DE…, CUENTOS MENGUANTES,
relatos de fantasía y misterio, Salvador Alario Bataller, lulu.com, Rockville.
USA:
1 Tengo delante
de mí el revólver con el que, dentro de once minutos, me pegaré un tiro. ¿Por
qué once minutos y no cinco, tres o nueve? No sé la respuesta, siempre me gustó
ese número.
Me imagino el
proyectil entrando en mi cabeza, reventándola, la deposición blanda de la
sangre y los sesos en el suelo (plof, plof, plof…), la gran hendidura humeante
en la sien, el cráneo resquebrajándose, hueso y piel abriéndose como una
granada. No me conmociona.
2 Tengo de todo,
pero el suicidio para un hombre que lo tiene todo no supone un acto aberrante.
Lo hago por el vértigo del vacío.
La cena fue
opulenta, opíparo preámbulo para el viaje definitivo. Después me senté en el
sofá y abrí la caja de barbitúricos. Me serví otra copa. Sentí que mi casa era
una sepultura. Creí percibir el olor del incienso y tuve ante mis ojos, muy
brevemente, la desolación de un viejo camposanto… No sé cuantas copas y
pastillas he tomado, aunque todavía no noto ningún efecto.
3 No nací malo, eso es de cajón. Tampoco tuve una infancia traumática, ni
una juventud especialmente desgraciada. Simplemente era un vago y me gustaba
demasiado el dinero, y lo que proporcionaba. Bastó que me brindaran la
oportunidad. No soy como los otros, no siento como las demás personas. Tampoco
soy ningún psicópata ni nada por el estilo, simplemente realizo un trabajo
sucio en el contexto de una organización determinada.
4 Ayer, antes de que el vacío me abrumase, mientras me acercaba a la finca,
tuve una sensación extraña, la certidumbre de que un ciclo se acababa y
comenzaba otro, con lo cual mi vida cambiaría inexorablemente. Fue la misma
sensación que tuve hace años cuando comencé a trabajar con Eskurra, el jefe
supremo. Resultaba evidente donde me había metido y no había vuelta atrás.
Tenía dieciocho años recién cumplidos. De la mano de Román me inicié en el
trabajo. Recuerdo que me afeité con esmero, mientras él, perfectamente
trajeado, me observaba, un tipo bronco, al que todos respetaban y temían. Me
tuvo simpatía desde un principio. Me había dejado perilla para endurecer mi
cara y el rostro de muchacho agrio que el espejo me devolvió me dio confianza,
aunque habrían de ser los actos los que irían maliciando con los años cada uno
de mis rasgos. Desde el asesinato a la tortura, todo lo llevé a cabo sin la menor
vacilación. Con el tiempo me fui desprendiendo de tripas, dudas,
remordimientos.
-Esto es como una rueda que no
para, al final da igual ocho que ochenta -me dijo Román un día-, acabas
perdiendo el alma.
5 Asesiné al
poeta y al ignaro, a la virgen y a la ramera, al mísero y al rico, y ahogué la
inocencia más pura bajo el almohadón de plumas. Eskurra me lo ordenó y yo, sin
la menor conmoción, lo hice. Matar me excitaba, me daba una vida que no podía
encontrar en las cosas normales, en todo aquello por lo que viven y trabajan
los otros.
6 Recuerdo cuando
Román murió. Rumio angustiosamente ese día maldito. Actué raudo, no deseaba mantener ninguna conversación con él, tener que mirarle a la
cara antes de matarle. Prefería entrar y acabar rápido. Conocía perfectamente sus costumbres, habíamos compartido piso durante
los últimos siete años. Era lo más parecido a un amigo con que me había
tropezado en toda mi vida, tal vez un hermano mayor e incluso un padre. Todos
estos sentimientos me los fue inspirando poco a poco, a través de nuestra
relación profesional, aunque nuestro trabajo ponía un límite para ciertas
cosas, una frontera que uno no debía rebasar. Lo único importante era el
trabajo en sí y, claro, el dinero.
7 Abrí el portón principal y
me metí en la finca. Pulsé el botón del ascensor. Esa tarde me llamó Eskurra y,
con un tono de voz que no admitía apelación, me dijo lo que tenía que hacer. No
sabía el motivo, solamente tenía que cumplir la orden. Entré en el piso y me encaminé al salón. Estaba
sentado en el sillón (donde estoy ahora), de espaldas a mí, viendo el fútbol.
Iba en mangas de camisa. Se movió y me lanzó una mirada de inteligencia por
encima del hombro.
