Dentro del corazón de la provincia de Buenos Aires,
en el pueblo de Suárez, hubo una vez la historia de dos amados con trágico
destino.
Ella, Julieta, era la joven más elegante
de los cerealeros de la zona.
Él, Romeo, era el apuesto hijo del
alcalde de Suárez.
Hubo un primer encuentro en la calle
céntrica, donde se miraron y se siguieron. Un amigo en común los hizo conocer
en una fiesta, donde se besaron por primera vez.
Pero como las malas lenguas corren más
rápido que el corazón, al día siguiente todo el pueblo conocía la historia.
Incluido, los padres de cada familia.
Entre odios y gritos, cada joven se
reveló frente a su familia. Julieta se encerró en su cuarto, Romeo huyó y vagó por
las calles. Él se emborrachó de tal forma que fue hasta el arroyo más cercano y
un soliloquio más tarde, se arrojó al agua.
Julieta, angustiada, escribió un
elegante poema de despedida en su diario, y vomitando sobre sus vestidos, dijo
adiós. Se arrojó por la ventana de cuarto.
El cuerpo de él jamás se halló. Ella
falleció camino al hospital del otro pueblo. Y el amigo que los presentó fue
colgado en la plaza pública por orden expresa del alcalde.
Los vecinos dicen que todavía oyen las
voces de los enamorados, cruzando las calles, sin poder encontrarse.
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