Aún recuerdo el día en el que me abrazaste por primera vez.
Parecido a este,
también había un gran árbol cerca y se oía el agua.
Tus pupilas son las mismas que las de entonces;
tu cuerpo es otro, si,
pero tu espíritu sigue siendo el mismo,
el mismo que aquel día me hizo quererte para siempre.
Ahora te he encontrado en una ciudad,
lejos de nuestros hermanos y de nuestra tierra.
Dices que te vas,
que quieres saber quién eres
-yo también-.
Pero esta vez no me preocupa,
sé, que volveré a encontrarte,
en otro lugar,
en otro tiempo,
en otro cuerpo,
en otro abrazo
que nos devuelva a los dos
aquel día en el que nos conocimos.
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Nos sonreímos.
Te besé,
tú me miraste
y por las plumas del pájaro,
pasó el cielo.
En mi boca,
un bosque ardiendo
-sonreímos de nuevo-.
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Llegué a la montaña,
como la noche llega al raso en la pradera.
Allí no estabas tú,
solo la piedra deshuesada,
la misma que arde en los días de verano,
la misma que llora de soledad en la nevada,
sí, la misma que fue testigo mudo de nuestros besos.
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He pasado la noche al raso,
compartiéndome con la estepa,
como el perro o el bisonte ;
todo siendo uno.
Por mis pulmones pasó el mismo aire que por ellos,
el mismo aire que movió las ramas o las briznas de hierba,
el mismo que me hizo abrigarme o acurrucarse al lobo.
No olvido lo que soy:
ni más importante que el grano de arena que piso,
ni menos que el arroyo.
Si acaso, nada.
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No existe hueco en mi alma o en mi pensamiento,
en el que estés escondida.
Qué no hallará nadie en mi carne,
una palabra tatuada sin tu nombre,
o en mi corazón un alambre de espino que lo aflija.
No enterrará el olvido aquellas tardes
-las he guardado entre paseos y el horizonte-
cuando a dentelladas mutilábamos los cuerpos
y buscábamos nuestros ojos por las nubes.
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Gritos de guerra en la hoguera, tambores
-noche llorada.
La mañana se rompió
-muerte-
trote rápido y por nuestra tribu.
Lanzas clavadas,
flechas en el corazón...
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Yo, que le di su primer aliento,
que le enseñé qué era el agua
-mi vida se iba con él-
nunca vi en los ojos de nadie tanto terror.
Lo tapé mientras me sonreía.
Vi morir a mi hijo.
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Padre:
es la mano que se extiende desde la hoguera,
hasta el lago manso.
En las madrugadas, al raso,
no hay padre sino tribu
y todos lloramos si toca partir.
Él es corteza de árbol,
hermano y espíritu protector.
Cuando parta, entonces,
él será tribu otra vez
-cuando todos lloremos-.
Cuando todos lloremos, siendo pueblo, hallando nuestras manos unidas en un mismo corazón desgarrado, tendremos la fortaleza de comprender a todos los seres, porque somos la misma tierra !!
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