disfruta tomando un vino con los amigos, también
está bien, pero insisto, lo más importante ya sucedió.
“Para un programa de disolución” es donde describo mi conciencia del azar; por ejemplo, mi abuelo
materno, que combatió en la primera guerra mundial 1914-1918, vio explotar
cañonazos y destrozar compañeros a pocos metros de sus ojos y a él no le tocó
morir; otra vez, enfermó de malaria (muy común en la guerra de las trincheras)
y lo internaron: su regimiento (o como se llamara) de más de tres mil
quinientos hombres, fue aniquilado pocos días después en una avanzada, sus
enemigos no tomaron ni un prisionero. Si hubiera muerto ahí, yo no existiría.
Eso aparece brevemente en ese libro, donde reforzar ese pensamiento del azar y
convertirlo en un sentir se parece bastante a un proyecto de disolución de
ciertas pretensiones del yo, esa cosa que hace que nos creamos que somos algo
cuando somos menos que una brizna en el viento del universo. Aclaro que no
tengo creencias religiosas, cosa que, sospecho, facilita estas aventuras del
pensar y del sentir en la trabajosa tarea de integrarlos.
Los otros libros
tienen que ver con que la opacidad no es un fenómeno de la oscuridad ni de la
noche, tampoco del llamado espíritu o como prefieran denominarlo, sino que es
un existir que lo portamos a la luz del día, está siempre presente, en todos
los intersticios que podemos ver en cada instante de la vida, en nosotros y en
los otros, falta nomás agudizar la mirada para percibirlo: la poesía puede
aportar esos espacios de agudeza. La química orgánica (hay un libro que se
llama “Química Orgánica” y este otro,
al que vos te referís, “QOII”, cuyas
iniciales responden a Química Orgánica II, como si fuera que al primero le
quedaba algo por expresar) es la que regula este milagro de equilibrio
inestable que es la vida, donde se despliega desde lo más denso de nuestra
materialidad, hasta lo más sutil, eso que nombramos con las palabras alma o
espíritu, “esa parte que no sale en las radiografías”, pero que forma unidad
indisoluble de todo lo que somos y se diluye en la nada cuando nos llega el
momento.
“Evanescentes, in propios y pequeño” es un libro en preparación sobre el que mucho no sé todavía, son
todos textos breves; los Evanescentes tal vez dan cuenta de lo que se escapa en
palabras por entre los dedos de la escritura; los Impropios aluden quizá a lo
que no nos pertenece (como si de verdad algo nos perteneciera); y lo Pequeño es
acaso la mirada de la poesía sobre lo ínfimo, lo que desechamos o no
percibimos, como convencidos de su irrelevancia, y sin embargo esas existencias
o entidades nos dan algún testimonio de la existencia nuestra, como si la
reafirmaran, y hablan de nosotros mucho más de lo que creemos. (sigue el
próximo martes)
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