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miércoles, 10 de agosto de 2011

UNA VEZ MÁS, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España

Ya estoy aburrido, desengañado de la mala fe de todos, convencido de que tan pícaro es Juan como Pedro, y de que no es posible tomar parte activa en la cosa pública sin meterse en fango hasta la coronilla.”

                         Benito Pérez Galdós, El grande oriente

Una vez más el terrorismo nos ha golpeado con fuerza. Mediante bombas, en el centro de Oslo, y a través de una masacre, tiroteo, en un campamento de gente joven, también en Noruega. Decir que hace falta estar mal de la cabeza para realizar semejantes actos, es, a estas alturas, no decir nada. Quizás llegar a semejante situación, por parte del terrorista, sea el resultado final de toda una violencia vivida y ejercida a lo largo de los días, las semanas, los meses y los años.
Se ha dicho, a veces hasta la saciedad, que los periódicos van a desaparecer, que Internet los va a barrer, etc. Es posible que sea así. Y es posible que, para algunos, Internet sea el diablo, o algo semejante. No obstante, Internet, aplicado a los periódicos, tiene una cosa relativamente buena: cualquier lector, desde cualquier lugar, puede comentar la noticia que le apetezca. Y a veces, aunque en contadas ocasiones, son más importantes los comentarios que la propia noticia en sí. Estos comentarios de los lectores, sin trabas ni impedimentos, ponen bien a las claras el tipo de sociedad en la cual vivimos. Las discusiones entre los comentaristas de vez en cuando alcanzan una elevada virulencia y un terrible mal gusto. Sin olvidar las faltas de educación, de cortesía y de ortografía.
Muchos de estos espontáneos comentaristas hacen lo mismo que los políticos. Cogidos en cualquier acto delictivo, o nada ético, los políticos jamás reconocen su culpabilidad, o el error cometido: como los niños, aunque contando con más de cuarenta años, y hasta con una carrera universitaria, se dedican a acusar al otro de haber hecho algo peor de lo que ha hecho él. Al final, como ha sucedido siempre, unos se exculpan con los pecados de los otros. Y los otros con los demás allá. Los comentaristas hacen lo mismo: no aceptan errores, robos, dolos, falsedad y engaño más que en el contrario. Siempre que a nosotros nos acusan de algo así, es una intriga, un complot, un deseo de hacernos desaparecer del mapa político, a veces, y hasta humano. Cuando, por el contrario, los encausados son los otros, todo es verídico y real.
Es posible que en algunas ocasiones tengan razón. No vamos a descubrir nada nuevo si decimos que el sistema judicial está totalmente politizado, como el sistema educativo y todo, prácticamente; y que los periódicos, cómo no, defienden sus intereses, que, al igual que sucede con la Justicia, no tienen porque coincidir con la verdad ni la equidad. ¿Cómo, pues, llegar a formarse la más mínima idea de cuanto ha acontecido si los periódicos tampoco son objetivos?
Leyendo periódicos, oyendo distintas emisoras de radio, o viendo diversos canales de televisión, se percata el paciente ciudadano de la cantidad de tiempo que invierte en tratar de averiguar una pequeña porción de verdad, que, unos y otros, los distintos partidos políticos, le negarán. Y que aprovecharán, con virulencia en muchas ocasiones, para atacarse y denigrarse. Sobra decir que si hacen eso las cabezas visibles de los distintos partidos, exactamente lo mismo, o más, harán los denominados bases o militantes. No importa la verdad, sólo machar al oponente. Llegar al poder al precio que sea.
Llama la atención, en estos comentarios de la prensa, y en las apariciones de los políticos, el nulo sentido de nación que se tiene: siempre prevalece el interés particular por sobre el general. Siempre es más importante el partido que el país o la nación, y siempre es más importante, por supuesto, ganar las elecciones que la verdad. Se llega al poder mintiendo, ocultando la verdad, tratando a la gente de imbécil, pero se llega... Y a veces, ante preguntas incómodas, los políticos tienen la misma expresión que los terroristas ante el juez: recuerdan, con sus sonrisas forzadas, sus desplantes y falta de educación, al compañero de clase cogido por el profesor con la chuleta en la mano. Si no fuera porque detrás de esas risas y esos rictus hay verdaderos dramas, darían ganas de reírse. Así lo único que producen es asco.
Tal vez algún día decidamos sanear la sociedad y transformarnos nosotros. Tendrían que cambiar tantas cosas para ello, que es imposible; es un sueño, una utopía. Pero ¿qué sería del hombre sin un ideal, sin una aspiración?... ¿Hasta cuándo, mientras tanto, vamos a tener que soportar la corrupción y el terrorismo, y la confrontación de unos contra los otros? Ojalá fuéramos capaces de vivir sin políticos ni policías. Ojalá. Por desgracia no es así. Y en Oslo acabamos de tener la triste ratificación de ello. Tal vez deberíamos replantearnos muchas cosas.

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