Él, nuestro
hombre, fue notable en algunas cosas de su vida, aunque nunca trascendió, es
decir, que no fue famoso ni rico. Sin embargo, a medida que pasaban los años,
extraños accidentes e infortunios le hicieron perder poco a poco todas las
partes de su economía corporal, excepto la cabeza. Sería prolijo y tedioso
enumerar aquí cada uno de los accidentes que le llevaron a la mengua de su
cuerpo, pero iban desde la agresión de una despechada al habitual accidente de
tráfico. Lo importante, sí, es que ahora Juan, Pedro, Ramón, llámenle como
quieran, vivía adosado a un complejísimo aparato cibernético que un altruista,
conociendo su caso, le prodigó, al igual que un asistente disciplinado que le
subvenía a todas sus necesidades, con el tiempo cada vez más elementales.
Como una pequeña torre de apenas un metro, aquel desafortunado se
desplazaba de acá para allá en su pequeño artilugio mecánico, activaba con la
lengua sensores que le permitían conectarse a Internet o leer, en una pantalla
asociada a sus circuitos, un libro digital. Las complejidades de sus
dificultades diarias, no las explicaríamos aquí, porque caeríamos en lo
lamentable o en el humor negro, cosa que nunca ha sido del gusto de quien
escribe.
También es relevante indicar, ahí comenzó realmente la asombrosa historia
de este hombre venido a muy menos, que en la calva, en el centro mismo, cierto
día le creció una especie de pequeño grano que poco a poco fue tomando formas
diversas: una protuberancia apenas primero, un pizca cárnica circuida con
algunos pelos duros que mostraba una abertura central, como ojo de gato poco
después; a las tres semanas alcanzaba ya los cinco centímetros, veinte al mes
y bastante más a los dos meses,
ofreciéndose a los ojos propios y a los del pasmado servidor como un gran
miembro viril, cuyo dueño llegó a dominar no sé con qué extraño método,
sistema, arte o como se quiera. Con ello, el nabo se ponía duro, crecía, se
curvaba, incluso amenazaba el aire como una pitón y un día, dado ya a lo
bizarro, la vesania o perversas influencias, aquello se torció y la boca lo
mamó. No se dio por el culo, porque culo propiamente no tenia, pero se puede
afirmar rotundamente y de modo inapelable que él fue el primer ser, hombre,
ente, que unió mente y méntula (una variedad biológica si se quiere de la
cuadratura en el círculo), es decir, que de una vez por todas ambas cosas no
fueron por un lado, sino que la razón se coordinó a la perfección con la
emoción, el cerebro con la llamada pequeña mente, que no es otra cosa que el
glande del pene, en fin, que la cabeza
fue a una con la verga. Desde luego, también rompió con el hecho comprobado
referente a aquello de que donde manda corazón no manda genio.
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