“El
astronauta” – Primer Premio en Narrativa
en
el Concurso “SADE Joven 2013”
(Sociedad
Argentina de Escritores, Córdoba)
Tal vez si
pudiera escribir algo bueno, estaría en otro lugar. Con un gran escritorio de
madera. De roble, quizá de ébano. Un jarrón caro, lleno de flores regaladas por
alguien a quien le importe de verdad. Una ventana abierta. Un jardín. Y un
camino de piedras que me lleve a la entrada. Una cerca de madera, pintada de
blanco.
Tal vez si
fuera claro en lo que siento, podría tener algo mejor de las personas que me
rodean. Un oído atento. Una sonrisa. Un grupo de amigos en el que no me sienta extraño.
Un buen chiste, de vez en cuando una fina ironía.
Bebo un trago
directamente desde la botella. Vuelvo a esconderla entre mi ropa. Paso las
hojas hacia atrás. Y releo. Trato de descubrir nuevos sentidos en el papel, en lo
que escribo con lápiz. En las frases que sueño. En los textos amargos de cada
madrugada.
Creo que es
cierto lo que siempre escuché. No se puede sacar nada de adentro si el corazón
no sufre. Si el alma no trata de escaparse a otro rincón. Si no busca un
refugio, una coraza donde no se sienta sola, lastimada o herida por el mundo
más cercano.
Cambio de
postura. Mi silla es pequeña, como todo lo demás. Hace que mi espalda duela a
la altura del estómago. He pedido una más cómoda, pero no creo que la consigan.
No les interesa cómo me encuentro, no les interesa nada de mí. De lo que tengo,
nada les sirve. Ni les alcanza, ni les basta.
Trato de no
fumar para no llamar la atención ni despertar a nadie. Pero moriría de placer
si tuviera un cigarrillo entre mis labios. Sí, el humo me llenaba. Me podía. Sé
que es una forma más de contaminar mis sentidos, de apabullarlos. De llenarme
de veneno y forzarme a devolver algo mejor.
Igual que
muchas otras veces, sonrío. Solo, como un loco. Cuando imagino que mi vida
sería igual de vana y patética si me encontrara en una nave espacial, volando
durante años hacia un lugar desconocido. Repitiendo cada día los mismos
procedimientos con muy pocas variantes. Sabiendo que nada de lo que haga hoy,
el mes que viene o dentro de cinco años, puede cambiar mi rumbo o mi destino.
Mirando siempre el mismo paisaje por la escotilla, si es que así se llama la
pequeña abertura donde se puede ver el espacio exterior. Tampoco llevaría la
cuenta de las horas que vivo. Ni me importaría saber si existe algo más allá
del almanaque o los relojes. Daría lo mismo.
Mis compañeros
siguen siendo el lápiz y el papel. Mi aliada, la botella. Por mucho tiempo más.
La reja
vuelve a cerrarse y como cada noche, los guardias apagan la luz. Dejo de
imaginar mi viaje intergaláctico y me recuesto, boca arriba.
Beso la foto
en la pared. Y les pido a todos mis dioses que me ayuden a recordar cómo es la
libertad. Aunque sea en mis sueños.
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