La noticia conmovió a los pocos que conocían el secreto. María Luisa es capaz de darla sin anestesia, con toda la crudeza de lo irremediable: “No. Reinaldo no está más. Murió hace tiempo”.
Sus palabras disparan de inmediato el recuerdo de aquella otra muerte de Reinaldo Benavídez, 60 años atrás, en una noche oscura que se hacía impenetrable en un basural de José León Suárez. El hombre que era almacenero llegó allí junto a su amigo de la infancia Julio Troxler, después de ser detenidos mientras escuchaban una pelea de box junto a otros conocidos.
A pesar de ser uno de los protagonistas de Operación Masacre, el texto con el que Rodolfo Walsh se propuso denunciar los fusilamientos de la Revolución Libertadora , Reinaldo Benavídez recién conoció al autor en septiembre de 1973, en el estreno de la película sobre el tema que filmó Jorge Cedrón. Hasta entonces el escritor y el sobreviviente se comunicaron a través de Julio Troxler. El se encargó de enviar el testimonio sobre aquella noche y los días subsiguientes desde Bolivia, donde ambos se exiliaron tras escapar de las balas de la Policía Bonaerense el 10 de junio de 1956. Aquella noche otros 27 fusilamientos en Lanús, La Plata , Campo de Mayo y más lugares del país buscaban escarmentar a los líderes del levantamiento peronista que cuestionaba la Revolución Libertadora. La misma que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955.
Pasados 45 años, en el living de un departamento modesto de los monoblocks ubicados en Camino Real Morón y Panamericana, frente al Cementerio de Boulogne, Benavídez reconstruyó para esta cronista y un fotógrafo tan sorprendido como emocionado la noche en la que salvó su vida en el basural. A cada instante recurrió a la ayuda de su mujer, María Luisa, para alentarlo o completar algún dato que se le escapaba.
Con sus largos 70 años a cuestas, la cabeza cana y las manos huesudas, el hombre se parecía poco al almacenero de apenas 30 años y rostro franco que describió Walsh en su libro. Hace años que había abandonado el comercio y vivía con su mujer de una jubilación magra que alguna vez hasta llegó a cobrar en patacones. A lo largo de la charla muestra lagunas y olvidos, y destellos de entusiasmo cuando se le mencionaba a algunos de sus amigos. “Con Julio éramos muy pegados, nos conocíamos desde chicos y nos rateábamos de la escuela para ir al río”, recordó. Y un profundo dolor nubla su mirada cuando se habló del basural: “No pude volver. Pasé alguna vez y quise ir a un acto. Pero es muy duro para mí estar ahí. Duele…”, dijo, tocándose el corazón.
Mientras agarraba una plaqueta que le entregó Juan Pablo Cafiero en 1988 que detalla su mérito como “sobreviviente de la resistencia peronista”, Benavídez admitió que aquella noche en la casa de Juan Torres algunos de los presentes tenían noticias sobre una posible revolución: “Julio y yo íbamos a pedir información. Eso es lo que hacíamos. Nuestra militancia era sana”, aseguró, las manos retorciéndose sobre una mesa de pino sin más ornamento que una maceta con un helecho.
Después del arresto él y Troxler fueron llevados a la regional de San Martín y ahí los mantuvieron detenidos. Después los subieron a un celular. “No sabíamos donde nos llevaban. Pensábamos que íbamos a otra comisaría”, recuerda Reinaldo. Pero tuvieron la certeza de su destino cuando el vehículo se detuvo en un descampado: Entonces Julio me hizo una seña con la mano de que nos teníamos que escapar”.
Aquí su memoria le jugó una mala pasada, o quizás lo preservaba de recuerdos oscuros. Su mirada se pierde en el vacío como si por delante de sus ojos pasasen de nuevo los gritos, las corridas, los ayes de dolor, el olor a pólvora, las balas y los muertos en la inmensidad de la noche. Fue María Luisa su mujer, quien relató lo que le oyó contar cientos de veces: “Mientras bajaban y fusilaban a los primeros seis, Troxler saltó contra los dos vigilantes. Reinaldo tomó la mano de Carlitos Lizaso y lo exhortó a saltar. Pero el vigilante reaccionó y le disparó al chico, que se quedó ahí mismo”.
Después de la huída, Benavídez contó que caminó algunas cuadras hasta la estación de José León Suárez y le pidió a un colectivero que lo dejara viajar sin pasaje ya que mientras estuvo detenido le habían sacado todo el dinero de los bolsillos. El chofer lo llevó hasta la terminal. Reinaldo no se animó a volver a la casa de Florida donde vivía con su madre. Prefirió refugiarse en la casa de un amigo en Del Viso. Desde allí llegó con Troxler a la embajada de Bolivia: “Fuimos con Julio a pedir asilo y en cuanto nos lo dieron, viajamos”.
En ese país conoció a María Luisa, una argentina que estaba de paseo. Se casaron y volvieron a Buenos Aires en 1958. Tuvieron cuatro hijos. “Nunca más milité. Ni acepté cargos públicos a pesar de que me los ofrecieron. Aquello fue una injusticia y sólo porque pensábamos diferente”, reflexionó, y se mostró escéptico sobre la política contemporánea: “De Menem mejor no hablemos”.
Pocos meses después María Luisa llamó a la cronista para agradecer un breve retrato que salió en un periódico zonal. Trasmitía los cariños de Reinaldo y la emoción de su hija menor al tomar dimensión de la historia de su padre. “El no está bien. No estamos bien. Pero tenemos confianza de que la Patria va a cambiar”, sintetizó la esposa del sobreviviente, los ideales intactos, como hace 60 años.
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