-Hola, hijo –dijo y volvió la
vista al televisor.
Disparé. El tiro le atravesó
limpiamente el cráneo de parte a parte e hizo añicos el aparato, que se
desmoronó con un estrépito de chispas y humo. Apenas se había movido, tenía la
barbilla caída sobre el pecho, pero la materia encefálica se desparramaba por
el agujero como gelatina. Salí y ya en la casa de Eskurra éste me recibió con
una dilatada sonrisa bajo sus ojos zainos. Me pidió que cenase con él. Después
llegué a mi apartamento y me acosté. Ni me inmuté ante el hecho de que mi
imagen no se reflejara en el azogue.
8 Me cuesta tener
los ojos abiertos… Recuerdo cuando eliminamos a la familia de Galaola, nuestro competidor en el narcotráfico; lo quemamos vivo junto
a su mujer y sus tres niños pequeños. Aquella noche, mientras me aseaba en el
lavabo, creí ver, por un momento, que mis rasgos parecían desdibujarse en el
cristal, que el reflejo vacilaba y se volvía más tenue por instantes… Cuando maté a Román desaparecí.
Y de repente un
día, sin más, apareció ese sentimiento negro, el saber que me había vaciado,
que había agotado todo mi potencial personal, que nada me quedaba por hacer, ni
me interesaba. Me sentí como una mísera mota de polvo, que ya no era un hombre.
Entonces, mi solución consistía en morir.
9 Sucedió
gradualmente. Al principio era como una sutil vibración en el azogue, como un
parpadeo casi imperceptible en la materia pulida, un ligero decaimiento de los
rasgos y, con el tiempo, un desvanecimiento gradual de toda la figura,
comenzando por los rasgos más gruesos, la nariz, la boca, las cejas y los ojos.
Es extraño que no me diera cuenta hasta que el cambio fue muy ostensible, una
sombra primero, algo como agua que se movía en la luna después, y la nada
finalmente.
Gradualmente me
desvanecía, fue hace solo unas semanas cuando mi imagen desapareció en el
espejo. Todo había terminado. Ahora soy un hombre sin alma, mejor dicho no soy
ni siquiera un ser humano. Debo entonces acabar con todo. Un hombre no puede
vivir sin su sombra, necesita una, por ínfimo que sea.
Soy
definitivamente un saco roto, un hombre lleno de agujeros. Algo así no puede
existir. No siento miedo, ni por asomo culpa, solamente ese vacío desolador que
no puedo soportar.
10 Soy un tipo
muy duro, pero no soy inconmovible. No es el vacío lo que me ha derrotado, es
lo que lo ha provocado. Ahora lo veo con una nitidez meridiana. ¡Román…! Con su
muerte algo se perdió para siempre, algo de importancia capital, aunque no me
diera cuenta en su momento. Uno no vive solo ni en sí mismo, se necesita una
figura de referencia. Todos necesitamos un referente por el que vivir...Lo
único que tuve en el mundo fue su apoyo incondicional y estoy convencido que, a
su modo, me quería. Su muerte me ha sumido en la melancolía. Eso es lo que
siento exactamente, el vacío al que antes me refería nace de la pérdida. En
realidad nunca tuve nada, salvo un afecto. Con su ausencia ya no hay nada que
me ligue a estas cuatro piedras. Hasta las fieras tienen un padre y una madre.
Este hecho me acercaba hasta hace un segundo
a los hombres, pero no me justificaba. Pero ahora extrañamente todo está
cambiando. Es algo distinto de lo que experimenté frente al espejo, mientras
desaparecía, una sensación de desintegración total, de no retorno. Ahora siento que no soy, que una fuerza
extraña me convierte en algo menos que una sombra, como si me diluyera Mis
manos…, son como apéndices trasparente, las venas como telas de araña.
11 Hace breves
instantes era un vacío triste que debía llenar con una bala, aunque ahora sé
que no tendré esa posibilidad. No tengo miedo, sin embargo, tampoco pena, pero
sí una agitación que me arrebata y a la vez me desvanece. Es el peor de los
finales, nunca creí recibir este castigo: me diluyo en una nada absoluta, el
revolver ya no será mi verdugo, ni la truculencia el pobre tributo que pagaré
por mi falta, un dolor que cobardemente quise aminorar con las drogas que tomé
con la monotonía de un robot. Quizás ese de dolor saldase parte de mi cuenta,
la deuda de un infame. Ya no debo apresurarme, buscando que el alcohol y las
drogas me den una muerte blanda e inmerecida. Ahora es peor: todo huye,
desaparece…
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