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jueves, 1 de agosto de 2013

DESAMOR, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina

René supo que fue un bebé no deseado desde que tuvo uso de razón. Sexta de una serie de hermanos varones, con padres grandes y mal avenidos, existió solo porque su madre se acercó al hospital demasiado tarde para terminar con el embarazo. Por eso jamás le extrañó que le hubiesen puesto un nombre elegido por el hermano que la seguía, que podía servir tanto para hombre como para mujer. Nadie en la familia tenía tiempo para perder seleccionando más de una opción.

            Siempre pensó que la ambigüedad del nombre signó su destino. Aunque su madre insistía en vestirla de varón y ponerle calzoncillos, ella soñaba con vestidos con calzas y moños en la cabeza. Pero eso resultó bastante difícil de explicar en un pueblo chico de Corrientes. Por eso su vida fue un sinfín de rechazos y burlas, de palizas y penitencias, desde el momento mismo en el que entró el primer grado y quedó perdidamente enamorada de su compañero de banco.
            A duras penas aguantó hasta los 14 y se escapó en un micro a Buenos Aires. Había visto en la tele que allí la gente como ella encabezaba el teatro de revista, conducía un programa de almuerzos y exhibía su bonita familia con mellizos y todo en las tapas de las revistas.
            Pero a ella no le resultó tan fácil. Ningún negocio aceptaba una vendedora de más de un metro noventa y varias amas de casa se negaron a dejarla hacer las tareas domésticas con esas enormes manos que podían estropearlo todo. Nadie hablaba de su condición sexual ni utilizaba calificativos insultantes pero se escudaban en argumentos como la buena presencia o los modales rústicos.
            A los 18, cansada de boyar de un trabajo a otro y permitir que la explotasen en un taller textil, Mariela, una travesti que había conocido en un bar de Constitución le propuso hacer la calle. Le costó aceptarlo porque había soñado en armar una familia como la que salía en la tapa de las revistas, pero pudieron más el hambre y las ganas de sentirse sino amada, al menos deseada.
            Así que de la mano de Mariela,  una suerte de Virgilio improvisada como guía para recorrer las sendas del infierno René se adentró en la noche de la prostitución callejera, los tacos altos y el sexo al paso. Conoció burdeles y zonas rojas, cafishos y madamas, pero prefirió mantenerse en los márgenes, en los barrios más desangelados, donde sólo la policía pasaba a cobrar su cuota de protección.
Jamás encontró amor en los brazos de quienes pagaban por sus favores. Hubo buen y mal sexo, palizas, insultos o prolijas relaciones comerciales. Pero siempre el mismo desamor. La misma soledad que la acompañaba desde chica.
A los 40 sus clientes empezaron a preferir chicas más jóvenes y a burlarse de su indisimulable calvicie y su abdomen prominente.  El trabajo empezó a mermar y muy a su pesar también tuvo que bajar la tarifa. Ya no era un plato apetecible para los que querían una noche de sexo feroz. Apenas era una oreja para padres de familia desengañados por la vida que sólo querían un desahogo.
Así lo conoció a Alfredo, padre y marido ejemplar, cansado de la rutina y las presiones para estar al día con los colegios de los chicos, no faltar al cumpleaños de la prima de su mujer y ser el empleado más diligente y exitoso de la compañía de seguros para la que trabajaba. Llegó, casi disculpándose, invocando la certeza de que otro hombre jamás lo perseguiría tanto como su esposa, pero René supo explicarle que aunque su cuerpo fuese diferente, ella tenía la misma sensibilidad que la esposa que estaba en casa. Le contó su historia allá en Corrientes y la necesidad de cariño que siempre había tenido, el deseo de que alguien la amase y la escuchase.
Alfredo contraatacó con sus problemas de oficina, las bajas en las ventas de seguros y el imperativo de optar entre cambiar el auto y hacerle la fiesta de 15 a la nena. René no pudo ayudarlo a decidirse pero le contó la angustia de no tener familia a quien proteger o celebrar. Aquel día hubo sexo manso y suave, y conversaciones durante toda la madrugada.
El volvió un par de veces. Habló de una vieja novia de la adolescencia a la que siempre había añorado, de la rectitud de su padre que no lo había dejado ser músico y de la angustia de sentirse viejo. René le relató las burlas sobre su panza y, sobre todo, su falta de pelo, motivo de chanzas para sus compañeras, los mozos del bar de Pavón donde paraba y hasta ocasionales transeúntes que habrían la ventanilla para gritarle obscenidades. Ninguno mejoró su situación, pero ambos se alegraron de saber que había otro que también sufría.
El agente de seguros se despidió para siempre con un abrazo cálido. Confesó que se le iba a hacer imposible seguir mintiéndole a su mujer pretextando viajes de capacitación y por eso, no podría volver a verla. René entendió y lo dejó ir.
A los diez días cuando llegó al bar estaba revolucionado. El gallego de la caja le dijo que había pasado un señor a dejar una caja con su nombre. Mientras corría con el paquete abrazado hasta la pensión donde vivía, tuvo la certeza de que era un regalo de Alfredo. El envoltorio tenía el logo de una perfumería del centro. Tenía tres pelucas de cabello natural, impecablemente confeccionadas. Una tenía rizos cortos y platinados, como los de Marilyn. La otra, una melena roja a lo Rita Hayworth y la tercera una cortina lacia y negro azabache como la que usó Liz Taylor en Cleopatra. Las tres le quedaban perfectas. Pensó que era el primer regalo que recibía en su vida.

5 comentarios:

  1. Un abrazo a ambos y gracias por participar en mi inictativa. Quedó de lujo el banner. Un afectuoso saludo a todos vuestros lectores.

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  2. Eva: ¡Qué hermoso relato! Lograste provocar que me despierte un cariño hacia el personaje diametralmente opuesto a la soledad que René carga en sus sentimientos.
    Te mando un beso.
    Pato Fortino

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  3. Eva: ¡Qué hermoso relato! Lograste provocar que me despierte un cariño hacia el personaje diametralmente opuesto a la soledad que René carga en sus sentimientos.
    Te mando un beso.
    Pato Fortino

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  4. Eva: Hermoso tu relato. Lograste provocar un cariño hacia el personaje diametralmente opuesto a la soledad que René sufre en su vida.
    Te mando un beso
    Pato

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