El llegó a la cama
cuando yo dormía hacía un rato. Antes me había sobresaltado gritando un gol de
su equipo favorito desde el living, pero volví a conciliar el sueño casi
instantáneamente. Cuando entró a la habitación encendió la luz y no se olvidó
de tropezar con la cámara como cada noche. Luego encendió el televisor para
repasar los análisis posteriores al partido. Aquellos comentaristas
estaban realmente exaltados.
Intenté taparme los oídos con la
almohada pero no sirvió de nada. Durante un buen rato involuntariamente
participé de la discusión entre tres especialistas sobre el acierto del técnico
en la elección de un mediocampista y la lesión que mantuvo afuera al delantero
estrella.
Debo haberme aletargado, porque al
instante siguiente, él estaba dormido.
Yacía semisentado sobre dos
enormes almohadones verdes. En una mano todavía aferraba el control, pero
pronto se le cayó al suelo, la tapa se salió y las pilas rodaron bajo la cama.
Casi al mismo tiempo, comenzó a roncar.
Me sorprendió el caudal de sonido.
Suelo dormirme antes que él y salto de
la cama al despertarme con lo cual nunca me puse a pensar en los ruidos que
hace de noche. Pero esa noche logró desvelarme. Volví a taparme los oídos pero sus ronquidos eran
más fuertes.
Se oían como un sinfín de sierras en
plena tarea de destrozar un tronco enorme. O quizás como el sistema de
comunicación de un animal legendario y enorme. A veces parecían el escape de un
vehículo corriendo a máxima velocidad.
Intenté olvidarlos, pensar en otra
cosa. Dedicarme a evocar las tareas del día siguiente para distraerme de aquel
ruido atroz, pero me fue imposible. No sólo no podía conciliar el sueño sino
que aquellos sonidos atronantes se metían en mi mente y me impedían
concentrarme.
Recurrí a una salida extrema. Le quité los
almohadones para lograr que su cabeza cambiase de posición. Pero los ronquidos
volvieron a resonar en la habitación y llegué a pensar que el techo y el resto
del edificio se elevarían en el aire por la fuerza del estruendo.
Al rato, mi piel se erizaba con cada sonido. Aquella seguidilla de
quejidos regulares no tenían desvelada y exasperada. Moví la nariz y la cabeza
de mi marido. Sacudí sus hombros. Pero él dormía plácidamente.
Elegí una almohada y un cubrecama y
preferí irme al sillón del living, pero los ronquidos parecieron explorar el
silencio de la casa para venir a buscarme y perforar mis tímpanos. Me acomodé
entre almohadones para atenuar el eco que llegaba desde la habitación, pero
aquellos sonidos desapacibles parecían rebotar en los muebles y caer sobre mí
con mayor intensidad.
Cerca de las 4 comencé a pensar en el día que me esperaba, en la
cantidad de cosas que tenía que hacer y
lo cansada que me sentía. Quise combatir mi insomnio con alguna lectura que me
distrajese, pero las páginas del libro desfilaban ante mis ojos, y mi mente no
hacía más que repetir el ruido atroz que llegaba desde el otro lado de la cama.
Probé con un somnífero suave. En el botiquín había toda clase de pastillas pero
elegí unas de hierbas que sólo lograron asquearme por su olor mezcla de pasto.
Aún mareada de sueño me distraje un
buen rato confirmando en uno de mis diccionarios la pertinencia del adjetivo
"estentóreo" para la catarata desacompasada que hacía temblar los muebles
de la habitación. Descubrí que aquel término que indica un volumen elevado,
venía de un mítico personaje de La Ilíada llamado "Estentor", que se
ufanaba de tener el caudal de voz de 50 guerreros. Razoné que mi hombre bien
podría enorgullecerse de una potencia semejante para sus ronquidos.
