Se despierta, las sábanas la enroscan, y se deja ver un eterno muslo. Abre un ojo. Luego los dos. Estira los brazos hacia arriba y se despereza. Sus aguamarinas con lagañas saludan al día.
Con sólo una minúscula tanga sobre su pubis se levanta y va a la cocina. Toma jugo de la botella. Cuando vuelve, sus pechos de caramelo se dejan ver, con los pezones caoba, enhiestos y turgentes.
Suena el teléfono y es Sebastián, que está a dos cuadras. La conversación dura tan sólo unos minutos. Luego el timbre y es Ricardo. Subí, le dice. Lo atiende desnuda su piel blanca, sin un lunar, su busto erguido y su cabello rojo revuelto. Las lenguas de los dos se entrelazan en un largo y sensual beso. Richad le da dos pastillas que deposita sobre su mano. Mientras el café llega a las camas se toman las pastillas y el se levanta a buscar una botella de agua mineral. El éxtasis da sed. Comienza él buscando su punto de placer. Su lengua es increíblemente larga. Ricardo es flaco y huesudo, rubio y muy fino. Dibuja círculos en torno de su botón, hasta que empieza a darle suaves mordiscos que hacen que Ana se arquee hasta lo indecible. Primero uno, luego los dos, los dedos entran y salen mientras la lengua hace lo suyo. Ella toma su cetro y mientras lo desnuda va saboreando ese aroma entre almizcle y sudor. Se da vuelta y el macho se mete en su cueva primero lentamente, y a medida que los gemidos de Ana suben de tono, él aumenta su violencia. Se vuelcan juntos, luego de eternos treinta minutos.
El timbre avisa que es Sebastián acompañado de Pedro. Tocan en contraseña. Suben con su ración de yerba la que fuman los cuatro desnudos sobre la cama, sumado al éxtasis que ya hizo su prolongado efecto.
Como en un sueño velado, como en una noria sin fin, las cosas se acercan y alejan, se dilatan y contraen, los colores fluyen y Ana los deja hacer a los tres. Total ella ya no está allí sino a mil kilómetros de distancia. Todos los cuerpos se entrelazan en el diminuto piso de Tirso de Molina. La tarde los encuentra plenos de droga, de sensualidad, de placer. Ana los deja hacer a los tres. Primero uno por uno, luego los tres juntos. No sabe como, pero al cabo de dos o tres interminables horas, los filólogos frustrados desparraman su simiente en los pechos y en la cara de Ana, mientras ella hace por su cuenta. Sus dedos son sus mejores aliados. Acaban los cuatro desnudos y entramados, como un tejido sin revés, piernas, miembros, pechos y labios.
Ríen por largo tiempo, Ricardo pide unas pizzas por teléfono, y mientras se van sentando vuelven a fumar. La comida la hacen entre nuevos ardores y siguen así durante mucho más tiempo, los ataca la noche y Ana sólo recuerda un inmenso placer que le nace del esfínter. Se levanta y va al baño, y desahoga sus heces y todos los humores que le han dejado sus amantes. Vuelve del baño y Ricardo está penetrando a Pedro. Lo toma a Sebastián del rabo, y con sabiduría ancestral lo lleva a la cocina. Allí, con todo el tiempo del mundo le practica la mejor succión que recuerde Sebastián en años. Dura horas. Es casi tántrico. Cuando él está por acabar, ella toma agua y descansa. Se frota su entrepierna con sabiduría y vuelve a trabajar con su lengua. Sebastián termina en un grito que despierta a los vecinos.
Vuelven a la habitación y encuentran a los dos estudiantes durmiendo uno sobre otro. Se les suman y cae el velo.
De ocho meses que dura la cursada Ana recuerda haber ido tan sólo tres clases. Y sus amigos otro tanto. Lo de ellos es la vida, es la movida, es la seca y es el sexo. Salamanca no perdona. En un año están pelados y expulsados. Pero felices como jamás en su vida. Es harto difícil tener 25 años y no someterse a los designios de Dionisios.
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Pasaron algunos años. Ana abre los ojos esa mañana, en su casa de Baleares. Papá arregló matrimonio con conde por dinero y escrúpulos. Ella religiosamente lo ama cada noche, en forma casi mecánica, pero el no tiene de que quejarse. El Conde de Santander jamás conoció a una pelirroja que le hiciese tales mamadas. Y por solo ese hecho merece ser condesa.
Dos niños se tiran sobre su cama y la despiertan. Deben ir al colegio. Ana les prepara sus mochilas mientras la cocinera sus almuerzos. Luego la pelirroja de carnes algo caídas deja que la ducha la despierte. Se viste y va de compras. Esa noche tiene rummy con sus aburridas amigas y Alfonso sabe que no llegará hasta tarde. Suena su celular y es Sebastián. Que le dice que tiene dos pastillas para ella.
Ana sabe que esa noche llegará mucho más tarde a casa y comienza a marcar el celular de su marido.
gracias carlos por lo bello que escrivis no llena el corazon con toda la hitoria genial sos un gran escritor te felicito dejame mandarte un gran abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Nuri por tus elogiosos comentarios. No se si soy un buen o mal escritor, sólo se que siempre escribiré con el corazón en la mano, hasta el día en que me muera. Un gran abrazo para vos también. Carlos Nahas
ResponderEliminarse que lo escrivis con el corazon en la mano por eso es tan belo lo que ases yo tambien te felicito con el corazon un beso
ResponderEliminargracias por existir CARLOS
Gracias, Nuri. Tu comentario - como el de cada lector al que le gusta lo que escribo - hace que valga la pena seguir adelante, escribir y publicar en este portal casi 50 cuentos (con más de 50 aún esperando dar a la luz) dos novelas y abrir este espacio para que todos puedan publicar sus cosas. Gracias, eternas gracias. Carlos
ResponderEliminarDe paso, si quieres y te ha gustado tanto el cuento te puedes hacer amiga de este espacio, también aceptamos amigos en nuestra página en facebook (busca "Todas las Artes Argentina") y si quieres mandarnos algo que hayas escrito tu alguna vez, será bienvenido
ResponderEliminarCarlos