Adonde el demonio puede
hacer gran daño sin entenderle, es haciéndonos creer que tenemos virtudes no
las tiniendo, que esto es pestilencia.
Santa Teresa de Jesús, Camino
de perfección.
No deja de ser curioso, y
pestilente, que con todo cuanto está sucediendo: hundimiento de la banca, de
las cajas de ahorro, malversación de fondos por parte de políticos, juristas y
hasta nobles (?), corrupción en todas las escalas, paro generalizado, y media
España consumiéndose por el fuego, provocado o no, tengamos que estar
orgullosos de ser hijos suyos porque la selección de fútbol se ha clasificado
para jugar la semifinal de no sé qué campeonato. Así lo quieren algunos
periódicos que hasta ponen, en primera plana, la sufrida bandera española. Ver
para creer.
Mal tienen que ir las
cosas para tener que recurrir a tan burdos métodos. Y mal, muy mal, tiene que
estar el país para que el amor hacia él dependa de un gol o de la puntería de
un futbolista. Hay otras cosas que marcan el pulso de ese orgullo. O de un
posible amor herido, que, al parecer, nadie quiere oír. Y que son señas
evidentes, aunque no tan llamativas, de lo que ya podíamos denominar una
frustración continua y permanente.
Hace unos cuatro años se
estrenó, convenientemente doblada, una película americana dirigida por Clint
Eastwood: El gran Torino. Cuenta la historia de un viejo cascarrabias al
que le cuesta mucho asimilar la llegada, a su país, de emigrantes asiáticos.
Por una serie de circunstancias, en las que no vamos a entrar, asume los
problemas de sus asiáticos vecinos. Y es tal la confianza del viejo
cascarrabias en la justicia de su país que se hace matar sabiendo que los
asesinos, una banda que molesta a sus vecinos, serán juzgados y condenados. Tal
vez la película de Eastwood en Estados Unidos se la tomaran en serio. Aquí
provocó alguna que otra sonora carcajada. Y no es que creamos que en América
atan a los perros con longanizas. Sí sabemos que, en España, personas con nombre
y apellidos han hundido toda la banca, han malversado fondos públicos, y han
hecho uso indebido de lo que no era suyo. Y nadie, absolutamente nadie, ha sido
no declarado culpable sino ni siquiera llevado ante el juez. Y si han ido ha
sido como mero testimonio. Sí, efectivamente, es para sentirse orgulloso: do
está la bandera española brilla la justicia y la equidad. Y mientras, el paro y
el desempleo marcha a galope tendido, o, por ser modernos, con la velocidad de
un coche de fórmula 1.
El desánimo es tan
grande, y la herida tan profunda, que, una vez más, en vez de echar mano de
remedios fuertes y eficaces, que no son los recortes, volvemos a las andadas: a
las carreras de cuadrigas y al folklore. Y nos prometen el paraíso con el
triunfo de la selección y con el descabezamiento del estado de bienestar. Por
supuesto, y como hemos visto, ni la justicia es igual para todos, ni los
recortes han afectado, en lo más mínimo, a los políticos: estos no han perdido
ni un ápice de sus privilegios. Y para lo que hacen, francamente, sobran más de
la mitad y un tercio. Sí, es para sentirse orgulloso de su falta de ética y de
su cinismo: siempre que alguien de un partido es acusado de corrupción,
siempre, según ese partido, se trata de una conspiración. Faltaría más. Aunque
haya llevado a su comunidad al endeudamiento y a la miseria. Pero a qué
lamentarnos: la vida en este bendito país está politizada hasta en su más
mínima expresión. Hasta en el deporte. Qué tiene de sorprendente, pues, que
también lo estuvieran las cajas de ahorro: allí se metía a cualquier político
“quemado” supiera o no de finanzas, este hacía lo posible por su partido, que
era quien lo había encumbrado, el partido sacaba dinero para sus eventos, y el
otro se llevaba una jubilación de ensueño. Es para llorar de alegría. Y más
teniendo en cuenta que todos veían el fútbol y nadie se enteraba de lo que
pasaba. Tal vez porque políticamente no era conveniente o correcto. Hay motivos
para estar más que orgullosos.
Y cuando empezó la
crisis, como hizo Nerón con el incendio de Roma, se buscó un culpable o varios:
los funcionarios, que eran unos privilegiados, y los maestros que tienen dos
meses de vacaciones. Ya lo dijo san Agustín, Pluvia defit, causa christiani:
si no llueve es por culpa de los cristianos. Efectivamente es para estar
orgulloso de una visión tan amplia del problema. Y mientras, los políticos se
suceden unos a otros; los bancos, el dinero, marca la política, el ciudadano
está condenado a pagar los platos rotos, hasta con su sangre, y sálvese quien
pueda. Porque ni en los recortes, faltaría más, somos solidarios. Luego, eso
sí, persona hay, o persona humana, como dice algún que otro ilustrado
periodista, que se queja de la poco cohesión que tiene este país. Y en vez de
buscarla mediante la justicia, la moral y la equidad, lo hacen a través de
aficionarnos a todos al fútbol, y de sentirnos orgullos de once aguerridos
muchachos que guían, convenientemente, una pelotita. Así que la pobre señora
que se ha quedado con la pensión congelada, y se tiene que pagar los
medicamentos, tiene hoy motivo de orgullo. Y mañana que, como a Celestina, le
quedará la dentera. En caso contrario, mal iremos. Tal vez el fútbol sea capaz
de frenar la crisis y de hacernos perder esa fea costumbre de comer tres veces
al día. Entonces, si no nos hemos muerto, sí que será para estar orgullosos.
Esperemos que tengan la deferencia, si fenecemos y la crisis lo permite, de
enterrarnos envueltos en la bandera. Bien rebozados.
Dejaremos para otro día
que, tal vez, el orgullo de ser español nazca de poder disfrutar de la lectura
de Guerra y paz, Madame Bovary, El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha, o de la música de Mozart... En fin, del arte en general, para no
abusar del posible y paciente lector. Que los dioses tengan compasión de
nosotros. Nuestro castigo ya comienza a parecerse al de Sísifo.
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