Portada: Monumento 11-M (cortesía José Luís Ayuso)
Eran por lo menos diez personas de diferente edad y de distinta corpulencia. Al término de cada una de las cinco oraciones del día sitiaban los accesos a las mezquitas y comenzaban en coro una ceremonia rogativa para la construcción de una mezquita que siempre se olvidaban de precisar dónde o cuándo.
— ¡Parece mentira si esto es una colecta!
— ¿Qué pasa?
— Que esta gentuza va desde Algeciras hasta Reus pidiendo lo mismo. Nunca han construido ninguna mezquita. Es su forma de vivir en España
— Y nadie les molesta ni siquiera la policía española.
— No. Nadie. Llevan ya años con este negocio.
— Luego nos quejamos cuando alguien nos critica.
— Bueno… la verdad es que, aquí en España, que yo conozca, todo el mundo es cómplice: unos por su pasividad, otros por su ingenuidad y los terceros por su indiferencia y mutismo que, además de incentivar la ilicitud, infunde a los que por principio o por interés acatan religiosamente las leyes en vigor del país que les acoge. Para mi es una forma colectiva de incumplir con el deber.
Enemigos combatientes o por lo menos enemigos mendigos. Ningún fiel musulmán a lo largo y ancho de la geografía española ignoraba los fines lucrativos de lo que se llamaba irónicamente « Consorcio para la construcción de imaginarias mezquitas ».
— Deberían construir una mezquita en Guantánamo.
— Que no te escuchen porque mañana lo introducirán en su repertorio.
Una de las mil y una contradicciones migratorias marroquíes en España: Por un lado, una primera generación con un perfil marcado esencialmente por una elevada tasa de analfabetismo, una falta total o parcial de calificación profesional y falta de recursos, limitándose a los ingresos y los consiguientes ahorros con planes de inversión posterior en el país de origen, preferentemente en las localidades propias. Y más reciente, la emergencia en España y en otros países de la Unión Europea de una nueva categoría de inmigrantes marroquíes que «en vez de dedicarse exclusivamente como sus parientes a la venta de su fuerza de trabajo, irrumpen en múltiples espacios económicos y científicos del país de acogida»[1].
Unos y otros. Todos expuestos a los sofisticados lavados de cerebro de redes extremistas y a aparentes soldados de Dios «al servicio» de obras de caridad y de los proyectos del terrorismo radical.
Entre posibles actores de un nuevo tipo de lazos entre los países de origen y de acogida y probables palancas de la empresa extremista inspirada de ideas y visiones elaboradas en Tora Bora o Waziristán no había más que un ápice. Desgraciadamente nadie lo adivinó… ni siquiera los propios protagonistas de las masacres que ningún libro sagrado haya recomendado.
— Francamente, yo tengo mucho que hacer. En vez de estar escuchando a estos payasos vomitando odio y discordia, prefiero inculcar a mis hijos los verdaderos preceptos de nuestra religión musulmana.
— Pero… ellos dicen, pruebas a mano, que lo que predican es la verdad… la única.
— ¿La única? Hijos de...
— No. No insultes a nadie.
Había empresas doctrinales y había resistencias. Ni las unas ni las otras se tuvieron en cuenta. Ni las primeras fueron debidamente combatidas ni las segundas legítimamente impulsadas y apoyadas. Finalmente resultó desmesurada la tenacidad y la firmeza de unos y mortal la impotencia y el aislamiento de otros. Tanto que los argumentos de los segundos parecían para muchos «especialistas» de la lucha anti-terrorista despropósitos o cuando más como exageración con gusto indígena.
Juerguistas de ayer se convirtieron en militantes de hoy sin que ello atrajera la atención.
Un auténtico genocidio religioso.
— Mira, Yussef, te lo he dicho mil veces. Mi interesa el Islam. Mucho. Muchísimo pero no su odio ni sus métodos. Yo también creo en el Yihad. Si la guerra santa contra la ignorancia, contra la pobreza, contra la exclusión y contra la injusticia.
— Entonces...
— Entonces trato de saber por qué los musulmanes hemos perdido la capacidad de producir los conocimientos. ¿Comprendes?
— Si. No soy tan ignorante como crees.
— No he dicho eso ni lo diré nunca. No hay peor ignorante que el que no quiera aprender.
— Ciego...
— Somos, Yussef, 57 países musulmanes con tan sólo 500 universidades. ¿Sabes cuántas universidades hay por ejemplo en Estados Unidos? 5758 y en La India , 8407…
— Está bien ¿Y qué?
— Que no es la violencia ni el asesinato de los inocentes ni la envidia porque son mejor que nosotros van a darnos la gloria.
— ¿Mejor que nosotros?
— Claro que si, por lo menos para mi. Ellos consagran al desarrollo/investigación el 5% de su PIB. Es decir Producto Interior Bruto. Nosotros menos del 0’2%. En síntesis: hay entre el 78 y el 97% de los que han estudiado o estudian y han aprendido y siguen aprendiendo, como yo, en sus universidades. Un poco de gratitud.
— Yo no tengo beca. A cambio de mi fuerza se me paga y punto.
Las desmesuradamente exageradas disparidades de los sueldos y salarios entre las dos riveras del Mediterráneo han creado una nueva ecuación migratoria y con ella un riesgo de delito.
Ni al comienzo ni al final nadie juzgó oportuno tomar la temperatura de la subversión terrorista. Todo el mundo confiaba en que «ello sucede sólo a los demás». Los había incluso que estaban al tanto de los más mínimos detalles de lo que se tramaba pero pensaban que podía servir en un momento determinado de una forma de presión sobre el vecino del sur.
Se equivocaron y nunca lo lamentarán lo suficiente.
[1] Mohamed Saïb Músette (Cahiers des Migrations Internationales)
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