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martes, 6 de mayo de 2014

PERDIDO POR PERDIDO, por Irene Avilés, de Buenos Aires, Argentina


A Oliverio con toda humildad
Al bajar el mínimo escalón de la vereda tuvo un presentimiento indefinido, algo que le subía desde el estómago desenfocando de manera insólita todo lo que veía, pensó que la causa era no haber desayunado por el apuro, siempre el apuro, siempre el cansancio.

Caminó dos cuadras en dirección a la boca del subte de San Juan y Bernardo de Yrigoyen y  repentinamente sus oídos se abrieron a los ruidos de la calle; bocinas, sirenas de ambulancias, motores de camiones, colectivos, bombos de piqueteros que bajaban por la autopista. Esa autopista y las máquinas que trabajaban en ella con sus rugidos, alargándola, retorciéndola y haciendo desaparecer el poco verde que aún quedaba.

Corrió y antes de alcanzar el primer escalón sintió bajo sus pies el trepidar del tren sumado al estruendo feroz que envolvía todo lo que rodeaba su ser, y a miles de seres.
Pensó si ellos sentirían lo mismo, si estarían tan confundidos, desorientados y apunto de enloquecer por semejante agresión que no era solamente auditiva, su cuerpo, sus ojos sufrían heridas dolorosas.
Mientras bajaba a la estación trató de consolarse: hacía quince días que no salía de su casa  por  una gripe que resultó ser alergia causada por la tierra y el polvo de las obras  destinadas a destruir la ciudad y que se colaban por los menores resquicios de las ventanas y puertas de su departamento.     
Cuando llegó el tren, subió sin pisar el suelo, en andas entre las demás personas que aparentemente levitaban para acceder al mágico vehículo.
¡Que cosa tan ridícula bañarse antes de salir, para llegar a su trabajo con la ropa y el cuerpo  transpirado, estrujado, arrugado!
Pero hoy podía hallar algún consuelo sabiendo que ese día le pagarían el sueldo, no era malo ni escaso, pero tampoco suficiente para compensar tanto sacrificio.
En esos pensamientos vagaba su mente cuando se detuvo el tren, no en una estación, se detuvo en cualquier parte ¿Como saber donde se detuvo?
Entonces sí, se hizo el silencio. Todos callados, tratando de mantener la compostura como si nada pasara, pero pasaba y pasaban los minutos y las caras comenzaban a demostrar impaciencia y tras otros minutos a demostrar preocupación y enseguida alguien gritó que le faltaba el aire; una pobre mujer rodeada por seres que la apretaban sin piedad y sin culpa de hacerlo.
Como la señora aullaba desesperadamente los que la circundaban se movieron en conjunto tratando de acercarla a una ventanilla.
Tardaron unos instantes que se hicieron larguísimos, pero llegaron con la mujer casi desmayada y le colocaron medio torso asomando por el hueco de la ventana con tan mala suerte que, justo en ese momento se acercó un tren en sentido contrario a tal velocidad, que la señora fue succionada por la fuerte ráfaga de aire que acompañaba al asesino subterráneo.
Nos invadió el horror ¡Pobre mujer!
Todos empezaron a hablar al unísono, a gritar, a desesperarse sin pudor. Y a alguien se le ocurrió forzar una de las puertas que daba a la pared del túnel, del otro lado hubiera sido un sinsentido, nadie quería salir volando como la pobre señora.
Entre varios hombres que tenían más fuerza o quizás más miedo que las mujeres lograron abrir una puerta. Cuando se despejó un poco el vagón me asomé a ver donde caían en su huir desenfrenado, era una pequeña veredita que se perdía en la oscuridad del túnel. Todos caminaban hacia delante, a encontrar la próxima estación.
Ya iba a escapar como los demás  cuando miré a través de los vagones vacíos el final del tren y  los vi, los vi como quién ve la muerte, eran los focos de otro subte que se acercaba a nosotros a toda velocidad, que sin duda  alguna nos iba a embestir, nos iba  a destrozar y aplastaría contra la pared a los inocentes peregrinos de la veredita.
Entonces pensé en el comienzo de mi día, y de los días que seguirían y diciéndome resignadamente ¡Perdido por perdido, que más da! me lancé por la ventanilla que uso la pobre señora.
Y por lo menos ese día volé.      

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