¡La puta cómo te extraño! Y no es que no te tenga al lado… no, te tengo alcance de la mano, te toco y estás… pero ¡La puta cómo te extraño!
Extraño esos rulos de miel que se caían sobre tu cara y yo te los sacaba para que pudieras ver el mundo, extraño los motes inverosímiles que me ponías cuando nos estábamos riendo a mares, extraño caminar cuadras interminables porque el hambre apretaba, extraño las caricias en mi cara, el café hecho con amor y el olor a tus tostadas. ¡La puta que te extraño!
No digo que haya cambiado todo, no. Seguís siendo esa y sos otra. Seguís aprendiendo como el primer día, lástima que ya no te interesa aprender más de mi, no qué va. Y yo sin embargo cada día te escucho más, pero se ve que estarás sumida en lo que no pudimos, no supimos, no quisimos, ¡Qué se yo! Yo, concedo, la remo, pero no soy el de antes… sería muy pelotudo pensar que uno sigue siendo el mismo después de 20 años, pero….
¡Mirá que remamos, eh! ¡Cómo remamos! Y vinieron los pibes y llenaron la casa de alegría, y vos ponías música fuerte, y bailábamos todos. Hoy…. No sé, cuando subo el volumen siento una nostalgia que me atenaza las tripas, pero no digo nada. Y nos íbamos de caminata sin saber si iba a haber mañana, total ¿para qué? si estábamos los dos juntos, con eso nos sobraba.
Y llegaron las cosas. Y con las cosas las comparaciones. Y con las comparaciones la competencia. Pero de la fulera. De la que te pone las cejas así. Y yo seguía igual. El progreso… mucho no me importo mientras a los pibes no les faltaran nada… pero nunca fui de marcas, de chombitas, de golf o de status ¡Si ni zapatos tengo! Y a vos mucho tampoco te importaron esas cosas, ¡¡si comprás en Once carne de la toraba!! Pero algo se metió, piba, algo fulero que fue haciendo un agujero negro en el parquet del living sin que nos diéramos cuenta.
Hoy llegamos a casa y ese hoyo nos chupa, nos come, nos atraviesa como una lanza despiadada. Y nosotros no nos damos cuenta. Y ya no me llamás “Poto”, “Titilino” o esas cosas raras. Ya no me escribís cartitas, ya no me olés el cuello cuando me saco la corbata. Y yo también debo haber sido chupado por ese ominoso hijueputa, porque hace tiempo que no te compro lencería, hace años que no te pregunto cómo estás pero mirándote a los ojos, hace mucho que no cocino con alegría.
Yo sé que esto es transitorio. Que la sangre no se cuaja. Que un amanecer en las montañas vale más que mil días nublados en la playa, lo sé, lo sé.
¡Pero, la puta, cómo te extraño! Y cuando el tema viene fulería, de un tiempo a esta parte se me hace eternidades hacerte ver mi costado de las cosas. Elijo decirte “está bien” y callarme. Pero me voy a la cama con el agujero del living instalado en las tripas, que me carcome, que me despedaza como un perro hambriento y guacho. Y entonces pienso, pienso mucho, pienso madrugadas, y ¡La puta, cómo te extraño!
Y cuando las fuerzas me desvencijan, cuando renuncio a todas las batallas, cuando tiro la toalla en el ring side, entre sueños me digo a mi mismo en voz bajita mientras me duermo: “Ya va a volver, está acá nomás, se fue de paseo, nadie se puede ir por tanto tiempo”
Y se me cierran los ojos, llenos de nostalgia y sueño con vos de vuelta. Te sueño y nos sueño. Y es la única forma de dormirme.
Por eso cuando me veas a veces torturado y torturante, pedime que vuelva, que a lo mejor el que se fue fui yo, quien lo sabe. Mientras tanto, buscá a la piba que se me rajó y traela de nuevo a casa, y decile, así, bien fuerte, con los puños apretados: ¡La puta, che, este hombre te extraña!
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