Hoy ha terminado el
curso. Me he despedido de muchos alumnos a los que nunca más volveré a dar
clase. Con algunos de ellos he pasado tres y cuatro años, yo diría que más bien
gozosos. Los echaré de menos.
Hoy, tras comer, rápidamente, me he sentado ante mi mesa emocionado: esos alumnos, de un curso de la ESO, me han regalado un cómic de Astérix en latín. También la dedicatoria estaba escrita en latín. Me dan las gracias por los años pasados, y se despiden con un magnum osculo. En la primera página del tebeo están las firmas de todos, algunas, las de las chicas, con corazoncitos rojos muy monos. Las echaré de menos.
Hoy, tras comer, rápidamente, me he sentado ante mi mesa emocionado: esos alumnos, de un curso de la ESO, me han regalado un cómic de Astérix en latín. También la dedicatoria estaba escrita en latín. Me dan las gracias por los años pasados, y se despiden con un magnum osculo. En la primera página del tebeo están las firmas de todos, algunas, las de las chicas, con corazoncitos rojos muy monos. Las echaré de menos.
Cuando, emocionado,
me disponía a leer las aventuras del pequeño galo y de su orondo amigo, siempre
luchando contra los romanos, ha sonado el teléfono. Me da pánico que suene el
teléfono a esas horas: siempre, por regla general, llama alguien invitándome a
cambiar una compañía, luz, agua, gas, televisión, teléfono, por otra. Cuando no
ofrecen el oro y el moro por esto o aquello, o una tumba en un lugar soleado,
tranquilo y silencioso. Al principio me daba vergüenza decir que no, que no me
interesaba nada de cuanto me ofrecían; y trataba de ser educado, de evadirme
con buenas palabras... pero no tardé en percatarme de que decía que no a todo
de forma clara y rotunda, poniéndome a veces en plan grosero y maleducado, y
colgaba el teléfono, o comprometía todo mi tiempo en hacer siempre lo que los
demás querían. Hoy lo tengo claro: como dice un galeote de una conocida novela,
tantas letras tiene un sí como un no, así que me decanto invariablemente por
esto último, doy las gracias, requiero el manteo y cuelgo el teléfono sin más.
Me podrán considerar un maleducado, tal vez con razón; pero, al menos, ya no me
molesta nadie; ni nadie viene por casa con ofertas y falsos regalos, así que
puedo pasar horas y horas leyendo o estudiando latín sin absurdas
interrupciones.
Con esa intención, y
en tanto me recreaba con las firmas de mis ya ex alumnas, he descolgado el
teléfono en cuanto este ha sonado. Ahora, sin embargo, no me ofrecían la
felicidad eterna o viajes por aquí o por allá, o descuentos que nunca acabo de
entender. Ahora tenía que contestar, si era tan amable, una pequeña encuesta.
Me ha preguntado una voz femenina qué me había parecido el discurso del nuevo
rey español, Felipe VI. Una pregunta necia y absurda: todos los discursos de
quienes pretenden estar por encima del bien y del mal, de unos y de otros,
terminan por ser hueros, vacíos y carentes de interés; tan vacíos como las
grandes palabras que nada dicen, y que son mentira: la justicia es igual
para todos, etc. Además, y aquí estaría el quid de la cuestión, me parece
que los discursos del monarca los escribe el partido que está en el poder. Lo
cual es el colmo de las necedades, pues nada nuevo van a ofrecer como no sea el
intento de perpetuarse ellos en la poltrona, cosa tan vieja como la tos. Sería
deseable, por el contrario, y por si el nuevo rey metió algo de su propia
cosecha, que, aprovechando las nuevas tecnologías, en sobreimpresión, en la
televisión, aparecieran cuáles son sus propias palabras, y cuales las del
escribano de turno. Y entonces tal vez muchas personas se preguntarían cuál es
la verdadera función del rey. Sí, ya sabemos que reina pero no gobierna. Ahora
bien, ¿qué es reinar? ¿Incluye reinar acabar con la corrupción? ¿Y si todo el
país sigue votando a los corruptos, estamos en una democracia, y el rey no los
quiere ni en pintura? ¿Los puede expulsar del reino como en siglos pasados
otros reyes expulsaron a judíos y moriscos?
Hace años tal vez por
romanticismo, me hubiera definido, ante el teléfono, como republicano. Pero
tuve la desgracia, siendo muy joven, de poder hablar con parte de mi familia,
republicanos durante la guerra civil; y me percaté oyéndolos de aquello tan
antiguo de que tantas imbecilidades se pueden decir en latín como en inglés.
Ahora bien, no por ello dejo de tomar partido: en este país cierto sector, que
por regla general va a misa los domingos y fiestas de guardar, ha sido muy democrático
cuando le han votado a él. Cuando ha perdido las elecciones siempre ha dicho
que quien las ha ganado, por supuesto, estaba atentando contra la esencia del
país, que es la esencia de sus propios intereses. La misma vieja canción de
siempre: los senadores romanos proclamando el peligro que corría la madre
patria con el triunfo de los Gracos. Y lo que corría peligro eran sus tierras y
privilegios, que con nadie querían compartir.
