Desde los años de catecismo de comunión en el oratorio de
Don Bosco allá en Gerli, María había construido una religiosidad a su manera.
Iba a misa para Pascua o Navidad, se las ingeniaba para conseguir una ramita de
olivo del Domingo de Ramos para poner en su casa y cada vez que se acordaba la
dejaba unas fresias o unas margaritas a la imagen de la Virgen de la plaza de
Martínez.
No es que
fuese muy practicante, pero necesitaba creer en alguien. Y ahí estaba la Virgen,
esposa y madre, como ella. Por eso le había tomado un cariño enorme a una
imagen de Nuestra Señora de Luján que tenía en la mesa de luz pero transportaba
en su cartera si iba a visitar a algún pariente enfermo o caminaba por la casa
en vela esperando a alguno de sus hijos cuando salían a bailar.
Pero sus
preferencias cambiaron cuando los purpurados en el Vaticano eligieron como
cabeza de la grey católica a un tipo venido del sur del sur. A un porteño que
viajaba en subte y era hincha de San Lorenzo de Almagro. De entrada le cayó
bien la pinta rea de Francisco, su sencillez al hablar, su invitación al lío.
Así que consiguió una estampita y algunas medallas que repartió entre sus
nietos y los fascículos de la biografía y se permitió alguna lágrima cunado lo
escuchó hablarles a los jóvenes.
Por eso le
pareció más que lógico pedirle a Francisco por Tomba. Le pareció lo más lógico,
después de que la cachorra de terrier que le regalaron su hijo y su nuera
desapareció en medio de la noche y ningún vecino supo darle noticias de ella.
Cierto que
ya tenía bastante Su Santidad con sanear las finanzas del Vaticano y apartar a
los curas pedófilos. Y que reclamaban su ayuda los niños hambrientos de Africa
y las viudas de la guerra en Oriente Medio. Pero ella también lo necesitaba y
él podía ayudarla. Al fin y al cabo, era Papa y argentino. Tenía que tener
línea directa con Dios para devolverle a su mascota. En definitiva, ya se había
ido el Negro, su compañero de tantos años, su mamá y hasta un gato atorrante al
que le había tomado inmenso cariño. Ella no quería perder a Tomba y necesitaba
que allá, en Roma, él la ayudase.
Así que
pasó una noche invocando a Francisco con la absoluta convicción de que él
encontraría tiempo para ocuparse de que su perrita apareciese. No le importó
que hubiesen pasado varios días, ni que nadie pudiese darle datos de ella, y
menos todavía que a pocas cuadras corría Yrigoyen, una calle con tránsito
rápido que tomaban autos, colectivos y camiones para subir a la Panamericana. Ella
no completaba el formulario de un trámite municipal. Estaba pidiendo un
milagro, liso y llano. Que Tomba volviese sana y salva.
Y sucedió
tal cual lo pidió, por obra y gracia de Francisco. Al día siguiente llegó un
llamado de alguien que vivía a más de 20 cuadras de su casa, en Olivos, una
localidad ubicada cruzando una avenida y dos calles de tránsito rápido.
Respondían a un cartel que la nuera, hada madrina de la pichicha o ayudante ad
honorem del Papa milagrero, había colocado en cuanto poste de luz se le cruzó
por delante en un radio de cientos de cuadras.
Algunos en
la familia creyeron que la vuelta de Tomba fue un premio a la perseverancia de
la nuera, o una reacción de quienes la encontraron a las travesuras de la
perrita, demasiado cachorra para reglas. Pero María sabe que los ladridos que
la despiertan cada mañana y el hocico que destroza sus plantas constituye un
auténtico milagro del cardenal argentino, que encontró tiempo entre audiencia y
audiencia para escuchar sus rezos.
Muy bueno lo de "Nuestro Papa Francisco", Eva.
ResponderEliminarMe alegra, además, que te hayas animado a escribir algo así en un medio como éste. No cualquiera se juega... Felicitaciones.
De paso, sirve para que muchas personas conozcan a quien tuvimos 14 0 15 años como cardenal y que hacía exactamente lo mismo que sigue llevando a cabo como Papa: "PREDICAR CON EL EJEMPLO". En nuestra querida Argentina, siempre se ocupó de los más necesitados, los más humildes, los marginados, los adictos, los que eran explotados, iba a las villas, viajaba en colectivo o en subte, con la sencillez y humildad que lo caracteriza, pero como a muchos no les convenía lo que decía y hacía, no valoraron su accionar y menos aún, lo imitaron. Este "hombre del fin del mundo" como él mismo dijo, pone en práctica las enseñanzas de JESUCRISTO. ¡Qué bien viviríamos si todos hiciéramos lo mismo! Stella Maris Juri
Gracias por el comentario, Stella. Pensamos igual. Un abrazo. Eva
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