En la presente historia que sucedió
en esta tierra, Galindo, que pasaba por ser un hombre católico, de honor y, por
ende, de extrema derecha, resultó ser un ateo y un materialista, además de guiñapo,
por sus miedos y su proverbial cobardía, propia de los torturadores, asesinos y
vendepatrias. Los cilicios, las disciplinas, la culpa y los rezos al largo
santoral, a deidades y marías, construían parte de la coraza de su oceánica
neuropatía.
Visitó lupanares, alzó
el brazo vigoroso, entonó himnos ardientes, predicó con el ejemplo falaz,
trabajó poco o nada y, sinceramente, nos hubiera puesto a casi todos ante el
pelotón de fusilamiento sin previo juicio militar. Se hubieran salvado,
sobraría el decirlo, los que pensaban como él, muy propio de los dictadores.
Galindo, por lo demás, en vida fue un don nadie y un fracasado, aunque los
dotes intelectuales le sobraban.
Acabó en política. En
este putañero XXI Las siglas ya no importan.
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