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miércoles, 9 de abril de 2014

EL SER MENTECUMMÉNTULA, por Salvador Alario Bataller, de Valencia, España


Él, nuestro hombre, fue notable en algunas cosas de su vida, aunque nunca trascendió, es decir, que no fue famoso ni rico. Sin embargo, a medida que pasaban los años, extraños accidentes e infortunios le hicieron perder poco a poco todas las partes de su economía corporal, excepto la cabeza. Sería prolijo y tedioso enumerar aquí cada uno de los accidentes que le llevaron a la mengua de su cuerpo, pero iban desde la agresión de una despechada al habitual accidente de tráfico. Lo importante, sí, es que ahora Juan, Pedro, Ramón, llámenle como quieran, vivía adosado a un complejísimo aparato cibernético que un altruista, conociendo su caso, le prodigó, al igual que un asistente disciplinado que le subvenía a todas sus necesidades, con el tiempo cada vez más elementales. 

Como una pequeña torre de apenas un metro, aquel desafortunado se desplazaba de acá para allá en su pequeño artilugio mecánico, activaba con la lengua sensores que le permitían conectarse a Internet o leer, en una pantalla asociada a sus circuitos, un libro digital. Las complejidades de sus dificultades diarias, no las explicaríamos aquí, porque caeríamos en lo lamentable o en el humor negro, cosa que nunca ha sido del gusto de quien escribe.
También es relevante indicar, ahí comenzó realmente la asombrosa historia de este hombre venido a muy menos, que en la calva, en el centro mismo, cierto día le creció una especie de pequeño grano que poco a poco fue tomando formas diversas: una protuberancia apenas primero, un pizca cárnica circuida con algunos pelos duros que mostraba una abertura central, como ojo de gato poco después; a las tres semanas alcanzaba ya los cinco centímetros, veinte al mes y  bastante más a los dos meses, ofreciéndose a los ojos propios y a los del pasmado servidor como un gran miembro viril, cuyo dueño llegó a dominar no sé con qué extraño método, sistema, arte o como se quiera. Con ello, el nabo se ponía duro, crecía, se curvaba, incluso amenazaba el aire como una pitón y un día, dado ya a lo bizarro, la vesania o perversas influencias, aquello se torció y la boca lo mamó. No se dio por el culo, porque culo propiamente no tenia, pero se puede afirmar rotundamente y de modo inapelable que él fue el primer ser, hombre, ente, que unió mente y méntula (una variedad biológica si se quiere de la cuadratura en el círculo), es decir, que de una vez por todas ambas cosas no fueron por un lado, sino que la razón se coordinó a la perfección con la emoción, el cerebro con la llamada pequeña mente, que no es otra cosa que el glande del pene, en fin,  que la cabeza fue a una con la verga. Desde luego, también rompió con el hecho comprobado referente a aquello de que donde manda corazón no manda genio.

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