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martes, 27 de diciembre de 2011

EL ASPID, por Leo Sle, de Buenos Aires, Argentina

Pico y pala, pico y pala, el buen dios sabe lo que hace. Vivirás del sudor de tu frente, decía la sentencia, y el sudor corría por su cara, seguía por su cuello, inundaba su pecho, mojando su camiseta de frisa burda, tosca y lo raspaba. Al menos vivía.
Pico y pala, pala y pico, ¿cuál es la diferencia?. El mismo suelo árido, pedregoso, la misma zanja, ancho un metro profundidad dos metros.
Aquí, allá, más allá siempre igual, del alba al anochecer, algún murmullo con el vecino, algún chistido, monosílabos, siempre el resoplar de él y otras bestias como él.
Pico y pala, pala y pico, piernas como pilares, brazos como pistones, cintura como bisagra, cabeza sin sueños, con recuerdos y odio.
Arriba, los pájaros, sólo los pájaros por sobre su cabeza sus recuerdos y su odio.
¡Hay!, si pudiera volar como ellos. El buen dios sabe lo que hace, aún vive.
Pico y pala, pala y pico, duele el cuerpo, se quiebra el alma. ¿Qué alma?. Ella partió asida a las patas de los gansos que en perfecta formación la llevaron allá, a su lugar, tan lejos, allende el desierto, allende el mar, allende el tiempo.
 Pico y pala, pala y pico, siempre igual, algo deberá cambiar, el buen dios sabe lo que hace.
Por las noches el boliche, tomarse un trago, dos, tres, beberse la conciencia y los días de pago vertirse dentro de alguna, cualquiera, da igual.
--Tómese otra paisano.
--Ya está bien, gracias.
--No se me achique, viejo.
--No gracias, basta para mí.
--Mire que había sido flojo el turco.
Ojos negros miraron fijamente a otros igualmente negros. Vieron dentro. Detrás, más allá del tiempo, jinetes briosos llegando en tropel, oliendo a sudor y bosta, buscando donde saciarse. Oleadas de sangre salpican, por dentro los ojos negros, viendo allá, atrás, hace tanto.
Padre, madre, hermano, codo a codo, frente a los corceles. Él, tan pequeño, un niño, allá lejos, mirando con ojos negros y grandes apearse los jinetes, apresar a su madre y, uno, dos, tres, quien sabe cuantos, vaciarse en ella, y al primer grito, padre y hermano, dar unos pasos tambaleantes ya sin cabeza, él mirando allá, lejos, con grandes ojos negros y en silencio.
En el caracol de sus oídos retumbó de vuelta “turco” y el áspid que dormía en su bota, impulsado por el grito guardado desde entonces, con su único colmillo y todo el veneno, mordió la garganta de enfrente, letal.
”Por muerte en ocasión de riña de Segundo Cáceres, de nacionalidad chilena, se detiene con el arma homicida, a Toros Aramian de diecinueve años, por sus dichos armenio, de nacionalidad turca según reza su pasaporte...” informó la milicada.

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