Los secretos sólo existen en la imaginación.
No hay dolor mas atroz que ser feliz.
Alfredo Zitarrosa.
Cerramos la puerta del garaje con
llave, se la entregamos a la empleada de la agencia inmobiliaria. Arreglamos
como nos pagarían la comisión y fuimos al aeropuerto para regresar a nuestro
país.
Escuchamos el golpe seco de pelota de
fútbol en el jardín. No pasó mucho tiempo hasta que sonó el timbre de la puerta
de entrada. Abrí la puerta y allí parado había un chico de unos 10 años, quien
me pidió que le alcanzara la pelota que estaba en el jardín. Le dije que
esperara en la calle y yo le pasaría la pelota por encima de la pared. Cuando
me dio la espalda para bajar la escalera, le pregunté —cómo te llamas?.
Charlie —dijo sonriendo.
Fui hasta el jardín y encontré la pelota. Del
otro lado de la muralla los chicos corrían gritando.
Ahí va.
Por la mañana del 18 de Enero, caminé junto Enidia, mi mujer, esquivando
el viento invernal de Londres. El día había comenzado con sorpresas. La dueña
de nuestro cuarto nos saco de la cama para decirnos que teníamos 48 horas para
desalojar el dormitorio e irnos con todas nuestras baratijas. Estaba tan
agitada que se olvido de reclamarnos las semanas que debíamos.
Quise decirle que era una hija de puta, pero
la pobre no tenía la culpa que nosotros fuéramos unos parias. Eramos incapaces
de mantener un trabajo por más de dos semanas, siempre nos arreglábamos para
aborrecer cualquier actividad y aceptábamos cualquier excusa para abandonarlo.
Salimos a la calle a pasear, conscientes que
el futuro se nos escapaba.
—Y ahora qué?
—Hacemos squating?
—Con todos los locos que viven
bordeando la miseria, no, para eso nos volvemos.
Llegamos a la ventana de Patel, el vendedor de
diarios, la vidriera cubierta de papeles absurdos y un panel de Anuncios donde
algunos desesperados como nosotros escribían notas indescifrables con
proposiciones complejas, y los colgaban adentro de unos sobres de plástico
transparente.
“Cambio lecciones de Español por lecciones de
Farsi.”
Otro estaba escrito sobre un papel amarillo
(me imagino para llamar la atención) se leía:
“Alquilo cuarto a lesbiana, vegetariana en lo
posible que carezca de interés en comunicarse”.
“Mujer atractiva 40, necesita hombre
profesional para ir al cine.”
No pudimos contener la risa.
—Te imaginas el encuentro?
—Si, ella es alta y muy flaca con
aires de soy hermosa no me toques.
—No, ella es morena y muy pequeña y
es una obsesiva sexual.
—Como quieras. Cómo sería el
diálogo?
—El la llama por teléfono y le dice.
Soy profesional, te gustaría ir al cine?
—La flaca diría. Te encuentro a la
entrada de Screen on the Green, sí el cine que está cerca de la estación de
subterráneo de Angel, a las 3 de la tarde. Vení con un sombrero negro. La
morena sería menos precavida , le diría, vení a buscarme a casa y tomamos un
café. Si me gustas, te hecho sobre mi cama y si no vamos a aburrirnos al cine.
Los diarios estaban en una hilera sobre un
estante destartalado. Desde la calle podía leer los titulares, las naderías de
los pasquines siempre ocupados en la vida sexual de los famosos en particular y
la de todos en general contrastaban con los horrores de la guerra en Irak en
los otros diarios.
Acostumbrábamos a ir a las inmobiliarias, de
Upper Street, en Islington. Con las narices apretadas contra el vidrio de los
escaparates soñábamos con los ojos abiertos al ver fotos de inodoros
blanquecinos, cocinas resplandecientes de paredes lisas y colores atractivos.
Distraíamos el destino que se nos acercaba peligrosamente. Enidia señalaba con
un dedo los precios de las casas mientras se reía de nuestras imposibilidades.
Veíamos a los empleados detrás de escritorios, rodeados de un caos de papeles,
todo controlado por sus memorias prodigiosas. La empleada más cercana a la
ventana nos conocía porque yo la saludaba todos los días que pasábamos. Nos
miraba por encima de sus anteojos y movía la cabeza una sola vez, de arriba
hacia abajo, nosotros repetíamos el mismo movimiento y nos íbamos, pero el frío
de la mañana y la incertidumbre nos detuvo más de lo necesario hasta que ella
se levantó dirigiéndose hacia la puerta de entrada nos invitó a pasar. La
seguimos hasta su escritorio, acercó dos sillas y sentándose del otro lado del
mismo nos miró sonriendo.
—Los veo todas las mañanas mirando
los anuncios. Me imagino que están buscando algo para comprar.- dijo.
