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viernes, 9 de noviembre de 2012

LEALES Y PAMPEANOS, por Irene Avilés, de Buenos Aires, Argentina



Es cierto: en apenas dos segundos pueden pasar por la mente los recuerdos de toda una vida.
Dorita y yo éramos amigas y también integrantes de la barra, muchas chicas y todas con hermanos varones que a su vez tenían amigos que, atraídos por las mujercitas llegaban a integrar la Barra, agregándose a los  “Cuidadores” familiares.
Era una época  jodida para nosotras: vigiladas por padres, madres, hermanos y amigos, con prohibiciones más que nada maternas y cuando una preguntaba ¿Porqué? Recibía un rotundo e inapelable ¡Porque no!
Pero tuvimos suerte, estábamos desesperadas por conocer ese lugar que todos alababan, que según los muchachos y algunas chicas era muy piola, tenía fama y ese misterio que lo rodeaba ya que, nadie nos decía como era, pero Dorita lo volvió loco al hermano hasta que consiguió que él aceptara llevarnos: problema resuelto con las madres.
Nos vestimos de primera y partimos a encontrarnos con el chaperón en la Plaza de Avellaneda porque antes tenía que ir a otro lado, pero llegó, de mala gana pero llegó. Caminamos dos cuadras y de repente estábamos adentro.
El lugar pegó una patada a mis ilusiones: un galpón inmenso, oscuro, lleno de gente a las cuales les veía las caras de milagro, y estaban tocando rock. A Dorita y al hermano los perdí en el momento, traté de abrirme paso hacia una puerta que estaba a mi frente por donde entraba algo de luz, debía se una Cantina, Bar o cualquier cosa, me daba lo mismo. En aquella época yo no decía una palabrota ni de milagro,  pero me hubiera gustado hacerlo para dedicárselas a los  que nos hablaron tan bien de ese horrendo y sórdido espacio para bailar Rock  y además con nombre folklórico, incongruente.
Me paré bajo el dintel de luz y miré la multitud que bailaba afanosamente,  con gran entusiasmo ¡Yo quería irme! Pero sola no podía y quien sabe cuando encontraría a mis amigos.
De repente oí otra música, no rock, ya ni me acuerdo, pero sé que me resultaba más tranquila en ese caos, Tal vez sería Elvis, Los Panchos que tampoco me gustaban, sí, sí, yo era rara nunca encajé en muchos lugares,  pero trataba.
Una voz me dijo ¿Bailas? Era más alto que yo lo cual no constituía una hazaña, flaco, cara con pómulos marcados y un saco sport  muy lindo con pañuelito al cuello, es lo único que vi antes de entrar en la penumbra del baile llevada por ese extraño que a los dos minutos comenzó con las preguntas de rigor: ¿Como te llamás? ¿Qué estudias? ¿Dónde vivís? A lo que yo contestaba lacónicamente: Paula…Bellas Artes…En barracas.
Podría haberle mentido con total tranquilidad, pero no lo hice, nunca más lo vería así que me daba igual, pero el chico después de decirme su nombre sin que yo se lo preguntara, nombre que olvide instantáneamente, siguió inquiriendo ¿Barracas donde, en que calle? ¿En Montes de Oca? Y yo respondía: De Montes de Oca hacia el Parque.
No era pesado, la odiosa era yo, el trataba de iniciar una conversación amablemente pero además de mi mal humor llevaba la desgracia de una timidez que no podía vencer.
No me dejó en todo el tiempo en que estuve allí, hasta que Dorita y el hermano me encontraron diciéndome a los gritos que teníamos que irnos, me despedí del flaco y me fui.
No sé cuanto tiempo pasó, quizás dos semanas o tal vez menos, pero la sorpresa fue grande.
Yo venía de la biblioteca, cargada de libros, cuándo me topé con el chico “Leales y Pampeanos”, ¡Paula, por fin te encuentro, hace más de una semana que estoy buscándote, ¿Cómo estás?
Lo único que salió de mi boca fue un ¿Cómo me encontraste? Me contestó que caminó  todo el barrio desde Montes de Oca hasta el Parque, varias veces y a distintas horas. Estaba sorprendida, me parecía imposible, de cuento, de novela romántica, alguien que te busca sin saber donde estás, caminando Barracas esperando verme ¡A mí!
El hablaba y yo sin palabras, con la boca abierta como un pescado, era fuerte para mí y para cualquier chica tanto sacrificio, un interés tan persistente, tanto tesón.
Recuerdo que estábamos  parados uno frente a otro y yo tratando de ser amable intenté seguirle la conversación,  no sé que sentía por ese ser tan sorprendente si lástima, admiración o fastidio, porque el tipo seguía siendo indiferente para mí, y por otra parte no podía ser tan maleducada después de semejante demostración de interés.
