Durante varios días Azorín y yo estuvimos sin poder salir a pasear debido al excesivo frío. También nos los impidió un par de mañanas lluviosas. Aproveché esos días para hacer limpieza general en la casa y para ordenar libros, revistas y diversos papeles. Y para ver unas cuantas películas que se me habían ido amontonando. La verdad es que con todo el día para mí, me puse al corriente tal vez antes de lo deseado. Tenía, pues, ganas de salir a pasear. Aprovechamos la primera mañana en la que el mal tiempo remitió. A los cinco escasos minutos de haber sonado el teléfono, ya estaba yo en la puerta del maestro estrechándole la mano.
-Buenos días, Azorín. ¿Cómo está usted? ¡Cuánto tiempo sin vernos!
-Buenos días. Muy bien, estoy muy bien. ¡Caramba, a usted no hace falta preguntarle!
-Esta vida sedentaria acabará conmigo. Necesitaba de estos paseos. Tanto por lo físico como por lo mental.
-Yo también, querido amigo, yo también. Incluso estaba pensando que ahora, cuando venga el buen tiempo, podríamos alargar los paseos un poco más allá de la fuente.
-Será un placer.
-¿No le molestará a usted la compañía de un vejestorio?
-Por favor, Azorín. ¿Cómo me va a molestar usted?
-Bueno, no se enfade. ¿Y qué ha hecho usted durante estos días de asueto?
-Arreglar papeles, tirar algunos a la basura, leer y ver un par de películas que tenía pendientes.
-Me las tiene que pasar usted. Yo también tengo ganas de ver alguna que otra buena película.
-Una de ellas no hará falta que se la deje. La ha visto usted varias veces. Lo sé porque también he estado releyendo su libro sobre el cine. En dicho libro, una maravilla, como todos los suyos, habla mucho de esa película.
-¿A cuál se refiere usted, a Solo ante el peligro o a Brigada 21?
-A Brigada 21. Solo ante el peligro la he visto con cierta frecuencia, y la tengo muy fresca. Sin embargo, no recordaba haber visto Brigada 21.
-¿Y qué le ha parecido a usted la tal película?
-Me va a permitir, Azorín, que antes de hablar de la película, hable de usted.
-¡Ah! Si no hay más remedio.
-No, me temo que no lo hay.
-¿Y qué tiene que decirme, querido amigo?
-Puede llamarme usted tonto, necio o absurdo, pues lo soy sin ninguna duda de ninguna clase. Y me merezco que me tilde de tal.
-No lo voy a hacer. Pero, hombre ¿por qué se maltrata de esa forma?
-Porque conociéndolo un poco, como creo conocerlo, no debería asombrarme usted. Y su libro sobre el cine me ha asombrado. Me ha gustado mucho. Es una delicia, una maravilla.
-Pero eso, querido amigo, no es para que se enfade con usted mismo.
-Soy un poco romo, Azorín. Conociéndolo no tenía que haberme asombrado de su inmensa curiosidad, de sus lecturas sobre cine, de sus críticas y apreciaciones, y de las películas con las que usted disfrutó tanto.
-Sí, es cierto: el cine me interesó mucho desde un primer momento. Me pareció un bello arte lleno de posibilidades. ¿Y que le ha parecido a usted Brigada 21?
-Me ha parecido una excelente película. No hay nada en ella que tenga desperdicio. Mantiene el nervio y la garra desde el primer hasta el último fotograma.
-Y además cuenta con unos excelentes actores. ¿Sabe usted? Me encantan esos actores americanos, sempiternamente secundarios, pero que tan a la perfección encarnaban a sus personajes.
-Sí, tiene usted razón. A veces me he entretenido en buscar información de esos actores en Internet. Para saber qué fue de sus vidas: si actuaban en el teatro, si ganaron dinero con sus interpretaciones, si pasaron necesidad... Las revistas siempre hablan de las grandes estrellas, pero ¿qué fue de estos excelentes actores? Siempre que pienso en ellos, no sé por qué, me queda un poso de tristeza y de melancolía.
-Quizás se deba a que, inconscientemente, los compara usted con los cómicos de nuestra tradición, los cómicos de la legua, o los que retrata Agustín de Rojas en su Viaje entretenido. Aquellos cómicos, ciertamente, no lo pasaban nada bien. O quizás también puede suceder que los observemos con la perspectiva equivocada. Tenga usted en cuenta que tampoco un labrador llevaba una vida repleta de alegrías.
