Ilustración:
“Cordel”, por Beatriz Palmieri
En algún sitio que en realidad era todos los sitios, existía un cordel
atado del extremo donde nacía la vida extendiéndose hasta lo que se imaginaba
como el final de los días. Aunque era invisible, todos sabían que gracias a ese
trozo de cuerda cualquier sociedad puede ir tejiendo su destino a la vez que
permitía que la vida transcurriera con normalidad. El hilo se auto regeneraba
luciendo brillante cada amanecer, respetarlo era tarea colectiva.
Poco a poco, con la lentitud de quien aminora
su marcha por estar muy apurado, cerebros perversos fueron orquestando la
destrucción de la cuerda. Para ello, en primera instancia era necesario
corromper cada hilo fino que unido a otros otorgaba la fuerza necesaria para
mantenerlo tirante.
Fue entonces cuando el lugar que era todos los
lugares, comenzó a despatarrarse, cooptado por una Inteligencia superior, diosa
de destinos enmugrados, cavadora de fosas donde entrarían en putrefacción las buenas
intenciones.
Cada vez que se cortaba una fibra, el cordel
perdía parte de su capacidad de tensión combándose hasta adquirir la forma de un
paréntesis perezoso. Suponía la Inteligencia que una vez que estuviera
totalmente derrumbado, ella podría dominarlo todo. Y así se fue modificando ese
lugar que era todos los lugares. O casi todos, porque a decir verdad, nada es
tan absoluto.
La confusión se instaló. El poder y quienes
creían tenerlo, ayudados por los que soñaban alcanzarlo algún día, comenzaron a
caminar sobre la cuerda. Con el tiempo y ante una realidad que evidenciaba la
decrepitud de la maroma, muchos fueron saltando eso que consideraban un
obstáculo pero que en realidad era imprescindible, sabiendo que del otro lado
del cordel la vida era muy distinta. Desordenada, sin márgenes, sin
consideración, germinaba la semilla maldita creando el descontrol, desatando
iras, alterando la historia y con ello el ritmo normal existente hasta ese
momento.
Con el tiempo y dado que algunos hilos de la
soga se cortaban con rapidez, el lugar fue ingresando en una especie de
nebulosa donde muy pocos eran los que suponían hacia dónde se dirigían los
pobladores de los alrededores. La irracionalidad, empujada por la perversidad
de la Inteligencia, impulsaba los movimientos a los que habrían de seguir
otros.
Es decir, en medio de semejante desmadre y con
el cordel herido de muerte, todos parecían volverse locos generando situaciones
que acarrearían más desmadre.
Los ricos, haciendo uso de su poder hostigaban
a los pobres sin tener en cuenta que su riqueza era posible gracias al esfuerzo
de estos. Los pobres, no siempre se sometían al destino señalado sino que
muchas veces se rebelaban. Ante lo que consideraban semejante desparpajo, lo
único posible, creían los ricos, era ejercer más control sobre ellos y qué
mejor manera de hacerlo que adoctrinando fuerzas de seguridad cuyos miembros,
paradójicamente, pertenecían a la clase pobre. Estas fuerzas fueron convocadas
para escarmentar a los insumisos, convirtiendo a esos seres en ejecutores de
sus hermanos. Eran expertos en salto al cordel gracias al excelente estado
atlético adquirido luego de someterse a fuertes presiones que los ubicaría en
la categoría de desclasados.
Así fueron saltando la cuerdita divisoria, la
que marcaba la frontera que separaba el raciocinio de la bestialidad, esta
última valorada erróneamente como acción nacida desde el centro de la “malas
ideas” que se consideran patrimonio de los más hostigados.
La Inteligencia continuaba creando aliados, se
valió también de docentes formados en escuelas con orientación pedagógica de
tinte fascistoide. Estos formadores demostraban su sapiencia imponiendo
obligaciones pero omitiendo los derechos que tenían los educando.
Los alumnos fueron aprendiendo que cuando un
mayor salta, excediendo la realidad objetiva de la presencia de cordeles, era
lícito imitar el atropello y fueron también ejercitándose en el arte de salto a
la soga y en ese brinco se desbarrancaba su juventud.
Las sustancias tóxicas fueron introducidas en
aquel sitio, con tanta facilidad, que daba miedo notarlo y su tenencia y
consumo, al ser de tan fácil acceso y con un cordel ya sin fuerzas capaces de
mantenerlo todo lo tirante que debía estar, se desparramaron por todo el lugar.
El salto al cordel fue continuo, se convirtió en
el deporte de moda, aunque en realidad no fuera sino el salvoconducto que
dirigiría hacia el desmoronamiento de la vida en ese lugar.
En medio de semejante tragedia crecía la descomposición
del tejido social. Era cosa cotidiana ver padres y madres incapaces de generar
en sus hijos el respeto lógico que merecía el viejo cordel, impulsándolos a no
solo a saltarlo, sino también a desconocerlo, como si fuera un trasto viejo.
La Inteligencia superior gozaba ante cada
salto que se ejecutaba en el lugar. Sabía muy bien que una vez instalada su
hegemonía muy difícil sería salir de ese desorden, lo que mantendría su
proyecto a resguardo hasta que nuevas formas de esclavitud, acorde a los tiempos
que vendrían, fueran amasándose como arcilla blanda.
La pregunta que se hacían los observadores del
nuevo fenómeno tan dañino, en expansión constante, se centraba en el
interrogante acerca de qué sería lo que habría de suceder una vez que se
cortara el último hilo que mantenía al cordón con vida. Pero la soga, tan herida
de muerte como estaba, aún podía conservar un poco de la tensión que lo mantuvo
vivo durante tantísimo tiempo.
Ante ese hilo debilitado, se apoyaba la
esperanza por sobre la decrepitud de un cordel que se negaba a morir del todo, impidiendo
con gran esfuerzo, que se corrompiera su última fibra. (Siempre hay hilos
conductores que se niegan a morir sabiéndose tan necesarios…)
Fueron pasando los años hasta llegar al
presente, el cordel sigue agonizando; al salto sobre sí ya no podemos
mencionarlo como deporte. Ahora estamos en condiciones de asegurar que se trata
de una compulsión provocada por el deseo patológico de transgredir cualquier
cuerda. Cualquier barrera capaz de contener al orbe de la degradación absoluta.
La Inteligencia va ganando su enésima batalla
pírrica tratando de demorar la llegada de fuerzas vinculadas con los actos
nobles que puedan salvar a la humanidad, en aquel lugar que es todos los
lugares, mientras el cordel insiste en mantenerse vivo pese a tanta violación
inducida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario