Aunque pueda parecer una barbaridad,
debo afirmarlo rotundamente; mi mujer es perfecta y nuestro amor durará hasta
que el tiempo se nos lleve. Complaciente, sumisa, inteligente, sensible,
ardiente, son unos rasgos que he apreciado en ella desde el principio, todo lo
que un hombre puede desear, mucho más de lo que un fulano como yo merece tener
en su estrecha existencia. Eso era antes, pero, desde que la conocí, mi vida ha
cambiado. Sigo siendo un don nadie, pero ella me da tal felicidad que mi
anterior vida se ha vuelto ilusionante. Con ella y poco más, el mundo me
es más que suficiente.
La conocí hace dos
años, por Internet. Por fin vino de China. Habla cinco idiomas y nunca protesta
por nada.
Hablo con ella de
cualquier tema, de cine, de deporte, de pintura, de viajes y, aunque no tenga
tanto criterio como yo, sin falta tiene la frase adecuada en el momento justo,
y sobre todo escucha, siempre con esa mirada dulce en sus ojos de aguas negras
profundísimas. No discutimos nunca, siempre que le planteo un plan me contesta
“lo que tu quieras” y así todo es fácil, sin roces ni voces, aunque a veces me
gustaría que me sorprendiese con algún plan, con algo que me pidiese, aunque
fuera egoísta. Pero cada cual es como es y el que ama de verdad no quiere
cambiar al ser amado. Si le ama no desea que sea diferente. Lo otro no es amor,
es hacerse el amor a sí mismo a través del otro. Egoísmo puro y duro.
El sexo, bueno hacer el
amor con ella, es indescriptible, por cualquier orificio, de cualquier forma,
nada le da asco, nada le parece excesivo, siempre está dispuesta y
permanentemente te comprende. Trabajo ahora desde casa, la empresa me ha
permitido hacerlo y desde mi oficina me siento el rey del mundo y puedo pasarme
dos días sin dirigirle la palabra, enfrascado en mi trabajo, que
indefectiblemente está ahí, sonriente, acogedora, abierta. Creo que si no la
tuviera, me mataría.
Cada día hacemos el
amor, gozamos del sexo de cuantas formas se nos ocurre, siempre antes de una
cena romántica, en la cual casi no hablamos, sino que comemos embelesados
mirándonos el uno al otro, bendiciendo ese don que la vida nos ha hecho
compartir.
Hoy, como cada día,
antes de nuestra cena especial (no es bueno hacer al amor haciendo la
digestión, es fisiológicamente incompatible), hemos terminado en a la cama.
Como en cada ocasión, al finalizar, le preguntaré: ¿me quieres? (no puedo
evitarlo, en nuestro caso no es inseguridad, sino parte del dulce juego
amatorio) y ella me responderá, como siempre, satisfecha y pletórica: “No te
quiero, te adoro”, mirándome con sus maravillosos ojos de ópalo divino.
Hemos llegado a una
como siempre y nos abrazamos, exhaustos y complacidos, la miro y, como siempre,
le pregunto: “¿me quieres?”; y ella me ha contestado “No…”; está inmóvil,
ausente, sus ojos se han apagado y su rostro es una mancha desolada. Su
respuesta ha sido para mí algo más que una negativa. Pese a que las máquinas
suelen errar. Aunque los ingenios mecánicos no suelen ser perfectos. La
batería. La carga de la batería. Quién sabe. Pero su respuesta ha sido para mí
algo más que una negativa. No sólo un nimio problema robótico. Un golpe en toda
regla. Un puñetazo en la boca.
"Muy bueno, aunque la mujer perfecta no debe ser complaciente en todo, a veces un poco de duda, aumenta el amor, pero bueno, es un robot, robot mujer...por eso en algo debía fallar" (Myriam Jara, de Buenos Aires, Argentina)
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