Cuentan que hace un par de años los
vecinos de Boedo olvidaron por un tiempo sus preocupaciones y las vicisitudes
de San Lorenzo, el club que los unía, y dedicaron buena parte de sus ratos
libres a desentrañar el misterio del Renault 12.
Nadie
supo bien como surgió el dato. Quizás fue en la verdulería o en la cola del
supermercado chino. Hay quien dice que empezó con un comentario en un grupo de
jubilados que tomaba sol en la Plaza Martín Fierro. El caso es que en unas
pocas semanas el barrio se pobló de anécdotas de un Renault 12 rojo que
circulaba por la calle con los vidrios polarizados y los parlantes atronando
música de la década del ´80.
A
veces pasaba por la mañana y dejaba oir algún tema de Aerosmith o Guns and
Roses. O quizás llegaba al mediodía y contagiaba el ritmo de With or Whithout
You en la voz de Bono o de la pegadiza Thriller de Michael Jackson. Hubo quien
juró que escuchó a través de una mínima rendija de la ventanilla una voz masculina cantando The Final
Countdown de Europe. Y una peluquera de la calle Oruro creyó entrever detrás de
los vidrios polarizados a un alma sensible que se deleitaba con la melancólica
Time after Time de Cyndi Lauper.
En
principio a nadie le llamó la atención la anécdota y supusieron que el auto
pertenecía a un joven que había explorado hasta el cansancio la colección de
cassettes de su padre, o quizás de un treintañero que recordaba los hits de su
infancia. Pero fue la obstinación con la que el conductor ocultaba su identidad
lo que generó mayor intriga entre los que lo veían pasar.
Por
eso no faltó quien saliese a la vereda ansioso por ver pasar el auto y
vislumbrar quién iba al volante. El mismo diariero de San Juan y 24 de
Noviembre recibió el encargo de detener al Renault para ofrecerle algún diario
y desentrañar el misterio de las características del conductor. La más
interesada en verlo era la peluquera de Oruro, una treintañera romántica en
busca de un amor de otra época.
Durante
varios meses los vecinos armaron una red que hubiese causado la envidia de
cualquier comando militar. Los comerciantes se mantenían alerta y registraban
cada paso del auto rojo por la esquina de su negocio, los diarieros asumieron
el compromiso de detenerlo para espiar al conductor y la muchacha de la
peluquería retomó su vicio del cigarrillo para pasar unos minutos de cada tarde
en la vereda a la espera del Renault que la tenía ilusionada.
Pero
los intentos fueron vanos. Solo lograron ensordecer sus oídos con los temas de
U 2 y Dire Strait.s. Cada mañana y cada tarde alguien veía al Renault de
vidrios oscuros que recorría las calles de Boedo en marcha lenta como si
buscase algo que se le hubiese perdido en alguna de esas veredas.
Le
tocó a la linda peluquera desentrañar el misterio. Llevaba semanas soñando con
el hombre detrás del volante. Se había enamorado de él, sin conocerlo, sólo por
oír los temas que elegía. El la había fascinado con Leonard Cohen y la había seducido con Bonny Tyler. Pero ella
sabía que él la había notado. Fue una tarde en la que pasó escuchando Rapsodia
Bohemia y ella fumaba en la vereda y había ensayado algún pasito para acompañar
los agudos de Freddy Mercury. Fue apenas un bocinazo a modo de saludo, y una
mano que ensayó un hola, pero ella quedó convencida de que había empezado algo
importante.
Y
sucedió una tarde de otoño, cuando el Renault 12 rojo se detuvo en la puerta de
la peluquería y esta vez no hubo gestos del otro lado del vidrio sino una
puerta que se abrió para dar paso a un hombre de barriga prominente y ropa algo anticuada que llevaba el poco
pelo que le quedaba peinado a lo Rod Stewart. No había apagado el motor del
auto y de fondo sonaba “For ever young”.
Se resolvió el misterio, estaba interesado en la peluquera.
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