Portada: Monumento 11-M (cortesía José Luis Ayuso)
III
En su «Tabula» de adopción, Kadur un ex empleado municipal reconvertido en vidriero conoce el barrio de Jamaa Al Mezouak como la palma de su mano. Lo descubrió cuando decidió montar allí una vidriería inmediatamente después de jubilarse en los años 90. «Esto estaba entonces desértico. Unas cuantas familias de origen rural procedentes de los suburbios de Tetuán encontraban aquí arrendamientos aun razonables »
«Entre estas pocas familias figuraba- recuerda Kadur- una formada por el padre Abdelkrim al que llamábamos cariñosamente Krimu, su hijo de nueve anos, Yussef y su esposa Muy Malika, una bella señora que sorprendía por su nivel de instrucción».
A Abdelkrim que, por su origen ceutí, los vecinos apodaban «Sebtaui» (4) sus amigos le reprochaban su lógica de sospecha con los suyos, particularmente el pequeño cuyo menor indicio se convertía para el padre en irrefutable prueba. Pero él se defendía ante propio y extraño que las travesuras de su hijo se convirtieron en el barrio y sus habitantes en una notoriedad pública y su peculiar conducta con los mayores alimentaba el delirio. Solo la madre era capaz de apaciguar los ánimos cuando el pequeño protagonizaba alguna «marimorena».
- No sé pero tengo la impresión de que Yussef presenta cada vez más los síntomas de un marcado síndrome de criminalidad precoz.
- Que Dios no te escuche.
- Abre bien los ojos, mujer, que, con tu desorbitada protección, lo estás destrozando.
- El que lo está destrozando eres tu con tus erróneas referencias casi reverencias.
Los compañeros de Krimu le aconsejaban a menudo alejarse de aquella acuidad de juicio «porque su sutileza respecto al pequeño produciría un efecto contrario». En cambio él se quejaba continuamente de la educación de su esposa «que exagera tolerando todo».
Se preguntaba si el cambio del entorno y el paso de una cultura a otra no surtirían un efecto negativo sobre el pequeño.
- Pero si en Ceuta es peor que aquí.
- Yo no he dicho que era mejor, sino distinto.
Al final Krimu decidió seguir única y exclusivamente su intuición. Estaba persuadido de que, de seguir así, su hijo se convertiría en un criminal potencial. Comenzó a aplicar una nueva constitución en su hogar, privando al pequeño de todos los medios de diversión e inculcándole una ortodoxia que él nunca aprendió.
El pequeño Yussef se asfixiaba. Para él Jamaa Al Mezouak se quedaba pequeña y aburrida. Sin admitirlo explícitamente la madre comenzaba a inquietarse seriamente por el vertiginoso desarrollo de la personalidad delictiva de su hijo, quien no pensaba más que en «ir a España».
- ¿Pero, qué vas a hacer en España si tienes a penas diez años?
- En España no todos son adultos.
- Pero ellos son españoles.
- Yo también lo soy. Mi padre tiene papeles españoles.
Su padre hablaba de la integración mientras el hijo profesaba el rechazo y la exclusión.
En una de sus, últimamente, frecuentes discusiones con el F’Kih Hammadi, Krimu expreso su, cada vez mas firme intención de irse del barrio, de sus pecados y de sus ardores resignados, donde su pequeño hijo se convirtió, sin que se notara, en su talón de Aquiles.
- ¿Y a donde piensas ir, hijo?
- Volver a Ceuta.
- Mas cerca de España a donde, según su madre, está obsesionado ir.
- No lo sé pero confieso que este niño me da miedo.
Krimu se dejaba convencer por una extraña superstición.
Sin saber por qué ni como y sin mostrarlo nunca Muy Malika también tenía la misma extraña sensación de que su hijo estaba predestinado a una tragedia en España. Lo confesó casi murmurando a su amiga R’himu quien le aconsejo que «con una buena paliza todo volvería a entrar en orden». «Todas son ignorantes aquí», pensó.