-Sí, seguramente tiene usted razón. Pero molesta un poco ver encumbrados a ciertos actores, y olvidados a otros que son tan buenos o mejores que ellos. Además, el papel de los secundarios es fundamental.
-En el cine todos son fundamentales, querido amigo, como sucede en cualquier trabajo en equipo. Y, sin embargo, no se fija usted en el director de arte, el cámara, etc.
-Es verdad, Azorín, es verdad. No obstante, me sucede, cada vez más a menudo, que estoy viendo una película, y la imagino durante su rodaje.
-Claro. Lo entiendo.
-Eso es precisamente lo que hace que aprecie más la labor de esos actores. Debe de ser dificilísimo componer un rostro, llorar, hacer que un labio tiemble cuando delante no se tiene más que un foco, una cámara y unos cuantos técnicos que van a la suya.
-Sí, yo también creo que la técnica del actor de cine es más depurada...
-Otra cosa que me llama la atención de todo esto es su dedicación al cine.
-¿Qué quiere decir con eso?
-Sencillamente que no lo desdeñara usted como un producto artesano alejado de todos los intereses filosóficos, artísticos o estéticos.
-Hubiera sido un verdadero miope de hacerlo así, ¿no cree usted?
-Sí, aunque tal vez hubiera sido disculpable. No obstante, vuelvo a insistir en la infinita curiosidad de usted.
-La curiosidad y el viajar nos mantiene vivos, querido amigo.
-Por otra parte, qué sobriedad la de la película Brigada 21. No hay nada que sobre, ni nada que falte. Aquí, al contrario que en el teatro, no hay un tercer acto que esté de más, o que se pueda intercambiar con el de otra obra.
-No, no lo hay. Tiene usted razón. Además el lenguaje utilizado es aparentemente sencillo y directo. Sin tapujos, sin metáforas ni falsos adornos.
-Tal vez esta película sea la obra de teatro que hubiera deseado escribir Lope de Vega. Por el lenguaje lo digo.
-Usted sabe, querido amigo, que Lope de Vega nos miente descaradamente: ni él habla en necio, como nos dice en su Arte nuevo de hacer comedias, ni el público paga las comedias. Una obra de Lope, como El perro del hortelano, es de muy difícil comprensión. Vista en un corral, con el consiguiente ruido y jolgorio, propio de aquellos locales, no sé qué se entendería de la obra. Seguramente muy poco por no decirle nada. Y, además, si ha leído usted La entrada de la comedia, de Pedro Francisco Lanini, sabrá que poca gente pagaba por acceder a los corrales.
-Sí, pero algo entendería el público cuando asistía a las representaciones.
-Tal vez entendiera algo. Es posible. Como tal vez entiendan Brigada 21.
-Esta es muy fácil de entender. Se puede resumir en una frase de Cervantes: de sutil se quiebra. Me refiero, por supuesto, al protagonista de la película. Aunque él de sutil no tiene nada.
-No, más bien es todo lo contrario. También el mensaje podía residir en que a uno siempre le sucede lo que más teme. Recuerde que el personaje odia a su padre; por nada de mundo quiere ser como él; y, sin embargo, es su vivo retrato. Es magistral la confrontación de los dos esposos en la comisaría de policía, donde ella lo desnuda, lo sitúa ante el espejo.
-Sí. Tiene usted toda la razón del mundo. Además, qué bella era Eleanor Parker.
-Sí, es cierto. Una mujer bellísima.
-La otra cosa que me hizo mucha gracia de su libro, me refiero al del cine, fue el que dijera usted, hablando de Solo ante el peligro, que Gray Cooper era de Albacete, o de cualquier pueblo de la Mancha.
-Claro. ¿No le parece a usted que es un nuevo Quijote librando a los apocados y pusilánimes de los endriagos del momento?
-Sí, desde luego. Aunque yo, en el lugar de Gary Cooper, no hubiera regresado al pueblo.
-Entonces, querido amigo, no hubiese habido película. Además, la justificación del protagonista de todas estas películas siempre funciona de maravilla: un hombre, suele decir el galán, no puede estar toda su vida huyendo o temiendo un encuentro al doblar una esquina. Es mejor solventar los problemas. De ahí que se quede en el pueblo esperando a los malos, a sus enemigos.
