Cuatro guardias de 24 hs encerrada en un
hospital me volvieron más vulnerable y sensible, aún. No es novedoso que en los
hospitales públicos se conoce el rostro de la miseria, carencias afectivas y
materiales. Las materiales, bueno, se pueden “digerir” pero…las afectivas ¡NO,
ME NIEGO!
Esta es una historia entre
tantas.
La dulce anciana Clarita de
bellos ojos azules, mujer culta y de determinado poder adquisitivo, ingresa al
quirófano y me regala una sonrisa amplia, me pide disculpas, me explica que
siente vergüenza por no tener la dentadura puesta. Yo le digo que no se
preocupe, que igual su sonrisa no pierde brillo, que la mía no es tan bonita como
la suya pero tengo la suerte de cubrirla con el barbijo.
Clarita, con sus 91 años,
apuesta por la vida y se entrega, resignada, a un grupo de desconocidos pero
que ella intuye como los “salvadores” que la regresaran al triste geriátrico
donde sus “adinerados” hijos la han confinado a pasar los últimos años de su
vida.
Sin importar que tan lujosa
pueda ser la residencia para “mayores”, es sólo eso, una residencia alquilada,
un asilo que se asemeja al viejo baúl donde guardamos lo que ya no necesitamos
pero que no nos atrevemos a arrojar a la basura porque alguna vez significó
algo, porque alguna vez nos resultó útil. Y allí convive Clarita, con otros
pares y compañeros de soledad, recorriendo los metros finales que la suerte
quiera, en su bondad, regalarle.
No están ellos, sus
vástagos, cuando la camilla transporta el cuerpo de la anciana, atravesando la
puerta vaivén, no la despiden con un beso y un “Hasta prontito, aquí estaremos
esperándote”
Pregunto, por curiosidad, si
Clarita no tiene una cobertura médica que la haga merecedora de un sanatorio
con habitación privada y ciertos privilegios que, seguramente, su familia podrá
pagar. La respuesta es no.
No importa, Clarita está en
buenas manos, somos empleados públicos, no muy bien pagos, pero con un corazón
grande, eso creo, como para acogerla en nuestros brazos y pasarla a la mesa de
operaciones.
Antes de caer en el sueño
profundo, producto de la anestesia, Clarita recibe besos y caricias del equipo
quirúrgico, un conjunto de extraños que por designio de DIOS y guiados por ÉL,
la devolverán operada, curada, a su soledad obligada.
Clarita, no nos des las
gracias, no nos mires más con esos ojitos tiernos que tus párpados arrugados
apenas si dejan ver el azul de tus pupilas. No nos debés nada, nosotros te debemos
a vos haber encontrado el sentido de pasar cansancio, hambre, desarraigo
familiar, pero sólo por 24 horas. Vos no, vos volvés a tus días solitarios en
una casa prestada.
¿Por qué abandonamos a los
viejos cuando todavía pueden darnos tanto?
En Japón se fusionan los
hogares para ancianos con los jardines de infantes, los pequeños tienen abuelos
postizos, los abuelos tienen un motivo para seguir. Deberíamos tomar el ejemplo
nipón y encajar las piezas de modo tal que el resultado final sea una pradera primaveral…
si es que no tenemos otra opción.
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