Un auténtico himno a la pasión. A falta de una posible armonía con su padre, Yussef comenzaba a buscar el calor familiar entre los maleantes del barrio, causando continuos descalabros en el ritmo de vida y de trabajo de su padre.
Krimu buscaba con todos los medios para encontrar un punto de inflexión en la, cada vez mas expuesta, vida de su hijo.
Mientras tanto el pequeño Yussef se imponía en su calle y en las colindantes, dando de este modo el primer y decisivo paso hacia la delincuencia organizada: robaba, fumaba y nunca perdonaba. Su mal carácter y su regida forma de ser eran motivo de in quietud para grandes y pequeños.
Kadur se acuerda ahora de que le llamaban «el terror en ciernes».
Sin escuela, una pequeña mezquita, dos M’sides[1] y un improvisado
mercado semanal, Jamaa Al Mezuak, fruto de una falsa promesa de un tiempo corrupto, adquiría, sin que nadie hiciera nada para evitarlo, la forma de un germen olvidado de los town ships que en el 2003 eructó decenas de terroristas radicales y una triste fecha: el 16-5. Casablanca nunca volvió la cara para preguntar por qué ni quiénes eran aquellos que una noche de mayo vinieron como un espejismo… como una fatalidad… como una ilusión frustrada.
El barrio creció como hongos en medio de una total anarquía, en ausencia de toda ordenación del territorio, a espaldas de la ley y del esquema general de la provincia y merced a un entorno marcado por una inevitable corrupción y la violación de la legislación urbanística en rigor. En una palabra: un terreno abonado e idóneo a la emergencia y la eclosión de las ideologías extremistas.
Tetuán ocultaba su rostro para no ver ni ser testigo del monstruo que engendraba su irresponsabilidad. Ni allí ni en Rabat nadie quería saber lo que pasaba en tan descuidado lugar.
Menos que una autodeterminación y casi una autonomía.
Tiempo descompuesto.
Cuenta Kadur a sus hijos, todos con excelentes posiciones sociales que fue gracias a algunos de sus hijos como se logró construir las primeras infraestructuras del tan desaliñado barrio. «Nosotros nos encargamos de
todo: escuelas, mezquitas y sobre todo de las presiones de todo orden para
traer electricidad y agua potable».
Las elecciones comunales y las codicias de quienes comenzaron a comprarse terrenos se encargaron de realizar el milagro.
La necesidad es la madre de la… fortuna.
Años después, los tetuaníes que nunca se vieron obligados a conocer los Karianes[2] se preguntaban si era el destino que colocó a este guetto dorado en su periferia.
Como diría Kadur «Bienvenido a Tetuán sin ver a tu izquierda». A la izquierda quedaba Jamaa Al Mezouak, escurrida en la ladera del monte Dersa «como si fuera un accidente».
Testigo ocular de un fenómeno que, según él, creció y se desarrollo fuera del barrio y lejos del país, Kadur pruebas a mano y clarividencia en la visión explica a los reporteros extranjeros, especialmente los españoles que «yo llevo lustros viviendo aquí. Sin embargo mis hijos todos son altos cuadros de este país, algunos incluso ilustres abogados a nivel nacional». «Les aseguró, afirma a sus interlocutores españoles, que aquí nunca creció la hierba mala».
-¿Y Yussef y los otros?
- Se equivocan Ustedes del tiempo y del espacio.
- ¿Qué quiere decir?
- Que las causas o simplemente los indicios las debéis buscar en Lavapiés o Somos agua.
Uno de los mejores conocedores de la historia futbolística de la llamada ciudad de la Paloma Blanca , Kadur acababa siempre recordando lo que fue la ciudad con el Atlético de Tetuán y la presencia en el estadio «La Hípica » de Alfredo Di Stéfano o de Ladislao Kubala «cuando los rojiblancos jugaban en primera división española».
Orgullosa de su glorioso pasado, Tetuán, la musulmana sabía que no debía excomulgar a sus hijos.
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