El chato corre con todas sus fuerzas entre los pasillos
del mercado. En grandes zancadas elude costales de azúcar, cajas de
tomate y marchantas que no dejaban de regatear los precios.
Su corazón corre más rápido.
Al doblar la esquina de la calle Matamoros
por la salida norte del mercado, respira más tranquilo al detenerse en una
pileta de agua y lava su rostro
Siente la humedad en su piel y un
escalofrío trepa por su espalda al ver el cuchillo que yace en el suelo
con un extraño brillo escarlata
Se percata que todo ese tiempo que huía
entre el jolgorio del mercado, entre sus manos llevaba la evidencia de un
posible crimen.
Que sucedió? Se pregunta el Chato
mientras limpia su camisa que se impregnó de un olor a muerte. Un jodido olor a
muerte.
Ya con el alma al cuerpo se levanta y
guarda el arma en su bolsillo, continúa su marcha rumbo al barrio del
Chaparral, está desorientado no recuerda nada de lo que sucedió esa mañana.
No se explica porque ni de quien lo huía aunque lo más seguro es
que eran policías, si es que le dio “piso” a un parroquiano.
Pero, a quién? Volvió a buscar
respuestas en su confusa mente.
El Chato no es un tipo de pleitos o de esos
que se alebrestan con cualquier ofensa. Antes de llegar a los puños pide
disculpas aunque el otro sea el ofensor.
Eso puede inclinar la balanza a su
favor si es juzgado por un crimen.
-El chato?, No jefe, es guey no mata ni una mosca.
Pareciera escuchar la defensa de quien lo conociera.
Pero toda la evidencia apunta como el autor
material e intelectual de un crimen a pesar de los alegatos que
pudieran dar sus conocidos.
Detiene sus pasos en la calle Allende y
reflexiona que la principal evidencia la tiene en el interior de su bolsillo y en
un lote baldío arroja la navaja y siente aligerar la carga en su conciencia.
Llega hasta el bordo del río Bravo, siente
la brisa pegarse en su piel y otra vez regresa la incertidumbre a su
pensamiento, ya no sabe a dónde ir o ¿porque está huyendo?
Mira la corriente del río cuando a lo lejos
escucha su nombre… Emiliano ¡Chatooo!
Es una mujer que viene descendiendo del
bordo, acompañada de unos policías.
Una vez más el escalofrío araña su espalda,
piensa en entregarse pero recuerda el fallido juicio que armó en su mente mientras
huía por las calles de Reynosa donde jugaba de niño y que ahora son tan ajenas,
tan distantes tan desoladas.
Se arroja al agua, quiere llegar a la otra
orilla pero un remolino lo toma de las piernas y lo jala al fondo, se defiende
y patalea y manotea.
-Chato, chato, ¿Qué haces? No, te tomaste la pastilla, chato, por Dios, sal del
agua, dejaste la carnicería abierta~ grita exasperada la mujer.
Emiliano Rosas mejor conocido como “El
Chato” recuerda que tiene una carnicería, también recuerda que padece de
lagunas mentales y que esa mañana no se tomó el medicamento, recuerda el
mercado, la gente, las calles de su ciudad, recuerda el río que lo está
devorando y recuerda un jodido olor a muerte.
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