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martes, 24 de junio de 2014

OCHO MINUTOS®, por Irene Mercedes Aguirre, de Buenos Aires, Argentina


Desde hacía tiempo, el Hombre se sentía tenso y vigilante, sin saber por qué.  Percibía algo oscuro en el aire, como un presagio que se aproximaba por las noches y revoloteaba sobre su cabeza, agitándolo. Al parecer, los demás nada notaban. En la vasta ciudad silenciosa, los eficientes robots realizaban las tareas  indispensables bajo la  tenue luminosidad circundante. Ajenos a todo, sin pasado, dormían los demás humanos en literas idénticas y  en cuartos semejantes. Hacía ya mucho tiempo que el ayer se había borrado de sus mentes y de sus emociones.

El caso del Hombre era realmente excepcional en muchos aspectos. Había nacido, como todos los de su especie, de padre y madre desconocidos, a través de una combinación genética programada, en los laboratorios situados al este de la Tierra de los Volcanes. Allí, la calidad de la reproducción humana  nunca había sido cuestionada… hasta que él nació. El Hombre era una muestra acabada de que las fallas podían ocurrir en ese mundo aparentemente tan predecible y seguro. En efecto, en aquellos tiempos de nuestra historia, se necesitaban individuos que se ajustaran estrictamente a los objetivos de los programas en marcha y él  respondía  precariamente  a tales expectativas. Tal vez, durante la manipulación de los genes que le dieron vida, se combinaron  en niveles demasiado sutiles, que orillaban peligrosamente un perfil y una sensibilidad que aquella sociedad quería desterrar por completo. Tal vez los médicos estuvieron recombinando  al borde de la mística y la imaginación desbordante.  Nunca se supo con certeza el origen de la falla. Lo concreto fue el  resultado. Resultó un individuo con características altamente novedosas y fuera de lugar, en un mundo encuadrado en férreas normas de comportamiento racional, pragmático y eficiente.
El Hombre se aburría en ese ámbito que le resultaba monótono y triste, exactamente igual de monótono y triste que los de cualquier otra parte. Flotaba en todos lados (y él lo percibía confusamente), la sensación de inutilidad y el desarraigo de la vida. Considerado como una “falla” humana, se le permitía vagar libremente, tildándolo en voz baja de loco. Aún así, todos lo consideraban un ser  pleno de mansedumbre. Apenas se le exigían algunas colaboraciones esporádicas en tareas de menor cuantía fuera del complejo. Esta circunstancia había contribuido al desarrollo de sus singulares meditaciones, sin mayores tropiezos.  En apariencia, era alguien como los demás pero había desarrollado la capacidad, innata en él,  de analizar críticamente su medio,  las actitudes, las  falencias, las falacias, en todo lo que lo rodeaba. Captaba el encierro de los demás hombres, aún sin que ellos  mismos se dieran cuenta.  Los veía transcurrir su existencia dentro de un círculo de soledad y dolor, opacado su entendimiento por la ignorancia  acerca de quiénes eran  en realidad.  Porque les faltaba una dimensión a todos ellos que el Hombre oscuramente intuía en su sensitivo cerebro.  El presente, reflexionaba, no puedo asirlo, ya que a medida que lo vivo va pasando inexorablemente.  Del futuro nada sé concluía, salvo tener una proyección en  función de lo que ocurre hoy. Y luego recapacitaba que  todo depende de un número tan enorme de factores que es casi imposible predecir lo que vendrá.  Entonces ¿Quién podría darle la comprensión cabal de quién era?  Tal vez, se dijo para sus adentros, la clave del asunto esté en otra parte, en el pasado, del que nada sabía, igual que los demás.
Para salir de dudas, pidió y obtuvo permiso  para reorganizar los archivos del edificio denominado “Zona de documentación reservada”. Era gris e imponente, ubicado en la Avenida Novena, a pocos metros de la Plaza Mayor de Convocatorias.  Al penetrar en esa atmósfera enrarecida  y las salas donde reinaban el des cuido, la humedad y la desidia, percibió olores que le eran vagamente familiares.  Es que las enormes carpetas con fotografías, los estantes cargados con libros polvorientos y las cajas conteniendo viejas publicaciones de todo tipo, le susurraban rumores de otras épocas, donde abundaban  las bibliotecas, los aromas  de café en mesas de estudiantes, las tensiones por los exámenes, las confidencias y discusiones entre amigos, en fin, cuando  la vida reinaba.  Cada búsqueda y cada encuentro, en los meses  que estuvo dedicado a dicha tarea,  le fueron despertando universos dormidos, soñados,   añorados,  secretos…. Y la pregunta inevitable rondó entonces  por su cabeza ¿Qué  había ocurrido  para que los hombres  olvidaran lo más propia de ellos, dejando de lado la memoria y abandonando la búsqueda  de sí mismos y del sentido del mundo que los rodeaba?
