De Antología de
Microrrelato y relato corto, compilador Leo Zelada, Lord Byron Ediciones,
Madrid-Perú, 2008.
En un castillo umbrío un viejo sabio creó un humanoide que
en vez de manos tenía tijeras y lo llamó Eduardo Manos-tijeras. Era un ser
melancólico y, pese a ello, consiguió congeniar, durante un tiempo, con la
gente del pueblo vecino del valle e incluso enamorarse. Pero nunca se adaptó a
las costumbres humanas y numerosos accidentes desafortunados causados por su
filosa anatomía le propiciaron el rechazo de todos, incluso de la hermosa joven
que amaba. Por dicha razón sigue penando solo en el desolado castillo, que
heredó tras la muerte de su padre humano.
Por el
mismo tiempo, en una fortaleza recóndita, otro sabio creó no un humanoide, sino
un mutante, un ser muy parecido al hombre (demasiado hombre), salvo en una
condición. En sus manos, en vez de diez dedos, tenía diez pollas, de distinto
tamaño, pero todas ellas vigorosas y de cabezas relucientes y por cuya razón
fue llamado Eduardo Manos-penes. Nunca estuvo solo, cautivando a muchas mujeres
de la comarca e incluso del país (y a la misma Reina, cosa que no se dice) y
poseyó un gineceo que fue envidiado incluso por el Gran Turco.
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