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jueves, 27 de junio de 2013

LISANDRO DE LA TORRE ©, por Carlos Alejandro Nahas, de Buenos Aires, Argentina


"Los que conducen y arrastran al mundo no son las máquinas, sino las ideas"
Víctor Hugo
Cuando el Turco llegó al bar escuchó al menos tres gritos, pero distinguió sólo uno: El del Gallego que soltaba las fichas del dominó y exclamaba a voz en cuello: “¡¡Volviste Turco hijo de puta!!”. Se armó un revuelo que ni les cuento. La cosa es que una vez sentados los cuatro amigos en el bar de Barracas de siempre, el Ruso le soltó a boca de jarro:
-       ¿Se puede saber donde mierdas estuviste en estos últimos cuatro meses, pelandrún?


-       Si, eso – corroboraba la afirmación de su amigo el Tano Brandán – al principio pensamos que te habías ido a las sierras como siempre, pero al mes y medio nos preocupamos y llamamos a tu jermu. Como la patrona no nos quería explicar nada nos caímos por el negocio y tanto ella como el dependiente metían excusa sobre excusa. Un día que estabas muy ocupado con un proyecto, a la semana siguiente, estabas de viaje. Y así.
-       Nos quedamos tranquilos cuando le preguntamos a tu esposa sin anestesia: “Bueno, doña, al menos díganos si está vivo o no”, dijo el Gallego. Cuando ella nos dijo que si, nos quedamos tranquilo y supusimos que andarías en alguna de tus boludeces habituales.
-       A ver muchachos, quédense tranquilos. Estoy vivo y estoy acá entre ustedes, como siempre. Lo que pasa es que viví la experiencia más fantástica de los últimos tiempos. La verdad es que no sé si contarles o no, porque supongo que no me van a creer, dijo el Turco.
El Ruso puso los ojos achinados, esos que pone cuando le va a zampar un puñetazo a alguien y acto seguido le gritó – literalmente – “¡¡Vos te crees que nos asombra algo viniendo de vos!! ¿Te crees que somos salames nosotros? La mitad de lo que nos contás es mentira y la otra mitad, no es verdad. Y te escuchamos igual. Así que no seas pelotudo y arrancá de una buena vez que me parece que esta viene para largo”.
El Turco recorrió con la mirada a sus entrañables amigos de toda la vida. Ya habían dejado las fichas de dominó sobre la mesa y el mozo, a la par, con cuatro cortados esperando él también el inicio de la historia. ¡¡Está bien!!, dijo. Cuento, pero después no digan que nos les advertí. Acto seguido se escucharon frases del tenor de “andá a lavarte el culo”, “dejate de joder, Turco bolacero”, y cosas por el estilo.
Fiel a su manera, puso la silla de revés y apoyando los brazos en el espaldar comenzó: ¿Se acuerdan, muchachos, del Frigorífico Lisandro de la Torre? A lo que el Gallego respondió, si, yo algo me acuerdo, era un frigorífico de la época de Perón. No sé qué kilombo hubo que lo cerraron allá por los sesenta ¿no?
El Turco, con didáctica, llenó los vacíos. Resulta que el “Lisandro de la Torre” era si un frigorífico de la época de Perón. Era del Estado y estaba destinado a proveer de carne barata al pueblo. Trabajaban como cinco mil personas, más todas las que estaban en las inmediaciones que directa o indirectamente vivían de él. Era moderno, bien equipado y le daba laburo a casi todo Mataderos. Esto y otras cosas más las supe cuando se cayó el pibe por el negocio.
-       ¿Qué pibe? lo interrumpió el Gallego.
-       Perá, perá, todavía no llegué a eso. La cosa es que el Viejo lo voltean en el 55’. Y después de un par de años de terror se llama a elecciones. Toda esa historia ya la conocemos ¿no? Nosotros éramos pibes pero nos acordamos. Que el pacto Perón – Frondizi, que después Frondizi lo traiciona, que anula las elecciones de Framini y el resto de la menesunda ¿No?