Hace días leí en
varios periódicos que se ha agrandado, en este país tan monárquico, la brecha
entre ricos y pobres. No me extraña. A veces pienso, y de economía sé bien
poco, que todo esto de la crisis no ha sido sino un invento de alguien, con muy
pocos escrúpulos, la verdad, para ganar más y tener a la canalla bien sujeta.
No se entiende de otra forma que haya aulas con unas pizarras que ya utilizaba
el Cid Campeador, y que a los jugadores de fútbol, los de la selección, se les
prometa unas primas que ningún profesor ganará nunca jamás ni aun dando la más
magistral de las clases. Pero, claro, en las clases muchos alumnos se aburren y
dan muestra de su mala educación, que se aprende en casa, por mímesis; y creo
que nunca he visto a nadie dormirse en un partido de fútbol. Hay crisis, pues,
para material escolar, pero no para el circo. ¿Y va a acabar el rey con esto?
¿Cómo? ¿Modificando el sistema educativo?
Ni el rey ni la
supuesta república. Pues suponiendo que un partido republicano llegara al
poder, tendría que hacer unos cambios tan profundos que no duraría en la
poltrona ni dos horas seguidas. Y sabido es que los partidos políticos han sido
creados, y se mantienen, no porque tengan una idea de estado o de gobierno sino
para llegar al poder y perpetuarse en él a costa de lo que sea. Y así algunos
de ellos no han atajado la corrupción, en sus propias filas, tal vez por miedo
a quedarse con dos fieles y cuatro feligreses, y perder todas las prebendas.
¿Ante eso qué puede hacer un rey? ¿Leer los discursos que le escribe el partido
en el poder? ¿Hacer subir al cadalso a unos cuantos y que rueden cabezas?
¿Romper la alianza políticos-jueces a fin de lograr condenas para los
culpables? ¿Puede hacer esto un rey parlamentario?
A veces salía de las
clases desmoralizado. A veces en vez de dar clase, hacíamos debates. Quería
saber, yo, qué iban a estudiar en la Universidad. Muchos no lo sabían, no lo
saben. Muchos están desmoralizados. ¿Qué pueden hacer para tener trabajo el día
de mañana? Les recomendaba que estudiaran lo que les guste, pues de lo
contrario, se amargarán toda la vida. Y me tenía que morder la lengua para no
recomendarles que se hicieran políticos y robaran cuanto pudieran. Pues a veces
salía de clase con el triste sentimiento de haber estado tomándoles el pelo:
¿para qué explicar unas cosas que la sociedad no les da ningún valor? ¿Para qué
amargarles la existencia con unas explicaciones que no sirven para nada? ¿Y
sirve para algo estudiar? Siempre les ponía el ejemplo sangrante que tenían
ante sus ojos: en el centro había un doctor en filología española que impartía
clases de todo menos de lo que había estudiado. ¿Por qué? Porque al poder le
gusta hacerse notar; y ya se encarga, entre otras cosas, de que nadie se pueda
mover ni protestar: sueldos bajos, hipotecas altas... Dudo mucho que ni rey ni
roque cambien la vieja situación. Y, desde luego, las reformas educativas son
reformas para cambiar lo cambiable para que cambie a favor del rico, de quien
tiene.
Siempre me quedo con
mal sabor de boca al finalizar un curso. Siempre me quedo con la impresión de
no haber sido honesto con los alumnos, de haberles mentido; de tratar que
fueran de una forma que no es la corriente ni la usual. Ahora bien, también
creo que eso, la autenticidad, es lo que les dará algunos momentos felices en
esta vida. Y según la dedicatoria, en latín, conmigo han pasado muy buenos
momentos. Algo es algo. Nadie podrá quitarnos la paideia, los viajes en
busca de piedras romanas o románicas y alguna que otra clase. Todos sabemos que
no es esencial vivir bajo esta o aquella forma de gobierno, sino estar gobernados
por personas íntegras... Pero ya hace siglos que un viejo filósofo se dedicaba
a buscarlas con una linterna y a plena luz del día. Y entonces no había bancos
ni banqueros, ni preferentes ni periódicos. Sí, los tiempos cambian que es una
barbaridad. Menos mal que nos podremos reír con Astérix. A pesar de que no era
yo quien les daba clases de latín a estos aventajados alumnos, que ni saben
declinar el famoso rosa rosae porque jamás han estudiado la lengua de César.
Tengo que decir que hoy ha sido la señora de la encuesta la que me ha colgado
el teléfono a mí. Algo hemos avanzado. Que tengáis muchos momentos felices. Os
recordaré mientras viva. Clik.
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