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miércoles, 30 de abril de 2014

EL ASTRONAUTA, por Gonzalo Salesky, de Córdoba, Argentina

“El astronauta” – Primer Premio en Narrativa
en el Concurso “SADE Joven 2013”
(Sociedad Argentina de Escritores, Córdoba)

Tal vez si pudiera escribir algo bueno, estaría en otro lugar. Con un gran escritorio de madera. De roble, quizá de ébano. Un jarrón caro, lleno de flores regaladas por alguien a quien le importe de verdad. Una ventana abierta. Un jardín. Y un camino de piedras que me lleve a la entrada. Una cerca de madera, pintada de blanco.

Tal vez si fuera claro en lo que siento, podría tener algo mejor de las personas que me rodean. Un oído atento. Una sonrisa. Un grupo de amigos en el que no me sienta extraño. Un buen chiste, de vez en cuando una fina ironía.

Bebo un trago directamente desde la botella. Vuelvo a esconderla entre mi ropa. Paso las hojas hacia atrás. Y releo. Trato de descubrir nuevos sentidos en el papel, en lo que escribo con lápiz. En las frases que sueño. En los textos amargos de cada madrugada.
Creo que es cierto lo que siempre escuché. No se puede sacar nada de adentro si el corazón no sufre. Si el alma no trata de escaparse a otro rincón. Si no busca un refugio, una coraza donde no se sienta sola, lastimada o herida por el mundo más cercano.
Cambio de postura. Mi silla es pequeña, como todo lo demás. Hace que mi espalda duela a la altura del estómago. He pedido una más cómoda, pero no creo que la consigan. No les interesa cómo me encuentro, no les interesa nada de mí. De lo que tengo, nada les sirve. Ni les alcanza, ni les basta.
Trato de no fumar para no llamar la atención ni despertar a nadie. Pero moriría de placer si tuviera un cigarrillo entre mis labios. Sí, el humo me llenaba. Me podía. Sé que es una forma más de contaminar mis sentidos, de apabullarlos. De llenarme de veneno y forzarme a devolver algo mejor.
Igual que muchas otras veces, sonrío. Solo, como un loco. Cuando imagino que mi vida sería igual de vana y patética si me encontrara en una nave espacial, volando durante años hacia un lugar desconocido. Repitiendo cada día los mismos procedimientos con muy pocas variantes. Sabiendo que nada de lo que haga hoy, el mes que viene o dentro de cinco años, puede cambiar mi rumbo o mi destino. Mirando siempre el mismo paisaje por la escotilla, si es que así se llama la pequeña abertura donde se puede ver el espacio exterior. Tampoco llevaría la cuenta de las horas que vivo. Ni me importaría saber si existe algo más allá del almanaque o los relojes. Daría lo mismo.
Mis compañeros siguen siendo el lápiz y el papel. Mi aliada, la botella. Por mucho tiempo más.
La reja vuelve a cerrarse y como cada noche, los guardias apagan la luz. Dejo de imaginar mi viaje intergaláctico y me recuesto, boca arriba.
Beso la foto en la pared. Y les pido a todos mis dioses que me ayuden a recordar cómo es la libertad. Aunque sea en mis sueños. 

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