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martes, 27 de agosto de 2013

ASÍ ES LA VIDA, por Miguel Abalos, de Montevideo, Uruguay


Eran casi las siete de la tarde cuando Antonio López descendió de un 105 en Ocho de Octubre y Larravide. Entró en el boliche de la esquina y se sentó. Era un hombre relativamente joven, pero su rostro acusaba mucho más que sus cuarenta años. Pidió una caña doble. Bebió un largo sorbo del líquido amarillento, buscando serenar su estado emocional.

Se preguntaba una y mil veces ¿por qué razón él se había salvado de una muerte segura, mientras que sus dos compañeros de trabajo estaban muertos? ¿Qué imponderables e inexplicables razones tuvo el destino para dejarlo seguir con vida? A esta hora podía estar igual que Mario y Felipe… dentro de un féretro, siendo velado por su mujer y sus dos hijos.

Bebió lo que le quedaba en el vaso, pagó y caminó hacia su casa. Cuando dobló en la Larravide al Sur ya se había hecho la noche. Ni siquiera sentía la llovizna fría que le golpeaba el rostro. Apuró el paso. Quería llegar pronto para contarle a su mujer y desahogar en parte la angustia y el dolor que le oprimía el pecho.
Con los ojos cubiertos de lágrimas, entró. Clara estaba en la cocina preparando la comida. Antonio dejó caer su cuerpo sobre una silla. Al verlo en ese estado, ella le preguntó:
-¿Qué te pasa?  -mientras de reojo miraba en la televisión un teleteatro mexicano, donde una mujer mataba a balazos a su marido porque lo había encontrado con un travesti-,  estás muy pálido y desencajado, ¿qué tenés?
-Sucedió algo terrible en el trabajo.
En ese momento, una tanda cortó el melodrama. Clara, secándose las manos en el delantal, se sentó a su lado.
-Contame qué pasó  -le pidió-   eso te va hacer bien... pero por favor, no llores...
-Estábamos trabajando en el octavo piso, sobre el andamio con Mario y Felipe… los que vinieron el mes pasado con sus mujeres a comer un asado.
-Sí, sí -dijo Clara-  sé quiénes son.
-Yo había bajado al baño porque me sentía mal, tenía retorcijones en los intestinos, y ahí estaba cuando escuché un tremendo estruendo, gritos y gente que corría. Salí lo más rápido que pude. Fue horrible, el andamio se había desprendido, no se sabe por qué, y los dos estaban allá abajo, muertos... ¿Te das cuenta?, yo podría haber caído con ellos... te habría dejado sola con los gurises y ahora me estarías velando.
-Tendrías que estar agradecido. Entiendo tu dolor, Antonio, pero calmate, ¿qué le vas a hacer?, la vida es así, nunca sabemos qué nos depara el destino.  Pobre de las mujeres de Mario y Felipe y sus hijos chicos. Con lo que ganaban apenas les alcanzaba para vivir, igual que a nosotros. ¿Qué van hacer ahora?… pobre gente.
-Bueno, por eso no van a tener problema  -dijo Antonio-
-¿Cómo no van tener problema?  -replicó Clara-  ¡por favor!
-No. La empresa es de extranjeros… tiene asegurado a cada uno de sus obreros.
-¡Ah…! Por lo menos les van a pagar algo…
-Sí, cada una de las mujeres va a recibir 120.000 dólares la semana que viene.
-¿Qué decís?  -exclamó Clara con asombro-  ¡pero eso es una fortuna...! ¡Les va solucionar la vida de ellas y la de sus hijos!
-Sí, es muy cierto  -dijo Antonio-  es mucha plata.
-¡No se puede creer! Cuando se te presenta una oportunidad en la vida para solucionar los problemas económicos de tu familia, a vos se te antoja ir a cagar... ¡Hay que ser idiota!  

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