—No, curiosidad, es una manera de
pasar el tiempo.
Pensé que mi respuesta sería suficiente para
que nos mostrara la puerta de calle. Sin embargo, la vi juntar los dos brazos
enfrente de su cuerpo y apoyarlos sobre el escritorio, tirando su cabeza hacia
adelante murmuró –
—dónde viven?
—Cerca de aquí.
—Alquilan un departamento?
—Un cuarto en un departamento, lo
compartimos con otra pareja.
Nos miró en silencio, mientras un
vaho de perfume se escapaba de su cuerpo.
Les gustaría vivir en una casa ?
Intenté levantarme para irme, no andaba para
chistes, pero Enidia me detuvo agarrándome con violencia la pierna,
inmovilizándome. Disimulé el dolor y dije
—Sería interesante.
— Si, pero es un poco difícil ahora
mismo. dijo Enidia.
—Yo podría ayudar.
—Cómo? pregunté recuperando mi
desesperación.
—Bueno, ustedes saben que Islington
está plagado de zorros.
—Entonces?
—Tenemos una casa que la podría
vender fácilmente si desalojamos a los zorros que viven en el jardín.
—Porqué no contratan a un cazador?
—Porque nuestra compañía considera
que es inmoral matar, cazar o como quieran llamarlo. La casa está desocupada
hace ya varios meses y ustedes podrían vivir con una sola condición: que le
hagan la vida imposible a los zorros, así se van. Les daríamos tres meses de
alquiler gratis y una comisión cuando se venda…
La proposición nos convenía.
Podríamos hacer nada sin preocuparnos.
—Tenemos un problema, los zorros
saldrían de su madriguera durante la noche y ese sería el momento donde tendríamos
que acosarlos, perseguirlos, esto nos tendría bastante cansados durante el día
impidiéndonos trabajar.
—Qué quieren, dinero? dijo
levantándose bruscamente y desapareciendo detrás de una puerta que tenía el
cartel de DIRECTOR.
—Volvió sonriendo..
—Les adelantaríamos el dinero de la
comisión.
—No, gracias. Queremos £200 por
semana más la comisión. Como se dará cuenta, trabajaríamos 10 horas por día
cada uno, siete días a la semana que sumarían 140 horas. Si lo dividimos,
estarían pagando £ 1.40 por hora, casi tres veces menos el salario mínimo.
—Está bien - dijo ella resignada.
Fuimos hasta la casa en cuestión en
su automóvil.
—Es en la próxima esquina - nos dijo
frenando el coche para estacionarlo.
—La calle era simple, con esas caras
limpias que suelen tener las Terrazas Victorianas. Todos los frentes iguales,
para ahorrar dinero y no por falta de imaginación, discusión recurrente entre
Enidia y yo.
—El ahorro es la base de la fortuna
de los Puritanos -
—Nash construyó las casas de Regent
Park con los materiales más baratos posibles para ahorrar, aunque tal vez lo
hizo para vengarse del Príncipe Regente que se acostaba con su mujer.
Escuchamos el golpe seco de pelota de
fútbol en el jardín. No pasó mucho tiempo hasta que sonó el timbre de la puerta
de entrada. Abrí la puerta y allí parado había un chico de unos 10 años, quien
me pidió que le alcanzara la pelota que estaba en el jardín. Le dije que
esperara en la calle y yo le pasaría la pelota por encima de la pared. Cuando
me dio la espalda para bajar la escalera, le pregunté —cómo te llamas?.
—Charlie —dijo sonriendo.
Fui hasta el jardín
y encontré la pelota. Del otro lado de la muralla los chicos corrían gritando.
—Ahí va.
Abrió la puerta. Entramos a un hall
que era un pasillo angosto sin decoraciones, tenía las paredes de color blanco
brillante que hacían doler los ojos. A la derecha había una puerta que daba
acceso al Living Room, del lado opuesto una escalera, al final del pasillo
también a la derecha un baño y al final un cuarto. Al abrir la puerta nos
enfrentamos con una ventana que da al jardín.
Este cuarto sería nuestro lugar de
observación. Frente al baño, otra escalera conducía al semisótano, allí estaba
la cocina reluciente y moderna como las que veíamos en las vidrieras.
—Pueden usar el baño, la cocina y el
dormitorio que está en primer piso y da a la calle. Ah, vayamos al jardín y les
muestro el garaje.
—Allí atrás debajo del garage, viven
los zorros hay por lo menos una pareja y sus hijos…
—Déjelo por nuestra cuenta.
Corrimos por las escalera hacia
arriba y abajo, entrábamos y salíamos de los cuartos a los empujones. No
podíamos entender nuestra suerte.
Enidia preguntó —qué hacemos con los zorros?
—No tengo la menor idea y lo que es
peor jamás vi un zorro.
—Yo si, vi el Llanero Solitario en la
televisión.- dijo ella burlonamente.
