Cuando Escalante llegó al pueblo, la campaña electoral
recién comenzaba. Aunque uno hubiese pensado que ya estaba terminando ya que
los conservadores estaban tan seguros de su triunfo como los progresistas de su
derrota.
Y no es que no hubiese debates de
propuestas, volanteo casa por casa y un escenario precario en el medio de la
plaza en la que los candidatos voceaban sus proyectos para el futuro de Coronel
Márquez. Sucedía que inmemorialmente los progresistas se encontraban con un
problema de enormes proporciones a la hora de encontrar un postulante para
encabezar su lista y arrancaban la campaña con la inconmovible certeza de que
perdían.
Quizás porque por el lado
conservador tenían enfrente a la familia Gutiérrez, descendiente de los
fundadores del pueblo, que alternaba el cargo de intendente, presidente del
Concejo Deliberante e incluso juez de paz entre sus hijos más dilectos. Y a los
Gutiérrez no había con qué darles. Eran los dueños del supermercados, de la estación
de servicio, del hotel más grande y el restorán más coqueto del pueblo.
Organizaban asados, recitales folclóricos, carreras de galgos y repartían
delantales escolares y enseres de cocina.
Por eso no alcanzaba con ofrecerle
la candidatura progresista al director de la escuela, o al dueño de la librería
ya que los conservadores tenían más llegada entre los vecinos y siempre hacían
mucho mejor papel. Ultimamente, los "progres" hacían campaña sólo
para lograr alguna banca en el Concejo Deliberante ya que sabían que la
Intendencia les estaba vedada y jamás lograrían colocar en ella a alguien con
ideas innovadoras.
Hasta que llegó Escalante. Nadie lo
conocía pero se bajó del tren y saludó a todo el que se cruzaba con una
sonrisa. Dijo que venía de un pueblo cercano y que buscaba trabajo, y como por
aquella época el trabajo sobraba, le ofrecieron un puesto de peón en la
carpintería.
De inmediato reveló sus habilidades
para las tareas manuales y fueron muchos los que se acercaron a alabar la
prolijidad de las líneas de sus muebles. Poco después, el hombre se las ingenió
para ofrecer sus servicios de arregla todo en la casa de los jubilados y las
viudas del pueblo. Y, mate va, vermucito viene, se convirtió en un invitado
frecuente a los asados del fin de semana o los locros de los días feriados.
En las comilonas conoció al cura que
daba misa y dirigía el asilo de huérfanos, a la maestra jubilada que había
fundado un hogar para perros perdidos y a los jóvenes que reacondicionaban el
único cine del pueblo para convertirlo en un centro cultural. Para todos tuvo
palabras de aliento y ofrecimiento de ayuda. Por eso a los pocos meses no había
nadie en el pueblo que no le debiese un favor.
Resultó natural que en una reunión
de los progres, en el centro cultural en construcción, alguien sugiriese la
posibilidad de sumar a Escalante a la campaña. Y de otro alguien, más osado
aún, propusiese encaramarlo a la cabeza de la lista, como postulante a
intendente. "Al fin y al cabo, no íbamos a ganar el Municipio, así que perdido
por perdido", fue el argumento imbatible. Claro que estaba el pequeño
problema de que no era del pueblo y carecía de la residencia de un año que
fijaba la Constitución. Pero cuando se lo propusieron el hombre recordó que su
madre había vivido allí y él mismo había nacido en el hospital local. Como
alegó no tener a mano su partida de nacimiento, bastó con la palabra del cura
que encontró en el registro de la parroquia la fe de bautismo de Dalmiro
Escalante.
Así como no le exigieron la partida
de nacimiento, nadie se cuidó demasiado de los papeles de Escalante. Bastó con
que escribiese su número de documento en
una planilla y ya lo sacaron a hacer campaña. El tipo tenía un estilo
campechano y sincero que entusiasmaba a los vecinos de Márquez. Cuando hablaba
en el escenario de la plaza, no repetía consignas políticas. Prefería dejar el
megáfono a un lado para conversar con las amas de casa y los trabajadores, los
estudiantes y las maestras.
Después, simplemente les pedía que
lo acompañasen y les ofrecía su ayuda para mejorar el pueblo. Como buen
artesano tenía un certero ojo clínico para detectar problemas edilicios o
fallas de infraestructura en las redes de servicios. Pero además tenía una rara
intuición para comprender a la gente y proponerle aquello que estaba esperando,
fuera la apertura de un curso de teatro, la creación de un jardín maternal o
una campaña de vacunación para las mascotas.
A dos semanas de las elecciones el
pueblo no contaba con encuestadoras ni sondeos de opinión como las grandes
urbes. Pero de sólo ver los vítores que suscitaban los discursos de Escalante en la plaza, los conservadores
empezaron a preocuparse. Por eso don Raúl Gutiérrez, el candidato a intendente
de turno, encaró un testeo ad hoc. Mandó a los mozos del restorán a la salida
de misa, después del clásico de fútbol en el club, y a la entrada de la escuela
para descubrir a quién pensaban votar los vecinos.
El resultado los sumió en la más
profunda de las inquietudes. De cada 10 personas, 8 estaban convencidas de que Escalante
tenía que ser intendente para cambiar por completo los destinos del pueblo. De
inmediato encararon campañas de entrega de comestibles y juguetes, pero las
mamás de los niños que recibían pelotas y muñecas eran las primeras en manifestarse como fervientes
partidarias del recién venido.
Así estaban las cosas, los
"progres" probándose el traje de ganadores y los conservadores
rumiando su derrota por anticipado cuando llegó una cuadrilla policial.
Hablaron con el intendente Rogelio Gutiérrez (el hermano mayor de Don Raúl) y
de inmediato se apersonaron en el cuarto de la pensión que ocupaba Escalante.
Traían documentos inapelables. Indicaban que Dionisio era un enfermo
pisquiátrico que se había escapado del loquero de Baigorria, un pueblo cercano.
El hombre no se quejó y aceptó
mansamente su destino. Los vecinos salieron a verlo irse y muchos fueron presas
de un llanto incontrolable. Entonces Don Raúl, uno de los más sorprendidos por
el giro de los acontecimientos, creyó ver en el prófugo algún rasgo de La
Colorada, la loca del pueblo, un personaje emblemático cuando él era chico.
Nunca más supieron de él. Los
conservadores ganaron la elección y todavía se reparten los cargos más
importantes de Coronel Márquez. Los progres se conformaron con inaugurar el
centro cultural, y hacer crecer la biblioteca pública. No volvieron a intentar
sacar candidatos de la galera. Jamás encontraron uno a la altura de Escalante.
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