El tarotista que se consideraba mentalista y además vidente,
esperaba la llegada de una persona. Mientras tanto, preparaba la escenografía
de su consultorio y lo aromatizaba con inciensos de sándalo.
Rogaba que el cliente fuera
nervioso, manipulable, propenso a gesticulaciones para poder lograr una
efectiva lectura en frío; confiaba también en que el incauto fuera proclive a
emitir señales, a que utilizara su lenguaje corporal ante las revelaciones que
él iría tejiendo, lo que le permitiría ir improvisando a medida que corriera el tiempo de consulta.
Su don estaba menguado desde hacía
muchos años, pero alguna que otra predicción llegaba a su mente para el asombro
de mujeres preocupadas e intranquilas
que sospechaban de la infidelidad de sus maridos con la vecina del barrio y que
así conseguían las pruebas irrefutables para sentirse definitivamente engañadas
y miserables. Estas inusuales sorpresas eran recibidas por ambos con alegría,
ya que él mismo médium era escéptico y dudaba de que la discontinuidad de sus
clarividencias le fuera favorable.
Un hombre pálido, alto y enjuto se
adentra en la sala. El tarotista le extiende la mano en señal de lucrosa
bienvenida y recibe un fugaz centelleo que le atraviesa el cuerpo, como un
pequeño golpe de corriente eléctrica que pasó de una anatomía a la otra y luego
se descargó en el ambiente. Se sentía denso, se había instalado una pesadez
inusitada entre esas paredes.
El tarotista se encontraba
diferente, reinventado, había nacido en
él una nueva visión de claridad que lo poseía. Empezó observando confusas
imágenes inmateriales, se encontraba dentro de un plano surrealista de
adivinaciones.
Notó como el don del que había sido
despojado retornaba a su legítimo dueño, más tarde llegaron los aromas hediondos y putrefactos
que su olfato no pudo soportar… hasta
que, finalmente, todo volvió a la normalidad: su renovada fe había desaparecido
de repente, su actividad nigromántica había cesado.
Ahora, se enfrentaba, por fin, a su
primer cliente desde hacía meses; el pobre incauto se sentó en la mesa y se
dispuso a contemplar el armado del mazo de barajas y la disposición de cada
carta para la lectura. El tarotista
comenzó a hablar con voz profunda y decidida
realizando un esbozo de varios sucesos del pasado y de datos tan
personales y secretos que solo el cliente podía conocer y que quedarían como
pruebas irrefutables de su capacidad y su poder. Lamentablemente cada uno de
los elementos que agregaba a la cadena adivinatoria eran incoherentes y
contradictorios; le habló de una infancia feliz, luego se detuvo en un largo
viaje al exterior para después centrarse en el hambre y el dolor presentes en
el seno familiar y que tanto repercutieron en su niñez.
El tarotista hablaba con un
desparpajo absoluto y parecía no pensar lo que decía. A los pocos minutos se
percató de sus errores, casi ridículos, absurdos, era incapaz de comprender lo
que le estaba ocurriendo.
-Es extraño -pensó. -Parece que me
estuvieran dictando lo que debo decir y no puedo detener esta verborragia inconexa.-
Cuando ya temía que su paga se iba a
esfumar del despacho a la velocidad del rayo ante semejante falta de
credibilidad, observó que el hombre le ofrecía una sonrisa filosa, sus ojos
brillaban como si una pequeña llama de fuego bailara en sus pupilas, aún así no
movió ni un músculo, continuó sentado en aquella silla, escuchando… parecía
querer continuar con la sesión.
-Al diablo con las cartas- se dijo
el médium.
Decidió intentar algo un poco más
arriesgado, le pidió que le extendiera las manos para observar en sus líneas
formadas y bien delineadas una mejor interpretación de la vida y del futuro.
Previamente, le había explicado a aquel extraño individuo que sentía una fatiga
inusual, que una especie de energía muy densa lo había acongojado de tal
manera, que se sentía impreciso.
El cliente, no dudó, y depositó una
cantidad de billetes que triplicaban la tarifa con la que solía pactar por cada
consulta.
Con ánimos renovados, y sin
proponérselo, el clarividente decidió
poner en práctica otra técnica alternativa de predicciones.
Respiró hondo, apoyó sus manos y
tomó las de su contrario, en ese mismo instante todas las luces se apagaron al
unísono; la luz eléctrica que emitía una tenue claridad, debido a la pantalla
que disminuía la intensidad que se proyectaba sobre la mesa, se
ennegreció, las velas que potenciaban la
luminiscencia del consultorio se disolvieron
sincronizadamente. Lo único que emitía luz, eran los inciensos, que
curiosamente no parecían haberse consumido ni un centímetro de su longitud
original, en condiciones normales no
duraban más de cinco minutos pero ya había pasado más de media hora desde que
comenzaron a arder y se mantenían intactos, pero no era eso lo único extraño
relacionado con los inciensos, el aroma que emanaban ya no se asemejaba para
nada al sándalo, ahora desprendían un rancio olor a azufre.
El calor en la habitación era
insoportable. El tarotista sudaba y había caído en un trance que no le permitía
razonar los recientes acontecimientos sobrenaturales que estaban ocurriendo.
Volvió la luz pero provenía del
fuego. El enorme tapiz que cubría el suelo con un apropiado diseño de lunas,
soles y signos zodiacales entró en combustión de forma espontánea.
Cuando tomó conciencia del infernal
espectáculo, vio como las paredes
chorreaban lava que caía al suelo formando charcos candentes.
Luego dirigió su mirada a la mesa
que empezaba a inflamarse junto al entorno. Miró las manos que lo aprisionaban
y no le dejaban moverse, de la unión de sus dedos se formó una masa de carne
que se mezclaba con las del extraño visitante.
En la desesperación y el dolor, viró
sus ojos hacia el hombre que tenía en frente y empezó a comprender: todo había
sido una broma maligna, un castigo por descuidar el don que se le
ofreció y no supo poseer dejando que se perdiera, también entendió entonces el origen de aquella bendición, que
nunca fue divina, su poder procedía de
las tinieblas y ahora volvieron en su
busca para exigirle que rindiera cuentas.
Había intentado leerle el futuro a
un enviado del infierno.
Gracias por publicar mi relato, espero que sea del gusto de los lectores de Todas las artes Argentina y a todos aquellos que dejen comentarios con sus impresiones, mil gracias. Abrazo a Carlos y a Eva por mantener un blog tan bueno como este y siempre actualizando material.
ResponderEliminarPodría ser una historia de Cuentos de la Cripta.
ResponderEliminarFelicitaciones por el autor y por el administrador del blgo.
Un relato muy bueno Luis, se deja leer de un tirón sin pestañear. Tiene muchas imágenes y un buen suspenso que va aumentando hasta el desenlace que cierra con el resto a la perfección.
ResponderEliminarTe felicito porque has logrado tenerme ahí pegada a tus letras.
Un abrazo enorme!!!
Como no nos va a gustar tu relato, Luis!! Es excelente!! Gracias por formar parte de nuestro "staff" de grandes plumas.
ResponderEliminarSaludos
Eva y Carlos
Ya conocía el relato, obviamente jaja
ResponderEliminarMe parece genial, Luis... uno de los muy buenos!!
Enhorabuena al autor y también al blog por su nominación al premio B: SUERTE!!
Besos!!
Muy buenoooo, me engancho y pase por las fases del tarorista, entre totalmente en el personaje,
ResponderEliminarFELICITACIONES Y SUERTE¡¡¡
Besos ♥♥♥