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jueves, 13 de octubre de 2011

MI PRIMA PAULA ©, por Carlos Alejandro Nahas, de Buenos Aires, Argentina


Mi prima Paula era exuberante. Por donde se la mirara. Era de una belleza salvaje y oriental. Ojos negros bien rasgados, cabello azabache y cintura cimbreante. Eso, sumado a su menos de metro sesenta hacía de ella una petisa infartante.
            Sin embargo no había caso. No tenía suerte con los muchachos. Cuando impúberes íbamos de vacaciones las dos familias juntas a la Costa, ella con su hermanito menor y yo – hijo único – sólo. Y en la playa había como un velo de invisibilidad a su alrededor. Se ponía bikinis de locura y los pendejos la pasaban de lado como si fuera la Estatua de la Libertad. Ya más grandes nos tomábamos la “Chevallier” y rumbeábamos para San Antonio de Areco, donde vivían nuestros abuelos, Mabel y Tomás. E íbamos a largos bailes en “Cocot”, el boliche de onda. Y el amanecer nos encontraba a mí chapando y a ella planchando. Muy buena amiga, jamás me pedía de irnos antes. Se bancaba mis amoríos y cuando yo le decía “vamos”, ella tomaba su carterita y salíamos del lugar, ya clareando la mañana.
            Nos pasábamos tres meses en Areco y nos divertíamos como condenados. Yo jugaba todo el día al tenis con su hermano Luciano y de vez en cuando hacíamos largas cabalgatas o pasábamos la tarde en el río. Lo que a mí me llamaba poderosamente la atención eran sus tetas descomunales y hermosas. Sin embargo me parecía que el único que se las miraba era yo. Jamás jugamos al doctor y siempre nos tuvimos un afecto por demás fraternal. La única vez que quise propasarme – allá por los 17 – le toqué el culo al pasar y la gélida mirada que me clavó me hizo desistir de perseverar en tales lides para siempre. A partir de ese día me quedó claro que era mi prima y nada más.
            Creciditos y adolescentes hicimos miles de asaltos. Las noches terminaban como siempre: yo apretando con alguna chica, ella charlando con las madres. No había caso, o mis amigos eran boludos o al único que lo calentaba era a mí.
            Sobre los veinte me puse de novio con una paraguayita bastante linda pero medio conflictiva. Detrás de los polvos venían los reclamos y detrás las rupturas. Habremos roto como cuatro veces. Pero como la cama de la mina – Graciela se llamaba – me podía, hice que Paula y Graciela se hicieran amigas. Y allí iban ellas. Yo como un sutil titiritero y mi prima funcional a mis deseos. Me peleaba con la guaraní y allí iba ella a reconciliarnos. Pasaban dos meses, Paula nos juntaba en un Pub oscuro y yo terminaba a los manotazos con Graciela y de allí al telo.
            Pero todo tenía un precio – claro está -. Ella me llevaba a la paraguaya y yo le presentaba a mis amigos. Y así pasaban los chicos y las noches y Paula tan virgen como salida del útero de su madre. Hasta que apareció Daniel. Fue verlo y volverse loca. Nos juntábamos en mi casa, en la de ella, en un Pub, en un boliche. Daniel llevaba su guitarra y le cantaba las melodías más etéreas. Pero no había caso, de tocarse, ni hablar.
            Daniel fue la piedra en el zapato de Paula. Su amor imposible, su calentura más feroz. Desde el instante en que lo conoció se pasó años y años hablándome de él con tremendo amor y arrobamiento. Daniel ocupaba toda su vida, sus pensamientos y su alma. Luego le perdí a Paula todo rastro por muchos años. Pero su amor por Daniel quedó impregnado en mi memoria, como esas historias que jamás se resolverán.

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Pasó mucho tiempo. Graciela me dejó por mejor billetera. Luego yo me casé con la que sería la madre de mis hijos. De Paula no supe hasta bien entrados los treinta. Se puso de novia con abogado exitoso con el cual recorrieron medio mundo. Luego cortó con él y al tiempo nomás se cruzó con Daniel nuevamente. Y ahí maquinó su plan maestro. Se juntaban a tomar café y ella le sonsacaba cosas, de dónde venía, adónde iba y así. Logró averiguar que Daniel se casaba en dos meses.
Faltando una semana escasa para las nupcias del guitarrista, quedaron en encontrarse en un café a medio camino entre la casa de ella y la de él. Estando en la mesa y esperando la llegada de Paula, Daniel vio entrar a la blusa más generosa de medio continente junto a la pollera más insinuante de tres de los siete mares. Fue verse e irse directo al albergue. En tres horas Paula lo manejó como a un muñeco de trapo, sin pausa, sin prisa y sin piedad. Hizo lo que quiso, cómo quiso y cuándo lo quiso. Al finalizar las tres horas Daniel no podía creer lo que había vivido. En su puta vida se había acostado con una hembra de semejante calaña.
Él, todavía en la cama, despatarrado y sin saber qué decir, se peinó el jopo que aún le quedaba y Paula, mientras se ajustaba el corpiño le dijo con displicencia:
- En una semana te casás, pichón ¿no? Mirá lo que te perdiste por ser tan, pero tan boludo, ¿qué cosas tiene la vida, verdad?

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Hoy Paula tiene un marido que es el calco de su padre, buen tipo, bonachón y medio calvo. Además, tres hermosos hijos.

Y el dulce recuerdo de una venganza inolvidable en su piel.

1 comentario:

  1. ¡Ahhh...! La venganza es el placer de los dioses, aunque lleve toda una vida poder concretarla... :) :) :) Muy bueno, Carlitos, como siempre.

    En unas horas más estarás con tu familia y muchos más en el gran evento de la presentación de tu novela. Me habría gustado ir pero sabés por qué no puedo.

    Desde aquí, Miguel y yo aplaudiremos el éxito que estamos seguros tendrá El retorno de Eva Perón: sentirás nuestras palmas aunque no nos veas...

    Un gran abrazo desde el Paisito, para vos, Eva y los chicos,
    Eliza

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