—Pero el está en Nuevo México y
nosotros en Londres.
—Qué vamos a hacer con los zorros?
—Fácil, llenamos el garaje de comida,
dejamos la puerta abierta, cuando entran cerramos la puerta y esperamos que se
mueran.
—Fantástico pero cómo cerramos la
puerta sin espantarlos?
—Nos sentamos a esperar desde la
ventana de la habitación del primer piso, mantenemos la puerta abierta atando
una soga a la manija de la puerta y nosotros controlamos la otra punta de la
misma, conseguimos esos mecanismos que cierran las puertas automáticamente y lo
instalamos, cuando ellos entran nosotros largamos la soga y se quedan
atrapados. Los dejamos encerrados un par de días y después vemos cómo nos
deshacemos de ellos.
Tenemos casa por tres meses, debemos
tomar el trabajo con tranquilidad…y después volvemos a nuestra tierra. Nuestra
rutina cambió poco, de no hacer nada ahora seguimos haciendo nada. Decidimos
que lo mejor sería primero ver cómo eran los zorros, de qué tamaño y color.
Investigamos el garaje que estaba en un estado precario, las paredes parecían
aún sólidas pero el techo se derrumbaría en cualquier momento. Adentro todas
las cosas mantenía un balance tenue, teníamos la sensación que si movíamos algo
todo se caería…
Las semanas pasaron casi sin darnos cuenta,
los zorros ni se asomaban y después de varias noches sin dormir decidimos
darnos un descanso.
Escuchamos el golpe seco de pelota de
fútbol en el jardín. No pasó mucho tiempo hasta que sonó el timbre de la puerta
de entrada. Abrí la puerta y allí parado había un chico de unos 10 años, quien
me pidió que le alcanzara la pelota que estaba en el jardín. Le dije que
esperara en la calle y yo le pasaría la pelota por encima de la pared. Cuando
me dio la espalda para bajar la escalera, le pregunté —cómo te llamas?.
—Charlie —dijo sonriendo.
Fui hasta el jardín
y encontré la pelota. Del otro lado de la muralla los chicos corrían gritando.
—Ahí va.
Enidia buscó en wikipedia información
sobre los zorros. Le gustó la idea que los japoneses tienen de los zorros “es
una forma poderosa de espíritu animal muy travieso y astuto”, mientras que la
de los chinos le pareció desagradable. En la cultura china, "los espíritus
de los zorros alejaban a los hombres de sus esposas. La palabra china para
"espíritu de zorro" es la misma que designa a la amante en una
relación extramarital". Desde entonces los llaman kitsune.
—Son como perros que no son perros,
aunque pertenecen a la misma familia —me decía.
Dos meses después vimos a los zorros, varias
veces, pero no pudimos hacer nada, no tenían miedo, se sentían los dueños de la
noche, salían a buscar comida y no se permitían ser distraídos por nada.
Yo tenía miedo, eran como perros salvajes
aunque no eran perros, como dice la wikipedia en el internet. Era hora de poner
en marcha nuestro plan. Durante una semana los alimentaríamos, cada día
acercaríamos la comida hacia la puerta de entrada del garaje. El objetivo era
terminar con ellos encerrados y dejarlos que se mueran de hambre por una
semana, cerrar la entrada de su madriguera, dejarlos libres y espantarlos.
Colocamos un mecanismo para cerrar la puerta automáticamente. La mantendríamos
abierta con un sistema de poleas y sogas, una vez que estuviesen adentro la
accionaríamos para que queden atrapados adentro del garaje.
Quedaban pocos días de los tres
meses. La empleada de la agencia se comenzó a inquietar y nos llamaba todos los
días para enterarse de lo que estaba pasando. Esa noche nos acomodamos en la
ventana del cuarto del primer piso, vimos el zorro más grande salir de la
madriguera. Estuvo husmeando el peligro, entró y salió varias veces del garaje
para estar seguro, después lo siguió la zorra. Hicieron la misma rutina hasta
que parecieron convencidos y toda la familia entró. En ese instante largamos la
soga y la puerta se cerró con las bestias adentro del garaje.
Cuatro días después volamos a nuestro país. Dejamos los zorros encerrados.
—No te preocupes le pediré a mi amigo
Ismael, que les abra la puerta y los espante.
Mirando por la
ventanilla del avión Enidia me dijo —Fui feliz.
Charlie estaba jugando solo como todos los
días en la calle. Pateó la pelota de voleo y fue a caer al jardín. Como siempre
fue a tocar el timbre de la puerta de entrada. Al no recibir ninguna respuesta
decidió subirse al techo del garaje y de ahí saltar al jardín. Una vez en el
techo corrió hacia el centro para ubicar la pelota, pero el techo se deshizo
bajo sus pies y cayó adentro donde los zorros hacía una semana que estaban
encerrados.
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