Pasadas las 6 había planeado una y
mil veces el crimen de aquel hombre que no me dejaba dormir. Quizás podía
ahogarlo con una almohada y alegar que él mismo había rodado debajo de ella
mientras dormía. O podía oprimir su nariz y su boca y esperar a que sus labios se fuesen poniendo
morados. Tal vez, incluso podría deslizar un gotero con alguna sustancia tóxica
alguna de las veces que abriese la boca para acompañar con un silbido los
sonidos aserrados.
Volví a la cama y dediqué la
siguiente media hora a maldecir al sujeto con el que me había casado. Hasta el
momento no había tenido quejas y habíamos sido a nuestro modo felices, pero la
serenata nocturna revelaba a las claras su falta de consideración hacia mi persona.
Su absoluto egoísmo y falta de contemplaciones para con mi insomnio eran
motivos suficientes para poner fin a nuestra relación. O al menos era lo que
pensaba yo, borracha de sueño, pasada de reproches.
Cerca de las 7 comencé a adormilarme
hecha un ovillo a los pies de la cama. Pero, de pronto, el sonido se detuvo
abruptamente y me despabilé por completo. Miré a mi marido y yacía de costado,
con una sonrisa beatífica. De inmediato entré en pánico. Me acerqué a él
buscando confirmar el movimiento rítmico de su pecho, el silbido de su
respiración. Nada se oía. Acerqué mi cara a la suya para percibir el calor de
su aliento, pero no lo noté. La mano que había sostenido el control remoto,
pendía inerte a un costado de la cama.
Con desesperación comencé a zamarrearlo, y, de pronto, surgió
estentóreo y desafiante uno de aquellos ronquidos. Lo abracé con la alegría del reencuentro y me quedé dormida instantáneamente.
Muy buen cuento, Eva. Tuve una novia que, emulando al personaje de tu relato, se iba a dormir a la cocina si yo roncaba mucho. Saludos!
ResponderEliminarGracias, Malkiel. Una historia mínima de las miles que encierra la noche.
EliminarHonestamente (suelo caracterizarme por la honestidad) creo que este cuento es una joya literaria y no creo exagerar, Eva, pues te diré, estimada escritora que haz hecho literatura de algo tan cotidiano como es el insomnio, que en el caso del personaje se debe a ¡Ronquidos! Qué decirte? Es fabuloso; los escritores solemos caer en temas recurrentes, incluso extravagantes, como si por el hecho de usar palabras rimbombantes, fuéramos poco menos que Borges (aunque él no era adepto a ellas) pero vos no, vos hiciste arte de lo cotidiano. Me reoordó el cuento "LA MANO" pero no puedo recordar a la autora, su nombre. El caso es que ella hacía una magnífica narración sobre la impresión que le causaban los movimientos de la mano de su marido mientras dormía, y ella no podía dormir pues estaba muy concentrada en esos movimientos. En fin, te aplaudo y de pie.
ResponderEliminarGracias, Myriam! Tu mirada sobre mi texto me emociona! Justamente intenté poner la lente en una situación cotidiana y pequeña que puede convertirse en un mundo. Me interesó mucho lo de "La Mano" , ya lo estoy buscando...
ResponderEliminarFelicitaciones, Eva. Yo, que trabajo precisamene en medicina del sueño, donde se trata el problema del apnea del sueño, de la que los ronquidos son un síntoma, he disfrutado este cuento hasta la carcajada, pero además del tema que me gusta particularmente, la narrativa es de excelencia. Una joya. Te pido permiso para publicarlo en mi blog Poetario y compartirlo. Felicidades y un fuerte abrazo agradecido.
ResponderEliminarJeniffer Moore
Miami, FL USA
Claro que sí, Jeniffer. Me daría mucho gusto que lo compartiese. Un abrazo y muchísimas gracias!!!
ResponderEliminarMuy bueno, gracias a Jeniffer lo he podido leer. Imagino que tengas más, porque éste me atrapó de principio a fin. Para colmo un tema que me toca muy de cerca, pues trabajo en ese campo de los sueños. Gracias y un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Pastor! ¿Quién no ha sufrido alguna vez un problema de sueño?
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