Entendeme bien, en ese entonces no es que estuviésemos mal o
en crisis con la patrona, pero llevábamos 18 años de casados. Sabés lo que es
eso? Al otro ya lo conocés de memoria. Las cosquillas, los lunares, el pelo, las
mañas. Cierto que ésa es una ventaja porque no caés en el error de regalarle
zapatos de taco cuando ella usa chatitas. Pero la relación va perdiendo
sorpresa, esa incertidumbre que te mantiene atento. No sé.
Y ella que
va y me insiste con ir al sur de Brasil. Que no salía caro, que podíamos
alquilar una casita y cocinar todos los días. Y yo pensé que se lo debía y que
el sol, la playa, el clima subtropical, la caipirinha iban a hacer maravillas
con nuestra pareja. Rescatarnos de la rutina y de un cierto hastío. No sé,
devolvernos la fantasía que se nos quedó perdida en la noche de los tiempos.
No te niego
que ella también se lo tomó en serio. Eligió las biquinis más lindas y unos
vestidos playeros que estaban para el infarto. Vos sabés que mi mujer no representa
la edad que tiene, no? Y tenías que ver cómo la miraban los negros allá.
Parecía que nunca habían visto una chica tan blanca.
Ella como
si nada, siempre al lado mío. Y ahí si que hicieron lo suyo los tragos, los
mariscos y los días de playa y sol. La noche era una fiesta de mimos y
caricias, gemidos y gritos que querían ser desaforados pero ahogábamos con una
almohada, el cubrecamas floreado o cualquier cosa que tuviésemos a mano. Claro
que en la otra habitación estaban los tres pibes, pero vos tenés que ve el
sueño pesado que tienen los adolescentes. ¡Jamás se dieron por enterados!
Y yo
convencido de que estaba en el mejor de los mundos posibles y que le habíamos
dado un giro completo a nuestra pareja. Allá en un pueblo de playa recuperamos
la sensualidad, la piel.y las ganas de estar juntos, de darnos placer el uno al
otro.
Hasta que
una noche, una de las que había estado más movida, me desvelé y a pesar de que
me fui a la cocina a tomar jugo y
prepararme un sanduiche no hubo caso. Me quedé mirando tele bajito, por un lado
para no despertar a los pibes, y por otro, porque ni al máximo volumen era
capaz de entender el portugués cerrado que hablaban en las telenovelas y
programas de entretenimientos.
Pero no
hubo caso y en la vigilia me fumé los últimos puchos que me quedaban. Así que
me decidí a caminar cuatro o cinco cuadras hasta la estación de servicio para
comprar un paquete. Cuando salí a la calle pensando en volver pronto y
despertarla a mi mujer para retomar nuestros encuentros amorosos, me sorprendió
el silencio de la noche y el rumor del mar a lo lejos. Pero cuando pasaba por
la esquina empezaron a oirse los gritos
de una mujer.
No podría
describírtelos, Negro. No sé. No eran gemidos ni lamentos. Parecían gritos de
placer. ¡Qué digo de placer! ¡Eso era el éxtasis! Esa mujer, porque era una
mujer, eso era indudable. Estaba gozando. La pasaba muy bien. Se diría que
estaba en el séptimo cielo. Quien estaba con ella sí que era un hombre hecho y
derecho, capaz de tocar las fibras más íntimas de su pareja, de complementarse
con ella y dejarse llevar por la pasión.
En el
camino al centro me la pasé pensando en aquella pareja. No podía saber nada de
ellos pero intuía por la voz femenina que eran jóvenes. Calculé que serían
recién casados o quizás nuevos amantes y ella había encontrado en su compañero
una fuente inagotable de placer. La verdad que la idea me dio cierta envidia y
se me dio por comparar la vida de aquellos vecinos con la que vivíamos mi mujer
y yo.
Es
indudable que ella no gozaba como aquella chica. De hecho, jamás la había
escuchado gritar así. Me pregunté si sería mi culpa. Uno es de la vieja
escuela, no? Y a veces no piensa en lo que le gusta a su compañera, solo se
preocupa por el propio placer. Cuando volvía enfrascado en estas cuestiones
volví a oir esos gritos estruendosos y felicité intimamente al hombre que era
capaz de provocar tanto gozo sontenido.
Al día
siguiente lo pasé tratando de dilucidar porqué los brazucas gozaban tanto en la
cama. ¿Sería el calor? ¿Serían los mariscos? ¿la caipirinha? Quizás los cuerpos
morenos tienen otra sensualidad, se complementan de otra forma, ¿viste?. Y me
dispuse a conocer a los protagonistas de aquella pasión tórrida. No logré
verlos ya que la casa parecía cerrada con siete llaves, pero durante la tarde
oí varias veces los gritos estremeceredores. ¡Esos jóvenes no parecían tener
necesidades fuera del sexo!
Durante
aquella semana jamás vi las ventanas ni las puertas abiertas de aquellos
vecinos que tanto me intrigaban. Apenas una mujer mayor entró y salió unas cuantas
veces con bolsas del mercado. Calculé que sería la empleada o incluso la madre
de alguno de los tórtolos. De ellos, ni noticia. Jamás los vi, pero sus sonoros
encuentros me sirvieron de inspiración para algunas noches en que mi mujer y yo
la pasamos más que bien. Eso sí. Ella jamás gritó de aquella manera.
Enfrascado
durante el día en pasarla bien con la familia y en las noches en pasarla bien
con la patrona, me olvidé de los habitantes de la casa de la esquina. Surgieron
una vez que volvíamos de la playa y mi hijo más chico preguntaba qué eran
aquellos gritos, pero le dimos una explicación de compromiso. "Es una
chica que practica canto para salir en televisión", le dijo mi mujer que a
esa altura de las vacaciones compartía tanto mis fantasías como mis inquietudes
respecto de los vecinos y estaba más interesada que yo en conocer al héroe
capaz de arrancar aquellas expresiones de placer de una mujer.
Fue el
último día. Mientras cargábamos las valijas para volver a Buenos Aires. El
pueblo nos despedía con un día nublado como para que no nos pesase irnos.
Mientras los chicos me alcanzaban los bártulos, vi salir a la mujer mayor de la
casa, cargada de bolsas y cajas para acomodar en el tacho de basura. Cerró la
puerta de un empujón pero quedó abierta. Detrás de ellas surgieron los gritos.
No medía
más de un metro veinte pero tenía la cabeza de una persona mayor. Llevaba un
mameluco de colores y un babero bastante baqueteado. Se aferró a la pierna de
su madre con desesperación y emitió, una vez más, uno de sus sonoros gritos.
¡Vos también, Evita, escribiendo para el despiste! Primero me dejás creer que estás describiendo una historia vivida por "otro". Después me despertás la insana curiosidad del protagonista y quiero estar ahí para ver con mis propios ojos una pareja que sólo puede existir en el Brasil. Y por último... ¡me pinchás el globo! ¡¡¡MAGISTRAL!!! Requetemil felicitaciones, Eliza
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