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jueves, 20 de octubre de 2011

EL MAGO, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina

A mi Papá, “El Negro” de Pellegrini, con amor

Los asombrosos trucos del Mago Amir constituían la atracción principal de la kermés que cada año se organizaba en el pueblo, en la Fiesta de la Virgen patrona de Pellegrini. La gente esperaba la fecha con deleite y durante toda la semana colmaba los espectáculos del enigmático personaje que nadie sabía de donde llegaba pero aparecía puntualmente para fascinar a chicos y grandes con juegos de manos y apariciones de conejos y palomas.
            Durante años El Negro – de tan sólo 10 años - dedicó largas horas a practicar algunos de los trucos que le veía hacer al mago, frente al espejo de luna del armario del comedor. La mayoría de las veces los naipes y las pelotas terminaban en el suelo, pero después de mucho perseverar logró hacer dignamente un par de ilusiones para alegría de sus hermanos más chicos.
            Por entonces al chico se le despertó la vocación por la magia y decidió que cuando fuese grande iba a recorrer los pueblos enfundado en un traje negro, con una capa y una galera del mismo color, haciendo aparecer conejos y palomas. Pero un día llegó a sus manos una biografía de Harry Houdini y se entusiasmó con aprender las técnicas del escapismo. Durante días mamá Blanca se acostumbró a encontrar a su hijo atado dentro de los roperos, debajo de la cama e incluso en el viejo baúl que había traído una vez de Trenque Lauquén.
            Claro que los números de Amir no pasaban de meros juegos de manos, pero al Negro le seguía fascinando la magia, a pesar de que año a año los trucos del visitante se hicieron más lentos y previsibles. Hubo un momento en que pocos vecinos se acercaban a presenciar el espectáculo y menos aún aplaudían cuando transformaba un rojo ramo de flores en una paloma blanca. Allá por el ´45, incluso algunos lo abuchearon  en medio de la función porque la rutina se les hacía pesada y repetida.
            Fue cuando Amir decidió reinventarse. Antes de irse, paró en un  almacén de ramos generales, pidió una ginebra que le soltó a la vez el llanto y la lengua y juró que volvería renovado para humillar a ese público hostil. Al año siguiente, un mes antes de la kermés las paredes de la calle principal amanecieron empapeladas con carteles que anunciaban que "el sensacional" Amir llevaría  a cabo un número nunca visto de hipnosis.
            La noticia lo inició al Negro en una nueva faceta de la magia: aquella destinada a introducirse en la conciencia ajena. Leyó a las apuradas algunos artículos de revistas que llegaban a la librería de su papá Domingo, y se empeñó durante varios días en lograr que Néstor, su hermanito menor, cumpliese cada uno de sus deseos. Logró su cometido pero Mamá Blanca siempre atribuyó el éxito a que su hijo más pequeño idolatraba al mayor y estaba acostumbrado a secundarlo en todos sus planes.
            Sin embargo el aprendiz de mago no tuvo tanta efectividad ni con sus amigos, ni con un perro que encontró en la plaza ni con la señora que llegaba a limpiar dos veces a la semana, así que el día de la presentación de Amir se acomodó ansioso en la primera fila para aprender el truco.Llegó el visitante, negro noche desde la galera a las botas, y mostró un medallón egipcio al que presentó como la fuente de su poder.
            A más de una de las damas sentadas en la platea se les antojó una joya de fantasía bastante cualunque, pero Amir contó la historia de un faraón enamorado de una esclava y un mágico hechizo para someter voluntades. Acto seguido convocó a un voluntario del público, y aunque el Negro se ofreció desesperadamente, el ilusionista eligió a Alfonso, un pibe que ayudaba en el almacén y todos decían que tenía pocas luces.
            El mago hizo sentar al joven voluntario y comenzó a mecer el medallón delante de sus ojos rítmicamente, mientras le pedía que vaciase su mente y se dejase llevar. Sólo con el influjo de su voz lo hizo entrar en un profundo sueño al punto tal que Alfonso comenzó a roncar. Luego Amir le pidió que se parase sin abrir los ojos y lo obligó a caminar y cantar una chacarera. Finalmente lo hizo abrir los ojos y le mostró un huevo de gallina. Le pidió que le contase al público que veía en su mano y el joven respondió sorprendido que era un elefante.
            En el público algunos soltaron las carcajadas, otros aplaudieron y otros miraron desconcertados, pero todos recuperaron la admiración por Amir. El Negro fue el más entusiasta a la hora de los aplausos y presenció el resto de las funciones esperando que el poder del ilusionista no funcionase y Alfonso no cediese ante su influjo. Pero la hipnosis se repitió día tras día durante una semana y el joven del almacén recitó, cantó, bailo un malambo y hasta le declaró su amor a la hija del comisario. Después de su última actuación el mago se fue y jamás regresó al pueblo.
            Durante años, el Negro soñó con encontrar el modo de influir en los demás y hacerlos actuar cómo él quisiera. Imaginó un poder capaz de lograr que todos fueran un poco más buenos y solidarios y, por qué no, de conseguir el amor de alguna de sus compañeras de escuela. Leyó cuanto libro le cayó en las manos sobre hipnosis, magia y autoayuda, incluso después de que dejó el pueblo y se instaló en Buenos Aires.
            Fue mucho tiempo después cuando se encontró en un piringundín del Canal de Carupá con Alfonso, el joven del almacén, acodado en el mostrador frente a un pingüino de vino barato. Le recordó el pueblo, la kermés y la magia del mago Amir. "Te lo creíste, pibe? ", se asombró el otrora voluntario. "Pero si fue un grupo de Amir que me pagó unos vinos para que le siguiese la corriente".
            La desilusión llegó a destiempo. Para entonces, el Negro se había acostumbrado a creer en magos, hipnotizadores y otros milagreros de los pueblos bonaerenses. Así se lo trasmitió a sus hijos y así sigue haciéndolo, donde quiera que esté.

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