-       ¿Podés ahorrar detalles que ya todos conocemos? le dice, con los bracitos en alto y las palmas vuelta arriba, el Ruso.
Lo que pasa es que los detalles que les voy a contar son importantes para que entiendan la historia, y por sobre todo, para que me crean – cosa que ya es más improbable -. El tema es que sobre fines del ’58 Frondizi hace aprobar una ley que privatiza el frigorífico. Parece que se armó un kilombo de órdago. Primero los obreros van a negociar y el radicha les dice que las leyes han sido hechas para cumplirlas. ¡Peor! Sobre fines de diciembre del 58 Mataderos era un hervidero. Los obreros de la carne se pensaban que ellos sólos iban a forjar la revolución y de paso hacer volver al General. Los gremios estaban histéricos y ya a mediados de enero del ’59 se habían cortado todos los puentes. Finalmente, la conducción sindical de entonces – encabezada como no podía ser de otra forma por peronistas – decide tomar el frigorífico y hacer paro general. Los comunistas, troskos y demás aprueban la medida, y el 17 de enero del 59 se cierra por dentro el frigorífico y Mataderos entero se paraliza.
-       Che, la verdad es que no me acuerdo mucho de eso, pero me van cayendo imágenes en la memoria, soltó el Gallego.
Bueno, la cosa es que entre el 17 y el 22 de enero de 1959, en América Latina se pensaba que el Lisandro de la Torre y su toma heroica era una gesta nacional. Miles de obreros acantonados, y sus miles de familias haciéndoles llegar comida, con otros miles más manifestando con pancartas en la puerta del frigorífico. ¡¡Un despelote total, era!! Pasan los días y el 22 de enero los comunistas y los troskos defeccionan, arreglan con el poder y dejan a los pobres peronistas más sólos que Adán en el Día de la Madre. En la madrugada entran batallones de infantería y de caballería, los cagan a palos a todos y sanseacabó. Pero un pibe que tenía un rango inferior en el Lisandro, con el mameluco Arciel verde y el delantal blanco encima, entra a rajar a medida que sonaban los balazos, y no tiene mejor idea que meterse adentro de una de las cientos de cámaras frigoríficas que había en el galpón. El resto es historia antigua. El Lisandro pasa de tener 5 mil obreros a mil quinientos y con los años se desguaza. Sus instalaciones se las reparten los de siempre, llevándose la mejor tajada el Swift. El resto como heladeras, congeladores de alto rendimiento, destripadoras y demás máquinas se van distribuyendo por los frigoríficos de toda la Capital y el Gran Buenos Aires. El tema es que en una de las congeladoras se queda atrapado y digamos “criogenizado” Ernesto.
-       ¿Quién? pregunta el Ruso
Ernesto, la razón de mis padecimientos en los últimos cuatro meses. Ahora arranco de vuelta ¿si? ¿Prestaron atención a la historia del Lisandro de la Torre? Bueno, la cosa es que yo estaba hace cerca de cuatro meses en el negocio y se me cae un pibe, con un corte de pelo tipo milico de esos que ya no se ven más, con los ojos desorbitados, que se me planta en el mostrador y me pide un vaso de agua. Biendispuesto como soy, no me puedo negar y cuando vuelvo con el vaso en la mano le pregunto quién es. “Me llamo Ernesto, señor y soy del Lisandro de la Torre pero no sé qué hago acá, en Barracas”, dice. Ahí la cosa me entró a parecer media rara. Soy medio corto de memoria, pero me acordé del viejo frigorífico y le dije: “¿Del de Mataderos?” Ese, señor, me responde. Pero hoy a la mañana me desperté a orillas del Riachuelo, en el piso. Y no sé cómo llegué acá, la verdad don, estoy medio desesperado y necesito que me de una mano.