-Sí, los malos tragos cuanto antes, mejor.
-Y sea como fuere, no me negará usted que es una película de una tensión increíble. Al igual que en Brigada 21 no hay ni un fotograma desperdiciado. Y el tiempo se convierte en un personaje más.
-Efectivamente. Sólo le falta a la película el corolario que le puso usted, extraído de los Pensieri de Leopardi: “El mundo es una liga de bribones contra los hombres de bien.”
-¿Cree usted que esa afirmación de Leopardi es pesimismo o misantropía?
-“Yo he visto muchas veces –nos dice Leopardi- hombres miedosos que, al encontrarse ante un maleante, más miedoso que ellos, y ante un hombre bueno y corajudo, abrazan siempre el partido del malvado.” No, no creo que sea misantropía ni pesimismo.
-Una observación exacta de la realidad, entonces.
-Sí, señor; puro realismo.
-No obstante, películas posteriores intentaron modificar esta visión.
-Si hablamos del buen cine, reconocerá usted que sí, ciertamente, el pueblo toma partido por el hombre bueno; pero o hace una vez la acción está más que decidida, y el hombre bueno lleva todas las de ganar.
-Entonces ese cine gusta no por el triunfo de la justicia sino porque nos redime de nuestras miserias.
-No lo había pensado, pero seguramente tiene usted más razón que un santo.
-Y dígame usted, querido amigo, ¿qué le gusta más, el cine en color o en blanco y negro?
-A mí me encanta el blanco y negro, querido Azorín. Una buena fotografía en blanco y negro es impagable. Y por cierto, Brigada 21 tiene una excelente fotografía.
-Sí, y también Solo ante el peligro.
-¿Sabe usted que hace algún tiempo intentaron colorear esa película?
-¿Quién se puede extrañar de la necedad humana? ¿No se les ha ocurrido colorear los grabados de Durero?
-Por ahora no se ha dicho nada al respecto.
-Sin palabras. ¿Y qué me dice del cine el color?
-También, por supuesto, hay muy buena fotografía en color. De hecho, en color, tengo una película excelente, que nunca me canso de ver.
-¿De quién es? Me la tiene usted que pasar. Yo lo aprecio a usted, y sé que no es necio y que, encima, tiene buen gusto.
-No en balde aprecio sus novelas.
-Es usted terrible. No lo decía por eso.
-Ya lo sé, Azorín. Ha sido una pequeña broma. La película de la que hablo es una película de Ingmar Bergman, y se titula Fanny y Alexander.
-¿Y es buena?
-Excelente. En el cine, como usted sabe, también hay tópicos, como en la literatura. Y ya es un tópico hablar de Bergman como de un director aburrido, sinónimo de bostezo.
-¿Y qué opina usted al respecto?
-Jamás me ha hecho bostezar. Todo lo contrario. Pero con la película Fanny y Alexander quisiera plantearle un problema extra cinematográfico, aunque esté relacionado con esta película.
-Será un placer, como siempre, discutir con usted de lo que sea. Pero me temo que vamos a tener que dejarlo para otro día. Si se fija usted, están entrando unas nubes un tanto sospechosas por las montañas. Y puede que nos mojemos.
-Muy bien. Beba usted agua, ya que lo tonifica, y emprendamos en regreso a casa.
-Adelánteme, mientras, cuál es el problema que me va a plantear, o el tema del que vamos a discutir. Tal vez así me pueda preparar un poco.
-Me gustaría que habláramos de los rituales y de su significación.
-Tema muy interesante. Pero, ¿de qué rituales vamos a hablar?
-De todos. No se asuste. Los iremos delimitando a lo largo de la conversación.
-Muy bien. Así sea.
Y sin más, Azorín bebió agua de la fuente; esa agua que lo tonificaba, fresca aquella mañana y grata, como siempre. Sin más, enfrascados en nuestros pensamientos, emprendimos el regreso al pueblo. Cuando llegamos a las primeras calles empezó a chispear. Poco después, con Azorín ya en su casa, comenzó a llover fuerte. Me alegré de que hasta el tiempo respetara al bueno de Azorín.
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