En eso estábamos cuando él se quedó callado con la vista fija sobre mi cabeza, me di vuelta y allí estaban, parados con cara de guerra inminente: mi hermano y Tito altos, musculosos junto a dos amigos de la barra.
Son tus amigos, me dijo en tono afirmativo.
Y mi hermano, le contesté yo, ¿Me voy? Preguntó con tono de pena.
Y yo, cobarde como cualquier esclava blanca de aquella época le dije con voz tembleque: sí.
No me preguntó el teléfono solo dijo: ya nos vamos a encontrar nuevamente, y se fue.
Ahora estoy sentada bajo una sombrilla que me protege del sol en una mesa de un bar de la Avenida de Mayo, adoro esa Avenida, y espero que llegue mi nieta mayor, diecisiete años, somos muy compinches y nos reunimos a veces para conversar, o para que  ella me cuente sus problemas, yo le digo que no se pierda nada de la vida, siempre y cuando no  mienta, robe, se drogue, tome alcohol o pierda su dignidad como mujer.
¡Si me hubiera tocado ser joven ahora, quien sabe que habría sido de mi vida! Pero  enseguida pienso en los tres nietos, eso me da un pequeño consuelo.
¡Paula!
Es cierto, en uno o dos segundos uno puede ver pasar toda su vida,  es un viaje perfecto, lo bueno y lo malo, lo feo, lo más feo, lo terrible y lo angustioso pero, tristemente, los recuerdos felices son muy pocos ¡Si hasta me acordé de Leales Pampeanos! Porque era él, el chico que me busco por las calles de mi barrio, los pómulos marcados, alto, medio peladito, flaco y muy bien vestido.
Parecía un hombre a quién la vida  trató bien, parecía un hombre feliz.
Por un momento pensé que la cara de felicidad era por haberme encontrado, pero no podía ser tan vanidosa ¡A mis putos años!
¿No me te acordás de mí? Me dijo apoyando las manos en la mesa, en otro segundo penoso me dije que reconocerlo era invitarlo a sentarse, presentarle a mi nieta. ¡Como presentarle a mi nieta adolescente si en nuestros recuerdos yo tenía poco más que la edad de ella!
Sería hablar de nuestras vidas, me preguntaría si seguía pintando y dibujando, si mis cuadros se exponían o si había hecho otras cosas, ¿Cómo se cuenta una vida, mi vida, a un extraño? Porque si él no me nombraba, podría haber tropezado con su cara pegada a mi nariz que no lo reconocería jamás.
Todo un extraño y al mismo tiempo un fugaz instante que yo tampoco olvidé. Si le decía que se sentara tendría que preguntarle por su vida, sus años vividos, interesarme por su presente, su pasado y saldría a relucir la tarde de Leales y Pampeanos, su búsqueda quijotesca, mi cobardía y miedo ante los imbéciles que me cuidaban. Seguro nos reiríamos, tal vez no nos riéramos ¡Era demasiado para mí! 
Me ganó la furia ¿Cómo carajo me reconoció después de un siglo? Esa cara sonriente mirándome, esperando que yo hablara, que también le sonriera.
No, no me interesó antes menos ahora, lo único que me intrigaba era su flacura, seguro que un flaco por naturaleza, mis amigos, conocidos, compañeros de cursos y reuniones incluyendo a mi marido, van de gorditos a gordos, pero son gordos asumidos, tal vez felices y yo por desgracia adoro a los flacos, no.
Te confundiste, lo siento pero no me llamo Paula.
Levantó las manos de la mesa, cara de incredulidad.
Sí, te debo de haber confundido, lo que pasa, dijo con indudable sorna, es que yo estaba seguro de volverte a encontrar, y se fue, me dio la espalda y se fue.
Desde los quince años que no me sonrojaba, debía tener la cara como un tomate, me dio una dura lección con la levedad de una pluma.
Y aquí estoy esperando a mi nieta a quién ya veo llegar, pero como diría Soriano, Triste, Solitaria y Final.

5 comentarios:

  1. Gracias Evita, tu mamá también tiene recuerdos de ese lugar. Irene

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  2. Hola, mi nombre es Marcelo Sola, una consulta el de la foto, el del centro, es Vicente Sola?

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  3. Hola, que tal? mi nombre es Marcelo Sola, me gustarioa saber si el Sr que esta en la foto es mi abuelo, Vicente Sola, gracias

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  4. Estimado Marcelo
    La persona que escribió este cuento es Irene Avilés, mi madre, y efectivamente vivió por esos años la experiencia que narra. Yo, su hijo y uno de los editores del blog, encontré la única foto que hay en todo internet, de gente en el antiguo boliche "Leales y Pampeanos", pero te confieso que no tengo la manor idea de quienes son las personas que aparecen en ella. Si tu crees reconocer a un pariente tuyo, pues será verdad.
    Un saludo cordial
    Carlos Alejandro Nahas

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