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martes, 6 de agosto de 2013

AZUFRE, por Luis Rodríguez, de Montevideo, Uruguay


El tarotista que se consideraba mentalista y además vidente, esperaba la llegada de una persona. Mientras tanto, preparaba la escenografía de su consultorio y lo aromatizaba con inciensos de sándalo.

Rogaba que el cliente fuera nervioso, manipulable, propenso a gesticulaciones para poder lograr una efectiva lectura en frío; confiaba también en que el incauto fuera proclive a emitir señales, a que utilizara su lenguaje corporal ante las revelaciones que él iría tejiendo, lo que le permitiría ir improvisando  a medida que corriera el tiempo de consulta.

Su don estaba menguado desde hacía muchos años, pero alguna que otra predicción llegaba a su mente para el asombro de  mujeres preocupadas e intranquilas que sospechaban de la infidelidad de sus maridos con la vecina del barrio y que así conseguían las pruebas irrefutables para sentirse definitivamente  engañadas  y miserables. Estas inusuales sorpresas eran recibidas por ambos con alegría, ya que él mismo médium era escéptico y dudaba de que la discontinuidad de sus clarividencias le fuera favorable.
Un hombre pálido, alto y enjuto se adentra en la sala. El tarotista le extiende la mano en señal de lucrosa bienvenida y recibe un fugaz centelleo que le atraviesa el cuerpo, como un pequeño golpe de corriente eléctrica que pasó de una anatomía a la otra y luego se descargó en el ambiente. Se sentía denso, se había instalado una pesadez inusitada entre esas paredes.
El tarotista se encontraba diferente,  reinventado, había nacido en él una nueva visión de claridad que lo poseía. Empezó observando confusas imágenes inmateriales, se encontraba dentro de un plano surrealista de adivinaciones.
Notó como el don del que había sido despojado retornaba a su legítimo dueño, más tarde  llegaron los aromas hediondos y putrefactos que su olfato no pudo soportar…  hasta que, finalmente, todo volvió a la normalidad: su renovada fe había desaparecido de repente, su actividad nigromántica había cesado. 
Ahora, se enfrentaba, por fin, a su primer cliente desde hacía meses; el pobre incauto se sentó en la mesa y se dispuso a contemplar el armado del mazo de barajas y la disposición de cada carta para la lectura. El  tarotista comenzó a hablar con voz profunda y decidida  realizando un esbozo de varios sucesos del pasado y de datos tan personales y secretos que solo el cliente podía conocer y que quedarían como pruebas irrefutables de su capacidad y su poder. Lamentablemente cada uno de los elementos que agregaba a la cadena adivinatoria eran incoherentes y contradictorios; le habló de una infancia feliz, luego se detuvo en un largo viaje al exterior para después centrarse en el hambre y el dolor presentes en el seno familiar y que tanto repercutieron en su niñez.
El tarotista hablaba con un desparpajo absoluto y parecía no pensar lo que decía. A los pocos minutos se percató de sus errores, casi ridículos, absurdos, era incapaz de comprender lo que le estaba ocurriendo.
-Es extraño -pensó. -Parece que me estuvieran dictando lo que debo decir y no puedo detener esta verborragia inconexa.-
Cuando ya temía que su paga se iba a esfumar del despacho a la velocidad del rayo ante semejante falta de credibilidad, observó que el hombre le ofrecía una sonrisa filosa, sus ojos brillaban como si una pequeña llama de fuego bailara en sus pupilas, aún así no movió ni un músculo, continuó sentado en aquella silla, escuchando… parecía querer continuar con la sesión.
-Al diablo con las cartas- se dijo el médium.
Decidió intentar algo un poco más arriesgado, le pidió que le extendiera las manos para observar en sus líneas formadas y bien delineadas una mejor interpretación de la vida y del futuro. Previamente, le había explicado a aquel extraño individuo que sentía una fatiga inusual, que una especie de energía muy densa lo había acongojado de tal manera, que se sentía impreciso.
El cliente, no dudó, y depositó una cantidad de billetes que triplicaban la tarifa con la que solía pactar por cada consulta.
Con ánimos renovados, y sin proponérselo, el clarividente decidió  poner en práctica otra técnica alternativa de predicciones.  
Respiró hondo, apoyó sus manos y tomó las de su contrario, en ese mismo instante todas las luces se apagaron al unísono; la luz eléctrica que emitía una tenue claridad, debido a la pantalla que disminuía la intensidad que se proyectaba sobre la mesa, se ennegreció,  las velas que potenciaban la luminiscencia del consultorio se disolvieron  sincronizadamente. Lo único que emitía luz, eran los inciensos, que curiosamente no parecían haberse consumido ni un centímetro de su longitud original, en condiciones normales  no duraban más de cinco minutos pero ya había pasado más de media hora desde que comenzaron a arder y se mantenían intactos, pero no era eso lo único extraño relacionado con los inciensos, el aroma que emanaban ya no se asemejaba para nada al sándalo, ahora desprendían un rancio olor a azufre.
El calor en la habitación era insoportable. El tarotista sudaba y había caído en un trance que no le permitía razonar los recientes acontecimientos sobrenaturales que estaban ocurriendo.
Volvió la luz pero provenía del fuego. El enorme tapiz que cubría el suelo con un apropiado diseño de lunas, soles y signos zodiacales entró en combustión de forma espontánea.
Cuando tomó conciencia del infernal espectáculo, vio como  las paredes chorreaban lava que caía al suelo formando charcos candentes.
Luego dirigió su mirada a la mesa que empezaba a inflamarse junto al entorno. Miró las manos que lo aprisionaban y no le dejaban moverse, de la unión de sus dedos se formó una masa de carne que se mezclaba con las del extraño visitante.
En la desesperación y el dolor, viró sus ojos hacia el hombre que tenía en frente y empezó a comprender: todo había sido una  broma maligna,  un castigo por descuidar el don que se le ofreció y no supo poseer dejando que se perdiera, también entendió  entonces el origen de aquella bendición, que nunca fue divina, su poder  procedía de las tinieblas y ahora volvieron  en su busca para exigirle que rindiera cuentas.
Había intentado leerle el futuro a un enviado del infierno.

6 comentarios:

  1. Gracias por publicar mi relato, espero que sea del gusto de los lectores de Todas las artes Argentina y a todos aquellos que dejen comentarios con sus impresiones, mil gracias. Abrazo a Carlos y a Eva por mantener un blog tan bueno como este y siempre actualizando material.

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  2. Podría ser una historia de Cuentos de la Cripta.
    Felicitaciones por el autor y por el administrador del blgo.

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  3. Un relato muy bueno Luis, se deja leer de un tirón sin pestañear. Tiene muchas imágenes y un buen suspenso que va aumentando hasta el desenlace que cierra con el resto a la perfección.
    Te felicito porque has logrado tenerme ahí pegada a tus letras.
    Un abrazo enorme!!!

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  4. Como no nos va a gustar tu relato, Luis!! Es excelente!! Gracias por formar parte de nuestro "staff" de grandes plumas.
    Saludos
    Eva y Carlos

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  5. Ya conocía el relato, obviamente jaja
    Me parece genial, Luis... uno de los muy buenos!!
    Enhorabuena al autor y también al blog por su nominación al premio B: SUERTE!!
    Besos!!

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  6. Muy buenoooo, me engancho y pase por las fases del tarorista, entre totalmente en el personaje,

    FELICITACIONES Y SUERTE¡¡¡

    Besos ♥♥♥

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