La aurora desciende las cuestas, envolviendo los grandes faldeos con tenues velos de seda en rosa y dorado. Este juego de luces contrasta con el verdemar de los valles y el azul-violeta de las hendeduras montañosas. Las cimas de los cerros nevados se sonrojan y los cristales de hielo reflejan los rayos del sol como un diamante biselado. El aire gélido parece detener el aliento y trémulas nubecillas, casi transparentes se elevan de sus lechos caliginosos desde los valles.
El sol esplendoroso recorre con sus rayos gualdos pendientes rocosas, cuestas áridas y llanuras desiertas. El río cantarín, incansablemente lleva su cargamento de agua, -linfa preciada y valiosa- hacia los valles. Desde su lecho pedregoso, devuelve el saludo solar con rociadas olas. En lo alto, un cóndor majestuoso despliega sus alas, confiando su vida al curso cambiante de las corrientes del viento. Los cerros ofrecen a ese hijo suyo sus salientes y aristas donde posa cual soberano absoluto de la Gran Cordillera. Todo el paisaje está inundado de luz pero la placidez callada es ilusoria y engañosa.
Los cerros iluminados guardan en las quebradas umbrías, secretos milenarios.
Misteriosas almas, vestidas con velos sombríos, habitan los faldeos y bailan al compás de los gélidos silbidos del viento. Forman rondas vigilantes y con sus gemidos cuentan la historia de aquellos que en tiempos remotos recorrieron estos caminos. Orgullosas estirpes, contendientes de los cóndores, reducidas por la mano de conquistadores a tristes piltrafas humanas, esclavizadas y mutiladas. Pueblan la cordillera, cuesta arriba, cuesta abajo, saliendo a los caminos serpenteantes tan sólo en la oscuridad de la noche o cuando las Altas Cumbres se visten con densas capas de obscuros nubarrones ahuyentando hasta al más acérrimo haz de luz que se atreve acercarse.
Temen al sol, aquel sol que antes representaba a sus dioses. Están buscando venganza; y el que busca venganza, evita y rehúye la luz. La montaña comprende el dolor; toma revancha para compensar a sus hijos, satisfacer la sed de justicia, y se levanta amenazante, intimidando a quien osa no respetarla.
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