Para Freddy Muñoz Aguiar, perdido y hallado en el templo.
“Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios por un trago, por un poco de jazz, contemplando los dioses que duermen disueltos en el serrín de los bares mientras descifro sus nombres al paso y sigo mi camino.”
Eugenio Montejo
Tú y Johnny Walker en la esquina solitaria y oscura del bar, apoyados sobre la madera brillante de la barra, viendo la picardía en los ojos de una Marilyn Monroe que sonríe desde la columna de piedras grises donde cuelga su imagen.
Un solo profundo de saxo deja escapar el alma del intérprete hacia el espacio: Choca con las paredes de ladrillos, las butacas de semicuero negro, las alfombras grises, las botellas multicolores, las ventanas de vidrios esmerilados y, simultáneamente, penetra tibia y hermosa en los oídos de los presentes.
Ellos, seguro, ya están allí, ocultos en lo obvio. Una pareja más en alguna de las mesas del local: Charla menor, risitas que esconden las intenciones de las manos que se buscan como si no. Los miras sin verlos, al igual que miras al hombre de chaqueta verde, parsimonioso y servicial, que agita cocteles y escancia licores y cambia ceniceros; o a la rubia oxigenada que fuma, bebe ginebra y sigue la música moviendo los dedos sobre la barra; o al grupo de hombres trajeados que conversan y ríen con estruendo en la mesa de la entrada; o al camarero diligente que se multiplica en el ámbito del bar.
Claudia, en la casa, te debe estar esperando despierta, cigarrillo tras cigarrillo, para ahogar la angustia.
Desde el balcón, mirará las luces de los carros que pasan y ninguno es el tuyo.
«Y no llamas».
«Y es que nunca llamas».
Te imagina herido de muerte o ya en la morgue o, con suerte, asaltado en la noche citadina como tantos que uno conoce o que salen en las noticias.
Y el teléfono no suena.
Y no se oye la llave entrando en la cerradura de seguridad de la puerta.
Y vuelve a fumar.
«Ojalá estés muerto de verdad», se dice, con el cigarro en la mano y la mirada fija en las luces de la calle.
Lo sabes y también enciendes un cigarro tras golpearlo tres veces contra la barra. Marilyn, cómplice, te guiña el ojo desde su puesto. El saxo calla.
Al soltar el humo gris de tus pulmones, miras a Johnny y compruebas que casi se ha marchado. Lo despachas de un solo golpe para volverlo a llamar.
El hombre de la chaqueta verde trae la botella y Johnny Walker se desliza sinuoso sobre los hielos del vaso con su trajecito ridículo de jinete fino siempre impecable a pesar de todo: Sombrero de copa, levita roja, pantalón blanco ceñido, como para dudar de su virilidad por estos trópicos machistas.
̶ Con soda, por favor.
Alguien entra al bar y la brisa fresca de la noche viene a competir por un momento con el aire acondicionado ahíto de humo, vapores de alcohol y carcajadas. Se sientan en alguna parte, quizá junto a la mesa de los hombres trajeados que han pedido una nueva botella de ron; o cerca de las cornetas por donde el saxo reinicia sus notas melancólicas; o, puede ser, próximos a la pareja que se oculta en la multitud.
Claudia...
Claudia...
Claudia...
No hace tanto andaban por los parques tomados de las manos. Ella con aquel bolso tejido de colores chillones y aquellos aretes gigantes con tumis de bronce. Tú, con bluyines decolorados, la sempiterna chaqueta azul de capuchón y los cabellos largos, demasiado largos, quizá.
Iban a tener diez muchachos terribles que lo rompieran todo y una casita en las montañas para criar ovejas y gallinas...
¡Qué cosas, Claudia!...
Y, ahora, en los bares, nunca hay teléfonos para avisar... Nunca...
Jazz.
El local hasta el tope.
Jazz.
Risas y besos en los rincones.
Jazz.
Johnny Walker tercero...
Cuarto...
Quinto...
̶ Con bastante hielo, por favor.
En el saxo: “Just a Closer Walk with Thee”.
El camarero lleva unos cocteles de naranja y cereza a los últimos que llegaron.
La rubia conversa con un hombre joven de chaqueta a cuadros y corbata de bacterias: Hay un acuerdo en el aire.
Apagas un cigarro y le sonríes a Marilyn con ternura.
Allí están.
Vienen hacia ti en la semipenumbra, evadiendo muebles y personas.
Hay algo familiar en la pareja, pero no atinas a precisarlo: Muy jóvenes, quizá.
Te llaman por tu nombre, sobreponiendo la voz a la música y los ruidos...
Esa chaqueta azul de capuchón del muchacho... Esos aretes gigantes con tumis...
Gritan algo sobre unos sueños muertos y una venganza...
Buscas escapar cuando iracundos se abalanzan sobre ti...
Ante el estupor nervioso de la rubia, el silencio del saxo, la sorpresa estúpida del barman, el sobresalto de los hombres trajeados, la histeria del camarero... Tú y Johnny Walker caen en cámara lenta, definitivamente hacia la noche...
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