¿Dónde las copas cargadas de sueño?
¿Lo sabes tú?
en el estadío alucinante del tiempo?
Digo que el Hombre fluye por los siglos
con la transparencia de lo hondo,
con los gérmenes de las sustancias esenciales,
con sus lúpulos de idénticas estrellas.
Y digo que la órbita de la poesía
es fina llamarada a sus ojos,
un rocío al tacto,
un árbol enorme abierto a las auroras.
¿Dónde pues, el vaso incólume del sueño?
¿Dónde el caracol y la lombriz se hacen uno,
febriles y graduales?
¡Dilo tú, padre Whitman, pertinaz y terco en la vigilia productiva!
¡Tú, hermano Longfellow, laborioso y saturado de silencios!.
Sólo soy un hombre que embrida junto a otros
un gramo de verdad, un minúsculo gramo
bajo la comba demencial de la noche.
Sólo traduzco el breve aletear de las abejas
en su vuelo infinito hacia las flores
y en esa labor voy devorando estas raíces súbitas,
esta espesa nata de delirio, invicta y terrenal,
donde otros buscan, ciegos y cansados,
la concha azul, el hilo enredado, las ruedas
zanjando los círculos concéntricos, los salmos
perdidos para siempre en las promesas,
¡el anillo de la muerte tras las órbitas!
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