Es cierto: en apenas dos
segundos pueden pasar por la mente los recuerdos de toda una vida.
Dorita y yo éramos
amigas y también integrantes de la barra, muchas chicas y todas con hermanos
varones que a su vez tenían amigos que, atraídos por las mujercitas llegaban a
integrar la Barra, agregándose a los
“Cuidadores” familiares.
Era una época jodida para nosotras: vigiladas por padres,
madres, hermanos y amigos, con prohibiciones más que nada maternas y cuando una
preguntaba ¿Porqué? Recibía un rotundo e inapelable ¡Porque no!
Pero tuvimos
suerte, estábamos desesperadas por conocer ese lugar que todos alababan, que
según los muchachos y algunas chicas era muy piola, tenía fama y ese misterio
que lo rodeaba ya que, nadie nos decía como era, pero Dorita lo volvió loco al
hermano hasta que consiguió que él aceptara llevarnos: problema resuelto con
las madres.
Nos vestimos de
primera y partimos a encontrarnos con el chaperón en la Plaza de Avellaneda
porque antes tenía que ir a otro lado, pero llegó, de mala gana pero llegó.
Caminamos dos cuadras y de repente estábamos adentro.
El lugar pegó una
patada a mis ilusiones: un galpón inmenso, oscuro, lleno de gente a las cuales
les veía las caras de milagro, y estaban tocando rock. A Dorita y al hermano
los perdí en el momento, traté de abrirme paso hacia una puerta que estaba a mi
frente por donde entraba algo de luz, debía se una Cantina, Bar o cualquier
cosa, me daba lo mismo. En aquella época yo no decía una palabrota ni de
milagro, pero me hubiera gustado hacerlo
para dedicárselas a los que nos hablaron
tan bien de ese horrendo y sórdido espacio para bailar Rock y además con nombre folklórico, incongruente.
Me paré bajo el
dintel de luz y miré la multitud que bailaba afanosamente, con gran entusiasmo ¡Yo quería irme! Pero
sola no podía y quien sabe cuando encontraría a mis amigos.
De repente oí otra
música, no rock, ya ni me acuerdo, pero sé que me resultaba más tranquila en
ese caos, Tal vez sería Elvis, Los Panchos que tampoco me gustaban, sí, sí, yo
era rara nunca encajé en muchos lugares,
pero trataba.
Una voz me dijo
¿Bailas? Era más alto que yo lo cual no constituía una hazaña, flaco, cara con
pómulos marcados y un saco sport muy
lindo con pañuelito al cuello, es lo único que vi antes de entrar en la
penumbra del baile llevada por ese extraño que a los dos minutos comenzó con
las preguntas de rigor: ¿Como te llamás? ¿Qué estudias? ¿Dónde vivís? A lo que
yo contestaba lacónicamente: Paula…Bellas Artes…En barracas.
Podría haberle
mentido con total tranquilidad, pero no lo hice, nunca más lo vería así que me
daba igual, pero el chico después de decirme su nombre sin que yo se lo
preguntara, nombre que olvide instantáneamente, siguió inquiriendo ¿Barracas
donde, en que calle? ¿En Montes de Oca? Y yo respondía: De Montes de Oca hacia
el Parque.
No era pesado, la
odiosa era yo, el trataba de iniciar una conversación amablemente pero además
de mi mal humor llevaba la desgracia de una timidez que no podía vencer.
No me dejó en todo
el tiempo en que estuve allí, hasta que Dorita y el hermano me encontraron
diciéndome a los gritos que teníamos que irnos, me despedí del flaco y me fui.
No sé cuanto
tiempo pasó, quizás dos semanas o tal vez menos, pero la sorpresa fue grande.
Yo venía de la
biblioteca, cargada de libros, cuándo me topé con el chico “Leales y
Pampeanos”, ¡Paula, por fin te encuentro, hace más de una semana que estoy
buscándote, ¿Cómo estás?
Lo único que salió
de mi boca fue un ¿Cómo me encontraste? Me contestó que caminó todo el barrio desde Montes de Oca hasta el
Parque, varias veces y a distintas horas. Estaba sorprendida, me parecía
imposible, de cuento, de novela romántica, alguien que te busca sin saber donde
estás, caminando Barracas esperando verme ¡A mí!
El hablaba y yo
sin palabras, con la boca abierta como un pescado, era fuerte para mí y para
cualquier chica tanto sacrificio, un interés tan persistente, tanto tesón.
Recuerdo que
estábamos parados uno frente a otro y yo
tratando de ser amable intenté seguirle la conversación, no sé que sentía por ese ser tan sorprendente
si lástima, admiración o fastidio, porque el tipo seguía siendo indiferente
para mí, y por otra parte no podía ser tan maleducada después de semejante
demostración de interés.
