La mujer se sentó frente a la mujer.
Se
miraron como midiéndose, a ella no le gustaban los profesionales de la salud
femeninas; dentistas, ginecólogas, radiólogas que para hacerle una mamografía
amagaban con cortarle los pechos y tampoco las peluqueras, las podólogas, nada
de mujeres.
Y le tocó ésta que repentinamente le sonrió.
-Acá dice que Usted se llama Teresa, a mí llámeme Graciela – Le dijo con
voz suave, seductora.
-Nadie me llama Teresa, me dicen Teté gracias a un tío tartamudo que me
quería mucho y vivía con mis padres desde que se casaron, así que yo respondo a
Teté – Fue rotunda y siguió – Mi tío además de tartamudo era músico y poeta,
componía boleros con música horrorosa pero los versos eran muy buenos. Se
desvivía por contarme cuentos, pero como no terminaba nunca comenzó a
escribirlos. Cuándo aprendí a leer me divertía mucho con sus cuentos, eran
buenos de verdad y además de hacerse famoso ganó mucha plata.
¿Qué tenía esta señora que de repente le hizo hablar tanto de ella? Ya
se había acostumbrado a ser una cosa entre la gente y nada más.
Graciela lucía una leve sonrisa cuándo le dijo – Dejemos a su tío de
lado por ahora, y dígame si la puedo ayudar, porque si Usted vino a verme es
por algo, ¿No es cierto Teté?
¿Si se lo digo me tomará por loca? – pensó Teté, pero ya estaba en el
baile y como para ver a Graciela había tenido que pagar el arancel de la
Prepaga, pidiéndole la plata a su marido como siempre, no era cuestión de
dudar. Total ya estaba jugada en tantas cosas.
-Vine por los leones – Le dijo con recelo - Es un sueño que tengo muy
seguido, casi el único sueño que tengo ¿Le llaman recurrente? Bueno a mí me
está volviendo loca, no lo soporto más.
-Cuénteme el sueño – Le pidió Graciela.
La voz dulce y tranquila debía ser lo que la impulsaba a hablar, pensó
Teté.
-Cuando yo era niña visitábamos muy seguido a mi madrina, no sé para
qué, ya que mamá la odiaba sin ningún motivo aparente y a cada visita seguía una pelea de campanillas
con mi padre que era hermano de mi madrina. Mamá lo volvía loco con quejas y
chismes malévolos sobre su cuñada.
La casa de mi madrina estaba en el barrio de La Boca y se entraba por un zaguán largo y
penumbroso, pintado de un verde oscuro que me impulsaba a correr para pasarlo
rápidamente y desembocar en un patio muy grande, lleno de luz y sol.
Las habitaciones estaban en el
fondo del patio y a ambos lados había huertas cerradas con alambrados y su
correspondiente puertita. Eran hermosas, todo verde y muy cuidado, costumbres
de inmigrantes ya que el marido de mi madrina, Aquiles, era hijo de italianos y decía que la tierra
era para rendirle frutos al hombre, si el hombre era inteligente y la cultivaba.
Trabajaba en el Puerto y solía traerme cosas muy especiales de regalo;
cajas de fósforos larguísimos de madera
de Suecia, telas de seda japonesa para que me hicieran vestiditos, muñecas
rusas con ropas deslumbrantes y caras redondas, una cajita de música alemana
con una pastorcita que bailaba sobre ella. Muchas cosas lindas, el me quería
tanto como mi madrina, además tenían un gato inmenso negro y bravísimo, lo llamaban “Fiera “, pero yo lo agarraba por el lomo y
acomodándolo donde se me antojaba lo usaba de almohadón. Me sentaba encima de
él sin que intentara moverse. El gato me adoraba.
-Mi tío el tartamudo también me quería – dijo con la voz débil y medio
quebrada por una repentina angustia.
Graciela, con toda naturalidad le alcanzó un pañuelito de papel de una
caja que tenía en el escritorio, previendo el llanto inminente.
-Bueno Teté, la veo cansada, quisiera que se tranquilizara y la próxima
sesión seguro se va a animar a contarme de los leones.
La acompañó hasta la puerta del departamento y se quedó esperando que
llegara el ascensor.
Segunda
visita
-Póngase cómoda Teté y dígame como se siente – Esa voz acaramelada la
cautivaba pensó Teté –
-De salud bien, todo lo demás está como el culo, discúlpeme Graciela
pero desde hace un tiempo se me da por decir palabrotas, yo que nunca lo hice. Pero
todos los que me rodean usan un lenguaje realmente asqueroso y a veces me
contagio. Mi marido vive gritándome, culpándome de todo, porque yo atiendo la
casa y trabajo sin ningún derecho a disponer de dinero: además tenemos la
oficina en mi casa, por lo que no la siento ni casa ni mía.