Al parecer, todo había comenzado a fines del siglo anterior, cuando los humanos dejaron de preguntarse, cada vez  en mayor número, acerca de los porqués de la existencia.  Se habían convencido, casi sin darse  cuenta, que las respuestas a esas preguntas resultaban  siempre muy fatigosas e inquietantes, y que además no les aportaban soluciones prácticas  para el diario vivir. Así, poco a poco, los hombres cubrieron con un manto de olvido a sus antepasados, a las tradiciones, a las costumbres  y modos de otros tiempos,  por considerarlos temas irrelevantes para su vida presente. Al perderse el gran tesoro del pasado, los hombres se ensimismaron en su hoy, en lo nuevo, en lo inmediato  y fueron perdiendo la capacidad de comparar, de soñar, de crear, de atender a     perspectivas y ejemplos.  En lo referente a las relaciones entre los sexos, se concretó la tendencia insinuada en la centuria anterior. La pareja, que conllevaba con  su presencia las responsabilidades y alegrías del hogar, los hijos, el amor, fue dejada de lado por inoperante y riesgosa ante las enfermedades y la trasmisión de taras hereditarias.  Ahora, a fines del siglo XXII, los nacimientos se programaban exclusivamente en asépticos y fríos laboratorios, cuidadosamente controlados y en función de las necesidades  laborales, económicas y políticas del momento. Predominaba, como es natural, el requerimiento por el hombre común, el hombre-masa. Ese que es indispensable como sustrato básico  de las distintas agrupaciones humanas. Si bien ya no cargaban ellos   sobre sus espaldas con  la obligación de trabajos manuales –gracias al desarrollo de la robótica- cumplían, sin embargo, con un cúmulo de tareas relativamente sencillas  dentro de la esfera que les competía y, por sobre todo, se procuraba mantenerlos en un nivel de ignorancia supina , disimulada a través de los medios de comunicación centralizados, con vagas alusiones retóricas a la igualdad del hombre, la fraternidad planetaria y la nueva era que se avecinaba para la Humanidad. Cierto era, reconoció el Hombre, que podía considerarse superada aquella frase “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” por los adelantos tecnológicos. La vida de las personas se había extendido enormemente (110 años de edad promedio), pero el Hombre se preguntaba si podía llamarse a esa duración “vivir” ó “permanecer”. Su respuesta siempre apuntaba a lo segundo.  Mientras hacía sus comparaciones, meditaba sobre los otros individuos de la sociedad en que vivía. Había especialistas en áreas de aplicación  de conocimientos, que poseían una gran capacidad de invención  práctica y estaban orientados  hacia la reconversión empírica de contenidos  teóricos. Eran ellos los  que ampliaban o mejoraban estructuras altamente complejas como plataformas espaciales, instalación de colonias extraterrestres, aplicación de productos químicos para delicados procesos industriales avanzados y cosas por el estilo. Por encima de los nombrados, constituyendo una superestructura , se encontraban los grandes científicos. Yo debí ser uno de ellos, se dijo el Hombre para sus adentros. De cualquier modo, ser un científico en ese momento  no implicaba tener una concepción unificada del ser humano y del universo.
El científico del siglo XXII consideraba que su tarea consistía en ir despejando las dudas sobre la naturaleza de las cosas, para el mejor y mayor control de un mundo desacralizado, vacío de fuerzas primordiales que no pudieran explicarse mediante el entendimiento, la razón y las investigaciones sistemáticas. Por último  e íntimamente relacionados con ellos, se encontraban los políticos, quienes mediante  discursos simples y escuetos, con hipérboles y sofismas operativos,  explicaban a la población en ciertas ocasiones, las ventajas de vivir en un presente tan prometedor,  que había dejado atrás el pesado lastre del pasado. Claro que evitaban señalar a los habitantes  que su libre albedrío no  podía ejercitarse en un mundo  con  tales características. Mostraron por doquier, cuáles  eran los parámetros adecuados para ser individuos exitosos y ajustados a las exigencias de la sociedad actual. Mientras que en otras épocas la aspiración era entrar “Al templo de la Gloria”, a fines del siglo XX y sobre todo en el XXI, se incidió sobre el imaginario colectivo para tener como meta entrar “Al Templo del éxito”. Los cúmulos de información y persuasión fueron embotando el sentido estético, crítico y ético  y, especialmente, se produjo la pérdida paulatina de la memoria histórica.
Ahora, todo estaba racionalmente bajo control. A través de individuos de alta eficiencia organizativa, colaborando estrechamente con los líderes de turno.  Lamentablemente, ninguno de ellos podía dar ya lo que no tenían, pues sufrían como todos el olvido del pasado.  Por ello consideraron, con las limitaciones que les imponía su entorno, que había que terminar con los resabios de los viejos “mitos” que siempre habían alimentado la imaginación de la Humanidad. Nada de religión que sólo sirvió, por lo que sabían, para provocar guerras entre gentes de distintos credos, para aumentar la intolerancia y recrudecer los resentimientos. Claro que olvidaron –reflexionó nuestro Hombre- que los desacuerdos sobre la naturaleza de Dios, habían llevado a los humanos, pese a todo, a intentar procesos de tolerancia que los habían enriquecido sobremanera.  