En eso estábamos
cuando él se quedó callado con la vista fija sobre mi cabeza, me di vuelta y
allí estaban, parados con cara de guerra inminente: mi hermano y Tito altos,
musculosos junto a dos amigos de la barra.
Son tus amigos, me
dijo en tono afirmativo.
Y mi hermano, le
contesté yo, ¿Me voy? Preguntó con tono de pena.
Y yo, cobarde como
cualquier esclava blanca de aquella época le dije con voz tembleque: sí.
No me preguntó el
teléfono solo dijo: ya nos vamos a encontrar nuevamente, y se fue.
Ahora estoy
sentada bajo una sombrilla que me protege del sol en una mesa de un bar de la
Avenida de Mayo, adoro esa Avenida, y espero que llegue mi nieta mayor,
diecisiete años, somos muy compinches y nos reunimos a veces para conversar, o
para que ella me cuente sus problemas,
yo le digo que no se pierda nada de la vida, siempre y cuando no mienta, robe, se drogue, tome alcohol o
pierda su dignidad como mujer.
¡Si me hubiera
tocado ser joven ahora, quien sabe que habría sido de mi vida! Pero enseguida pienso en los tres nietos, eso me
da un pequeño consuelo.
¡Paula!
Es cierto, en uno
o dos segundos uno puede ver pasar toda su vida, es un viaje perfecto, lo bueno y lo malo, lo
feo, lo más feo, lo terrible y lo angustioso pero, tristemente, los recuerdos
felices son muy pocos ¡Si hasta me acordé de Leales Pampeanos! Porque era él,
el chico que me busco por las calles de mi barrio, los pómulos marcados, alto, medio
peladito, flaco y muy bien vestido.
Parecía un hombre
a quién la vida trató bien, parecía un
hombre feliz.
Por un momento
pensé que la cara de felicidad era por haberme encontrado, pero no podía ser
tan vanidosa ¡A mis putos años!
¿No me te acordás
de mí? Me dijo apoyando las manos en la mesa, en otro segundo penoso me dije
que reconocerlo era invitarlo a sentarse, presentarle a mi nieta. ¡Como
presentarle a mi nieta adolescente si en nuestros recuerdos yo tenía poco más
que la edad de ella!
Sería hablar de
nuestras vidas, me preguntaría si seguía pintando y dibujando, si mis cuadros
se exponían o si había hecho otras cosas, ¿Cómo se cuenta una vida, mi vida, a
un extraño? Porque si él no me nombraba, podría haber tropezado con su cara
pegada a mi nariz que no lo reconocería jamás.
Todo un extraño y
al mismo tiempo un fugaz instante que yo tampoco olvidé. Si le decía que se
sentara tendría que preguntarle por su vida, sus años vividos, interesarme por
su presente, su pasado y saldría a relucir la tarde de Leales y Pampeanos, su
búsqueda quijotesca, mi cobardía y miedo ante los imbéciles que me cuidaban.
Seguro nos reiríamos, tal vez no nos riéramos ¡Era demasiado para mí!
Me ganó la furia
¿Cómo carajo me reconoció después de un siglo? Esa cara sonriente mirándome,
esperando que yo hablara, que también le sonriera.
No, no me interesó
antes menos ahora, lo único que me intrigaba era su flacura, seguro que un
flaco por naturaleza, mis amigos, conocidos, compañeros de cursos y reuniones
incluyendo a mi marido, van de gorditos a gordos, pero son gordos asumidos, tal
vez felices y yo por desgracia adoro a los flacos, no.
Te confundiste, lo
siento pero no me llamo Paula.
Levantó las manos
de la mesa, cara de incredulidad.
Desde los quince
años que no me sonrojaba, debía tener la cara como un tomate, me dio una dura
lección con la levedad de una pluma.
Y aquí estoy
esperando a mi nieta a quién ya veo llegar, pero como diría Soriano, Triste,
Solitaria y Final.
Buenísimo!!
ResponderEliminarGracias Evita, tu mamá también tiene recuerdos de ese lugar. Irene
ResponderEliminarHola, mi nombre es Marcelo Sola, una consulta el de la foto, el del centro, es Vicente Sola?
ResponderEliminarHola, que tal? mi nombre es Marcelo Sola, me gustarioa saber si el Sr que esta en la foto es mi abuelo, Vicente Sola, gracias
ResponderEliminarEstimado Marcelo
ResponderEliminarLa persona que escribió este cuento es Irene Avilés, mi madre, y efectivamente vivió por esos años la experiencia que narra. Yo, su hijo y uno de los editores del blog, encontré la única foto que hay en todo internet, de gente en el antiguo boliche "Leales y Pampeanos", pero te confieso que no tengo la manor idea de quienes son las personas que aparecen en ella. Si tu crees reconocer a un pariente tuyo, pues será verdad.
Un saludo cordial
Carlos Alejandro Nahas