Ustedes saben muchachos que para mí hay dos palabras mágicas, “Desesperado” y “Ayuda”. Así que le dije que me esperara un momento, le solté a la patrona que se hiciera cargo del negocio, me subí con el pibe - que no tendría más de 20 años - al Renault 18 y me encaminé para el puente del Riachuelo, acá nomás. Entré a caminar despacio entre los contenedores cuando me topo con uno que decía “Ex Lisandro de la Torre – A desguace”. El contenedor estaba volcado a un costado y adentro había una cámara frigorífica toda rota, con la puerta abierta, como caído en la calle y un lodazal que lo rodeaba. Me doy vuelta y le digo al pibe ¿Vos por casualidad estabas acá adentro? A lo que “Tito” (así lo bauticé yo, porque es más corto y cómodo que Ernesto) asiente con la cabeza. Acto seguido le pregunto: ¿En qué año naciste, nene? y me responde con carita de boludo: En 1940 señor, ¿porqué?. Les juro, muchachos, que me tuve que agarrar de un par de columnas que había por ahí, para no caerme de culo.
En ese momento interrumpe el Ruso diciendo: ¿Nos querés hacer creer que el pibe estuvo congelado más de cincuenta años y justo vino a resucitar y caer en tu negocio del orto? Porqué no te vas un poco al carajo, che. ¡¡Esto es demasiado!! Y comienza a hacer el ademán de levantarse para irse del boliche. El Turco lo agarra del brazo y le dice: Ruso, todo lo que estoy contando es la pura verdad. No sé porqué extraños mecanismos que tiene el cuerpo humano el pibe resistió el congelamiento durante ese tiempo, no sé porqué ese refrigerador apareció en Barracas, y el pibe no recuerda nada del frío. Sólo que se levantó, creyó reconocer Barracas, caminó cerca de cinco cuadras y al toparse con mi negocio vio la foto de Eva Perón que tengo en la vidriera, y por eso entró ¿me crees ahora?. El Ruso volvió a sentarse y le dijo “ta’ bien, seguí, chamuyero”
-       Y qué hiciste, nene, con el pibe, preguntó el Gallego. Es como traer a alguien de la edad media a la actualidad, debe haber sido un despelote para vos.
Lo primero que hice fue llevarlo a casa, sacarle ese mono y ese delantal y darle ropas decentes. Gracias a Dios que mi hijo mayor dejó un par de cosas en casa por las dudas. Después fue explicarle a la patrona. Es el día de hoy que no me cree, pero no importa. Y lo más importante: Decirle al chico en qué año estaba, qué había pasado en los últimos cincuenta años en la Argentina, qué se yo, mil cosas.
Al principio el nene abría los ojos como dos ostras. Cuando le mostré el plasma, el celular, el microondas y demás comenzó a creerme. Después de cerca de dos horas de hablarle me dijo: Una, me tengo que poner al día, don. Quiero saber qué pasó en la Argentina en los últimos cincuenta años, porque yo era combativo y quiero saber si logramos o no las conquistas que reclamábamos. Y la otra es ir a la casa de mis viejos, para ver si están bien. Asentí con la cabeza, le dí trescientos pesos, una “subtepass” y sentencié: Hagas lo que hagás, acá estoy.
Me desentendí del tema, hasta que cerca de una semana después entró Tito al negocio con una cara que más que una cara parecía una calavera. Se me acercó y me dijo: “Todos muertos” ¿Quiénes, le pregunté? Mis viejos, me respondió. El barrio, ni se reconoce, señor, me decía. Se quebró, comenzó a llorar, repetía una y otra vez “no conozco a nadie, no me conocen, no se en qué mundo estoy, qué voy a hacer”. Lo abracé fuerte y le dije: Acá está tu casa. Te podés quedar a vivir si querés, me ayudás con el negocio y decimos que sos un sobrino mío que vino de Siria – como Tito era morochito y más bien bajito, la mentira iba a ser bastante creíble a los ojos del barrio -, dejá el pasado atrás querido, ya está, tenés que mirar para adelante.