Nada de Artes ni Música excelsas. Nada de mensajeros de sonidos y colores de las altas esferas celestiales.  Además de juzgarlas falsas, ese tipo de expresiones tenían el inconveniente de provocar emoción en el público ¿Qué podría hacerse en un mundo racional  con las emociones? Era algo totalmente inconducente. Nada de novelas, ensayos, teatro, poesía… . ¿Para qué servían? Sólo eran exteriorizaciones escritas de mundos ficticios, que confundían los pensamientos de la gente, y las conducían a irrealidades que poco tenían que ver con el progreso continuo, al que uno debe abocarse por completo.  Apagados los viejos mitos, ya estaba expedito el camino para la venturosa marcha de la Humanidad hacia un destino mejor. Nuestro Hombre rastreaba todo el proceso  con la lectura de viejos papeles, durante largas horas de búsqueda en el  desolado archivo. Conoció el modo en que se fueron equilibrando, insensiblemente, las diferencias entre lo bueno y lo malo,  entre lo noble y lo malvado. Conoció el ascenso y profundización desmedida de la temible afirmación “El fin justifica los medios”. Así, aparecieron diferentes explicaciones  según el ángulo  de observación  de cada uno.  Las conductas inmorales comenzaron  a verse como “simpáticas”, “divertidas”, “alegremente transgresoras”,  en todas las formas posibles de difusión. Libre ya de basamentos morales reconocibles, la conciencia se adormeció entre ruidos, efectos especiales, violencia y juegos de cámaras  de TV. Como resultado de tal estado de cosas, aparecieron conductas que se volvieron más indiferentes a la cuestión moral. Después, no fue difícil para los políticos consolidar su posición dominante,  mediante discursos que apuntaban a prometer progresos materiales antes que a defender principios éticos, borrosamente comprendidos y raramente puestos en acción.  Además, los gobiernos se preocuparon, eso sí, por  señalar las ventajas de  una democracia de estas características, dando muestras de viva simpatía por el pueblo bajo su administración. No podía negarse, reconoció el Hombre, que los políticos  tenían la rara virtud de emitir palabras combinadas entre sí con una ambigüedad admirable, para dar la sensación de que todo era posible y a la vez, dejar todas las cosas como estaban. Fue allí donde nuestro héroe comprendió que el cúmulo de esos hechos (y omisiones) contenía la explicación del error humano, en el sentido más profundo y completo del concepto: equivocar el camino, no haber asumido la responsabilidad  y negarse  a la libertad de pensar, de vivir, de soñar, de ser personas en plenitud. ¡Pues claro, se dijo, la libertad no es un don graciosamente otorgado por un poder cualquiera, sino que  es necesario bregar para obtenerla, conquistarla con esfuerzo, con las lágrimas a flor de los ojos desorbitados y, sobre todo, no cejar jamás en el intento por obtenerla. Ante su mirada, se reveló el cómo y el porqué  de las circunstancias que habían llevado a tal grado de deshumanización  de la civilización presente. Esa convicción, basada en el conocimiento de lo  ocurrido, lo abrumó más aún.  Entonces, huyó del Archivo y los recuerdos que despertaba. Era como escapar del vientre materno, de la existencia social basada en el amor, la ilusión  y la fe.  Desalentado  y sintiendo su total aislamiento de los demás, vagó, desesperado, por las calles de la ciudad que ahora se le aparecía como fantasmagórica, como un no-lugar.
Tan conmocionado estaba, que tardó en darse cuenta del movimiento desacostumbrado de gente que pasaba a su lado.  Se percató después que iban hacia el Centro  de Convocatorias, lo cual ocurría muy de tanto en tanto.  Dirigió sus pasos hacia allí  y se sorprendió sobremanera al ver al Prefecto Mayor subido sobre un pequeño estrado, quien  iba a dirigir  la palabra al público congregado en el lugar.  Carraspeando por la falta de costumbre de semejantes encuentros comunicacionales, explicó como pudo que, por la utilización  de ciertos productos químicos de vanguardia, se había producido una opacidad manifiesta en la atmósfera terrestre, que no permitiría  por un tiempo el paso de los rayos solares. Las autoridades esperaban, mejor dicho, no dudaban (un político no duda jamás), que se trataba de un fenómeno temporario. Sin embargo, y para prevenir cualquier eventualidad, se aconsejaba a la población que se recluyera en sus casas. Se  le indicaba también proveerse de todo lo necesario para el caso de una permanencia más prolongada de lo esperado, lo cual era muy improbable, se apresuró a señalar el funcionario. Todos cumplieron lo pedido al pie de la letra, dirigiéndose luego a sus respectivos alojamientos. El Hombre, ante la extraña situación, meditó, filosóficamente, que si tenía que quedarse encerrado por mucho tiempo, lo mejor era proveerse de algunos libros del Archivo donde trabajaba. Provisto de los mismos, entró en su habitación, se preparó una bebida caliente y sentado en su lecho, comenzó a leer:
“Los hermanos sean unidos,
porque esa es la ley primera,
tengan unión  verdadera
en cualquier tiempo que sea,
porque si entre ellos pelean,
los devoran los de afuera… “.

