“Cuando Dios quiere castigar
al hombre, lo hace soberbio”
Anónimo
La
última vez que pisé Capilla del Monte fue en el verano de 1984. No la pasé tan
bien. Estaban mis primos lo que me obligaba a desandar el camino una y otra vez
para mostrarles lugares donde ya había estado, sitios que ya había conocido,
personas que ya había visto y hacer cosas que ya había hecho, innumerables
veces ya. La mayoría de mis amigos había emigrado hacia sitios mejores y encima
tenía la pesada carga de tener que cuidar de mi prima – más por un deber moral
que por otra cosa porque a sus quince años ya se sabía cuidar perfectamente
sola -.
El
pueblo estaba evolucionando lenta pero imperceptiblemente. Ya el imperio no era
solo de los Nazer sino que había otros que habían venido para disputar el
trono. El intendente era un peronista que para hacer crecer al lugar había
traído a sus amigos sindicalistas que “lavaban” a troche y moche y con el
tiempo esa política le dio muy buenos resultados. José De Zer y sus OVNIS se
había hecho mundialmente conocidos y el pueblo comenzó a explotar los fenómenos
de la “ufología” hasta límites increíbles. De ser la “Pinamar ” de las sierras
Capilla se estaba convirtiendo en “La Paloma” de las sierras. Comida naturista,
esoterismo, aguas termales, objetos voladores, Uritorco como fuente de energía,
muchos hippies y superpoblación.
Jorge
mientras tanto ampliaba como una mancha voraz la cantidad de bienes y personas
sobre los cuales mantenía mano férrea, pero siempre sin que Don José se
enterase. Mario había iniciado su largo y penoso camino del exilio que
terminaría recién casi veinte años después. Y sus hijos, Dardo, Mariano y Ana
Laura ya estaban en Villa María con Diana.
Por
su parte Gabriel Saint Simón había partido a estudiar locución a Córdoba, como
casi todos mis amigos capillenses. En Buenos Aires me esperaban dos o tres
lindas señoritas y yo me preguntaba que mierda estaba haciendo en ese pueblo
ignoto con mis dos abuelos ancianos y mis primos pequeños.
Terminó
ese verano y nunca más volví. José en cambio, día a día desmejoraba y habiendo
tenido la posibilidad de vivir al menos diez años más en plenitud, murió un
aciago día del año del señor de mil novecientos ochenta y ocho.
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En
el año 2007, más de veinte años después de mi última vez, partí con mi familia
rumbo a Capilla del Monte a tan sólo 800 kilómetros de
Buenos Aires, con el sol de mis ojos, Evita, a mi lado, y mis tres dioses,
María Agustina de 11, María de las Mercedes de 6 y Juan Manuel de 3.
Los
bolsos se apiñaban junto con las ilusiones y la esperanza de pasar unas
vacaciones inolvidables, que nos embargaban a todos. Conseguimos hermosa cabaña
al pie de la sierra y recorrimos Los Terrones, las Cuevas de Ongamira, la Toma,
El Dique del Cajón del Río, Los Mogotes, San Marcos Sierra, Ischilín, Santa
Catalina, Villa General Belgrano, Santa Rosa de Calamuchita, Alta Gracias, el
camino de Los Túneles, La Cumbre y La Falda. Anduvimos
a caballo, pescamos en el río, comimos asado con los Saint Simón y con unos
amigos de mi mujer (Silvia y César), trepamos montañas y cruzamos cañadas.
Capilla
del Monte ya no era lo que había sido en los ´80. Tenía más de quince mil
habitantes, con aguas termales, monasterio budista, piedras milagrosas, pileta
de natación al pie de Las Gemelas, boulevard central, restaurantes naturistas,
hippies con alfarerías y personajes de toda especie poblaban sus faldas. Era la
misma pero diferente. Un día en el supermercado me crucé con Marito Nazer, que
me contó que se había casado con hermosa mujer, dejado de vivir de la caridad
ajena y levantado cabeza. Otros me contaron que Jorge se terminó separando de
Susana a quien dejó en óptima posición económica a cambio de su silencio. La
casa de la calle
Sarmiento la habita Jorgito Junior, abogado y recién casado.
Busqué los rosales pero no estaban. La casa está bien cuidada pero le faltan
muchos sufrimientos para ser hermosa. Emil y Alcira murieron y el resto de la
parentela se confunde con los recién llegados y los bien venidos, en una
democracia cruel y permanente.
Un
día salimos con el auto y siento olor a nafta. En una estación de servicio de
la ruta lo hago revisar y es una manguera que pierde. Dos horas, me dice el
mecánico. Emprendemos a pie entonces la caminata que une Capilla con el Dique
Cajón del Río. Luego de hermosa tarde paso a recoger el auto, pago y emprendo
el regreso y allí lo veo. El cementerio del pueblo, sobre un costado, altivo y
jactancioso.
Cuando
le pregunto al sereno por Don José se acuerda de él perfectamente. Cualquiera
que tenga más de cincuenta en este pueblo no se puede olvidar jamás de un
hombre así. Fue un santo, dice. Y nos ponemos a buscar su nicho, con respeto,
sin prisa, sin apuros.
Finalmente,
lo encontramos. Al fondo. Al lado del nicho de Rosita, con dos placas de bronce
dedicadas por la familia. Y
nos ponemos a rezar, con respeto, con emoción, con unción.
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Al
regreso a Buenos Aires, me encuentro con Olga, 94 para 95 el 20 de abril. Le
digo que voy a escribir una novela sobre la vida suya y de José, sobre su amor,
pero especialmente sobre José, principalmente sobre José, mi abuelo.
Luego
de varios días de documentarme, darme fotos, contarme anécdotas, viene la
pregunta principal, la medular, la que resignifica todo este libro, si es que
alguna vez tuvo algún significado. “-Decime abuela, ¿Vos a José, lo llegaste a
querer alguna vez? “
La
anciana vivaz se toma su tiempo, como solía hacerlo mi bisabuela Cecilia, y
luego de saberse escuchada me dice:
-
Mirá nene, tu abuelo Carmo era
realmente un hombre. A mí tu abuelo Carmo me seducía por su hombría, por su don
de gentes, por su honor, por su prestancia. Pero José, José me ganó el corazón.
A la larga, creo que fue más inteligente, me fue enamorado sin que me diera
cuenta. Al final, creo que lloré más por la muerte de José que por la de Carmo. José no
era un hombre, era un ángel hecho carne –
Sinceramente,
no sé si a vos te sirvió, abuelo. A mí si, y mucho. Gracias por todo.
Ahora
sí, dame un beso en la frente, una palmada en la cabeza, y a dormir. Los dos.
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