A las afueras de Lagos, la capital de
Nigeria, en la zona de los suburbios pobres y abandonados, era moneda corriente
ver a los chicos desharrapados y sucios jugando al fútbol. A veces se juntaban
22 pero las más de las veces superaban esa cifra, y los días de lluvia o
bombardeo no juntaban ni diez.
Pero
los niños, en su mayoría de color, competían con una pasión y un entusiasmo
dignos de los mejores potreros sudamericanos. Pobremente vestidos, la mayoría
de ellos descalzos, corrían con una velocidad y habilidad encomiables. Era
evidente que si en algún lugar del mundo estaba el futuro semillero del fútbol,
ese lugar era África.
En un entrecortado yoruba – una de las lenguas tribales del país – se dictaban
órdenes precisas y tajantes, que podían significar desde un “pasala” hasta un “tiralo”.
Luego de jugar todo el día, las madres color ébano salían a las puertas de sus precarios
ranchos y comenzaban a llamarlos por su nombre, pues era ya la hora de la cena.
Ese
día sin embargo, se juntaron pocos. Sobre la mañana temprano había habido un
bombardeo sobre el centro de la Capital y muchos habían faltado al colegio.
Pese a ello, al menos siete se juntaron y comenzaron a patear con entusiasmo al
grito de “Messi” o “Ronaldo”, nombres mundialmente reconocidos hasta en los más
alejados confines de la tierra. Eso sí, quedaron que esa tarde deberían tener
cuidado con los cabezazos, no fuera a lastimarse alguien.
Antes
de ponerse el sol, las sirenas comenzaron a aullar y ya se escuchaban en la
periferia. Pasaron dos camiones repletos de hombres armados y las madres entre
gritos llamaron a los niños a sus casas. Cuando llegaban a sus brazos los
abrazaban y protegían entre sus enormes senos, como si solo ellos fueran garantía
contra toda tragedia. Luego se perdían entre los matorrales y las taperas.
Uno
de los últimos chicos que se iba se dio cuenta. Y le avisó a Sunday. Se estaban
olvidando la pelota que habían encontrado para ese día. Agitando sus piernas
largas y huesudas, el niño negro fue tras de la piedra que hacía las veces de
arco a buscarla. Y volvió corriendo a su casa con la calavera marrón bajo su brazo.
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