Leyó el nombre del autor, José Hernández. El libro se llamaba Martín Fierro y se refería a las andanzas de un gaucho que había vivido en el siglo XIX  en la pampa húmeda donde antes se encontraba la República Argentina. Encontró en  esos versos, bella y justamente expresados, sentimientos que eran el motor de sus búsquedas, como el amor al prójimo, considerado como el Otro igual a mí.  Y también halló en esas palabras la idea de continuidad, de la permanencia a través de la cadena generacional de padres a hijos, de hijos a nietos… . Cantaba allí un hombre que había sido engendrado por amor y no por la manipulación en un frío y ascético laboratorio de reproducción. Acostumbrado a  la más profunda soledad, unos golpes en la puerta lo sobresaltaron y lo sacaron de su ensimismamiento. ¿Vendrían a llevarlo preso por haber retirado sin permiso material del Archivo? Temblando, abrió con precaución la puerta, esperando ver las caras adustas de los guardias de seguridad.
Estupefacto, se encontró frente a sus vecinos del complejo. Se  trataba de una presencia tan impensada que por unos momentos no atinó a decir nada. Ellos le dijeron que querían conversar con él, pues estaban angustiados por lo que había informado el Prefecto. Tenían idea que el asunto era más grave de lo que parecía. Y como siempre lo habían visto actuar sereno y reflexivo, querían oír de sus labios alguna frase tranquilizadora. Por otra parte, algunos le confesaron que en ciertas ocasiones, los comentarios del Hombre  los habían inquietado y llevado a pensar sobre la forma en que vivían, pero luego los desechaban y seguían con su rutina acostumbrada. Al oírlos, los ojos del Hombre se iluminaron. Se preguntó para sus adentros, si aún era posible intentar un viraje de la clase de vida que hacían, desestructurarse, des - concretizar la existencia, realizar juntos un objetivo común, aunque fueran unos pocos ¿Sería posible lograr ese ideal con el que soñaba?  ¿Aunar razón con imaginación,  mente con corazón, convicción con emoción…?
Exultante, los hizo pasar a su estrecho hogar. Los ocho visitantes se sentaron como pudieron. Entonces, el Hombre habló de todo lo perdido y lo que podría recuperarse con  el esfuerzo conjunto. Leyó pasajes de grandes escritores y ensalzó a los poetas. Recitó  unos versos dedicados a Heinse  del poema titulado  Pan y Vino:
Entretanto, a veces me parece
que es mejor dormir que vivir sin compañeros
y en constante espera…
……………………………………
¿Y para qué poetas en tiempos de miseria?
Pero son, dices tú, como los sacerdotes
del dios de las viñas
que erraban de tierra en tierra
en la noche sagrada…”.