- Se siente incomprendida por su familia, seguramente Usted nunca se
hizo valer como persona y si me equivoco
corríjame.
-El único que me trató como a un ser humano fue mi tío el tartamudo, ¿Sabe
como se llamaba? Edelmiro, y cada vez que tenía que hacer un trámite me llevaba
a mí porque él tardaba horas en decir su nombre, y a veces ni siquiera lo terminaba:
en el registro de conductor figuraba como
Edel, se cansaron y le cortaron el nombre, sufrió muchas crueldades de
parte de la gente mi tío. Yo también y no soy tartamuda.
-Pero me parece que se identifica mucho con él, que influyó en su vida
de alguna manera importante ¿No es así? – preguntó Graciela –
¡Cuánta razón tenía ésta mujer!
-Sí, empecé por querer escribir como él ya que la música no se me daba.
Lo imitaba sin darme cuenta hasta que un día leyó un cuento mío, yo tenía trece
años y me dijo que estaba muy bien escrito pero que el próximo lo escribiera
yo.
Y comencé a escribir, sobre todo cuentos, lo sigo haciendo. Mi marido
los lee y dice que le gustan, sospecho que lo hace para que yo no lo moleste
con los múltiples compromisos que tiene con el coro donde canta, el canta bien
pero yo a veces me aburro en esos conciertos, si por lo menos no cantaran
siempre lo mismo, se me descoyuntan las mandíbulas por esconder los bostezos. Y
por si fuera poco tienen una urgencia imperiosa de elogios, cuándo terminan de
cantar el y sus compañeros me vuelven loca preguntándome ansiosamente-¿Como
estuvimos, te gustó, te fijaste la manera de aplaudirnos de la gente? - Me
repudren y perdone el término pero es la verdad.
En cuanto a mis hijos, soy joven para correr por ellos y vieja para ser oída ¡Que se vayan al carajo con su consumismo, su
sordera para mi persona, sus egos desmesurados! No escuchan a los mayores, si
supieran cuanto aprendí de mi tío Edelmiro el tartamudo, porque a mí y
solamente a mí me contaba las cosas cantando, el les ponía cualquier ritmo a
las palabras, menos de bolero porque sabía sus limitaciones.
¡Siento que todo lo que hago es al reverendo pedo, el mundo a mi
alrededor es sordo! ¿Usted sabe que ya están pensando que van a hacer con
nosotros cuando no podamos serles, ni sernos
útiles?
La esposa de mi sobrino más querido decidió en cuál geriátrico va a
poner a su suegra, mi cuñada, una mujer vital, joven y una belleza al lado del
engendro que le tocó de nuera. Teté estaba
embalada y siguió – Mi madre fue una mujer muy difícil y hasta diría que
me procuró muchos gestos crueles, pero era mi madre y yo no pensé ni
remotamente lo que podría costarme su vejez y ahora me ocupo de mi suegra
cuándo mi cuñada se cansa de ella y me la manda a casa.
-Bueno Teté su enojo es justificado, pero con eso no basta, porque
además de contarme todo esto a mí, debería decírselo a su familia, plantarse y
revelar su personalidad – Sabias palabras de Graciela, pensó Teté pero ¿ Como
hacerlo sin desatar una guerra interna ? Si su vida ya estaba marcada por el
servicio gratuito hacia los demás.
-Graciela no sé como podría atreverme, además no me darían bola, dirían
horrorizados que les estoy pasando facturas, yo me siento cada vez más
deprimida – Y por primera vez le dijo a otra persona –
¡Ayúdeme!
-Por empezar hábleme de los leones, esos leones que tanto la perturban y
le quitan el sueño que tanta falta le hace, en su estado emocional el sueño es
un bálsamo imprescindible, pero el sueño sin pastillas y yo presiento que Usted
toma pastillas.
-¿Yo consumir pastillas, Usted se
refiere a Lexotanil, Valium, Rivotril? No, yo no las tomo las devoro, las
mastico como caramelos, el solo ver las cajitas milagrosas me provoca placidez,
son mis únicos amigos.
Teté se estaba poniendo caústica y eso le ocurría cuándo el enojo se
convertía en una ira fría, cínica.
-Después hablaremos de las pastillas, ahora vamos a los leones ¿Sí? – Le
insistió Graciela.
A Teté se le empañaron los ojos y dijo con voz lastimera
– ¡Como extraño a mi Tío
Edelmiro!