Tito se sonó los mocos con la manga de mi saco – cosa que me dio algo de asco – enjugó las lágrimas con un pañuelo y bien erguido en su pobre metro sesenta me miró a los ojos y me dijo: Señor, muerta mi familia, sólo me queda una identidad, que es la de ser peronista. Quiero saber con lujo de detalles qué pasaron en los últimos cincuenta años y si acá en la patria el peronismo murió, y si es así, llevar mi doctrina conmigo a otro lugar del mundo donde la puedan necesitar.
Esta bien, Tito respondí. Mi televisor, mis discos, mis libros, mi computadora, todo está a tu disposición. Lo que quieras acá estoy. Nos dimos un gran abrazo y se perdió por los fondos de la casa.
Se instaló en la habitación de Carlos, mi hijo ya casado, y se pasó exactamente dos meses – días enteros sin dormir – mirando DVD´s, VHS antiguos, consultando mi biblioteca. Cuando terminó, en un desayuno me dijo: Bueno, ahora quiero recorrer las barriadas pobres de la ciudad. Le tuve que explicar que ya no se llamaban así, que ahora les decíamos directamente “villas”. Le expliqué los riesgos que corría, hasta le ofrecí mi vieja arma, cosa que desdeñó de plano. Luego de ese mediodía, con tan sólo 1000 pesos - que tuve que insistir para que aceptara -, se fue a su “recorrida revolucionaria” y no lo volví a ver como en un mes más.
El tiempo, que agiganta los recuerdos y achica la prudencia, pasó inexorablemente. Hasta que lo ví, parado en la puerta, con la misma cara de tristeza que le había visto un mes atrás. Se acercó, me abrazó y me dijo al oído: “Don Abdo, el peronismo también se ha muerto en la patria. De hecho todas las ideologías se han muerto. Estamos en un país sin alma” y se largó a llorar nuevamente.
Pasó una semana y yo ya no sabía que hacer con este chico. Estaba triste, desanimado, casi sin vida, sin sangre. Hasta que se me ocurrió una idea. Y esta vez en ese desayuno se la planteé. Tenía que irse a Cuba. Si había un lugar en el mundo donde las ideologías persistían era en esa isla. No sería peronismo, pero al menos – eso creía yo – los “ismos” tenían aún un antediluviano papel en la ex colonia española. Estuvimos como dos semanas estudiando el fenómeno, el bloqueo de Estados Unidos, la muerte del Che, la caída de la Unión Soviética, la crisis de los 90’ en la isla y demás. Cuando estuvo listo le tramité un pasaporte trucho y me despedí con él entre llantos de hombres, ahogados, sin sonido, en la explanada “E” de Ezeiza. Durante casi cuatro semanas recibí al menos tres postales de él. Junto al monumento al Che, al lado del palacio presidencial, en distintos lugares. Luego la nada.
Acto seguido. Hizo un silencio de los suyos, casi teatral y esperó la pregunta. Con condescendencia y también con intriga el Gallego se animó: ¿Y Turco? ¿Cómo terminó el tema?. A continuación el Turco sacó de su saco un ejemplar del día de ayer de Clarín y nos lo dio. Recién en la página 32 encontramos lo que buscábamos. La noticia decía: “Argentino se suicidó en el Malecón Sur de La Habana Vieja”. Y mencionaba que entre sus ropas se había encontrado una nota que decía: “Mientras quede un solo hombre con sangre en sus venas dispuesto a luchar codo con codo por los desamparados, valdrá la pena vivir en este mundo. Lástima que en estos cuatro meses no encontré a uno solo. Es por eso que me voy. Ernesto”
Nos miramos los cuatro con caras de infinita tristeza. El Ruso lo palmeó con cariño al Turco en la espalda y el Tano Brandán le alcanzó un pañuelo azul. Y nos pedimos otra ronda de cortados.

1 comentario:

  1. "Uf, qué pena que Tito se suicidó. No debió haberlo hecho, en todo caso, si fue un revolucionario, debió sacar a la luz ese espíritu de lucha e ideales. Amigo, me encantó tu cuento, una buena manera de recorrer la historia del peronismo, de la Argentina misma, con un lenguaje ameno y una profunda temática. Felicitaciones, un placer leerte, Carlos" (Myriam Jara)

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