Afuera, el sol se apagaba. Una a una, se oscurecían sus miríadas de esplendor, en esos fatídicos ocho minutos que tardan los rayos del sol en llegar a la Tierra. Pero en la pequeña habitación,  resplandecía la luz de una Humanidad recuperada.  

4 comentarios:

  1. Como suele pasar en historias de organización a costa de la perdida de humanidad, surge alguien anomalo, que cuestiona toda. Y que hace caer al sistema. Algo de lo que pasa en The Matrix.
    Tal vez tenga que ver la teoría del caos.

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  2. Precioso y reflexivo cuento de Irene que nos acerca y golpea las épocas actuales.."Zona de documentación reservada"..pero sin olvidar qeu los hombres sean unidos , esa es la ley primera..Excelente Irene querida..
    abrazos del alma..Susana..

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  3. roberts_susana, escritora por la Paz

    @hotmail.com
    Susana Roberts: Precioso y reflexivo cuento de Irene que nos acerca y golpea las épocas actuales.."Zona de documentación reservada"..pero sin olvidar que los hombres sean unidos , esa es la ley primera..Excelente Irene querida..
    abrazos del alma..Susana..


    Dra. Ewa Stala, Directora de Filología, Universidad Jagelliana, Cracovia,Polonia
    ewastala@hotmail.com

    Querida Irene,

    Te escirbo recién ahora porque acabo de leer tu relato Ocho minutos. Simplemente necesitaba un momento tranquilo para darle la atención que merece. Y estoy impresionada. Porque justo ahora, en Polonia, tenemos una discusión nacional sobre la condición de las Ciencias humanas. Y este relato se inscribe en ella perfectamente. Gracias por la voz de apoyo.
    Espero difundirla donde pueda.
    Un abrazo muy humano,
    Ewa Stala, junio 2014


    Rodolfo Virginio Leiro

    leiropoesia@hotmail.com

    Reibido el 22 de junio 2014
    Irene Mercedes Aguirre, está en la linea de las grandes expresiones culturales. con tu jerarquía. Te admiro. mi beso y adelante! Rodolfo Leiro
    Ernesto Rodríguez del Valle, editor en Miami, USA

    yarabey@gmail.com

    Este relato es soberbio y resulta de enorme actualidad, aunque hable desde el futuro. Felicitaciones, querida Irene.

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  4. Susana Aguerre, de Avellaneda, Provincia de Buenops Aires, email. saguerre@yahoo.com.ar

    Irene: Me parecio maravilloso, nos ubicas en el futuro pero rescatas que el ser humano siempre vuelve a las fuentes. Otra clase magistral. Te felicito Susana Aguerre.

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