-¡Como quiera Teté, trate de ser valiente y a ver si la próxima semana
hablamos de los leones!
La acompañó a la puerta del departamento y se quedó hasta que llegó el
ascensor.
Tercera y
sorpresivamente última visita
-¿Que tal, Teté? – Le dijo Graciela mientras se sentaban
Ella me dijo que tratara de ser valiente - pensó Teté – Yo se lo cuento
ahora: ya mismo.
-En el sueño entro en la casa de mi madrina y veo que detrás de los
alambrados de las huertas hay unos leones fierísimos, dos o tres en cada una.
Ellos me miran, pero no siento amenaza en esos ojos dorados, no sé de que
manera explicar la mirada de esos leones, pero me despiertan una angustia
insoportable. Y el sueño se repite y se repite. Ultimamente me parece que los
sueño despierta. Y ¿Porqué están en esas huertas que me hacían tan feliz,
porqué ese regreso a mi infancia?
-Quizás – dijo Graciela – porque en aquellos días de su infancia usted
no le tenía miedo al gato negro y grande que se llamaba Fiera, los niños suelen
no tener miedo a nada, salvo que se lo inculquen los mayores.
-¡Quiero dejar de soñar con ellos!
-Está bien Teté, pensemos en los leones – Dijo Graciela, comenzando a
explicarle.
-Hay muchas clases de miradas, de enojo, furia, indiferencia ¿Es alguna
de ellas la que ve en los ojos de los leones? – .
-¡No, ninguna de ellas, los leones me miran y yo me siento culpable, me
siento la mujer más miserable del mundo!
-Es mejor que sigamos analizando esas miradas, pero trate de pensarlo
como si no fuera Teté la que piensa. Veamos ¿Serán miradas de dolor? – Le
preguntó procurando llegar
-No, de dolor no, pero algo parecido.- Contestó Teté, y Graciela la vio
por primera vez reconcentrada, tratando de comprender su sueño con todas sus
ganas y sin temor.
-¿Serán miradas de pena? – Siguió Graciela
-¡No, me miran con reproche, quieren algo, me piden algo y yo no sé que
es!,
-¡Déjelos libres por fin, anímese!
La sonrisa de Teté se hizo guerrera, triunfal, pero se le borró de la
boca al instante.
-Yo no podría atacar como un león a los que quiero, por más maltratada
que haya sido por ellos.
-No hace falta atacar Nené, con
hacerles saber que Usted tiene garras pienso que la respetaran mucho
más, tranquilice a esos pobres leones que no tienen paz. –
-¡No puedo!
-Bueno Teté – dijo Graciela poniendo fin a la visita – quizás la semana
que viene me cuente que se animó a soltarlos-
Por primera vez Teté sintió algo parecido a la rabia hacia Graciela, la vio
demasiado fría, demasiado segura de tener la razón, como todos los demás. Para
ella era muy fácil aconsejar y despedirla, dejando que se fuera con toda su
angustia.
Como siempre la costumbre de disculpar a los demás le hizo decirse “Será
su trabajo”
Graciela la acompañó hasta el ascensor y antes que Teté cerrara la
puerta le dijo – La espero
Visita frustrada de Teté
Graciela
sentada ante su escritorio lee el diario, mientras lágrimas de impotencia le
corren por las mejillas – “Una mujer hasta ahora no identificada penetró de
manera que aún se ignora en la jaula de los leones del Zoo de Buenos Aires, y
ante el espanto de los paseantes, en su gran mayoría niños, comenzó a provocar
a las fieras hasta que éstas la atacaron logrando matarla.”
“
Lo más insólito – seguía explicando el periodista – Fue el aplauso unánime de
los niños que desató una andanada de cachetadas y todo tipo de castigos de los
mayores hacia los menores, suscitándose
un caos que costó aplacar, con la intervención de policías, médicos y
sicólogos “.
Graciela
estaba segura que la mujer era Teté.
Y
entonces cerró su consultorio para siempre y comenzó a soñar con sus propios
leones, no eran como los de Teté, los leones de Graciela tiraban zarpazos a su
conciencia y sobre todo, la hacían sentirse muy fracasada.
No es la culpa de Graciela. Lo que hizo Teresa, Tete, fue un desatino, una locura. Sin relación con lo que dijo Graciela.
ResponderEliminarIndudablemente si Teté fue a ver a Graciela es porque estaba enloquecida.
EliminarGraciela fue una más de los que se mostró indiferente a lo que Teté sentía. No supo o no quiso entender a los leones de su paciente.
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